Hace ahora 45 años de «La vida de Brian», la magistral película de Terry Jones y los Monty Python’s que de una manera tan delirante como maravillosa realiza una sátira de diversos aspectos de la vida tomando como como línea argumental la historia de su pobre protagonista que, contemporáneo de Jesús de Nararet, acaba confundido con el Mesías.
Probablemente uno de sus gags más legendarios sea el que vemos aquí con la absurda rivalidad entre varios grupos políticos enfrentados entre sí pero con el mismo objetivo de la liberación de Judea del yugo romano y que no puede servir mejor para encabezar este micro ensayo.
La empírica y la historia nos enseña que los principales logros laborales y sociales de eso que llamamos mundo occidental en la Edad Contemporánea proceden de la izquierda democrática.
Los mismos que los liberales progresistas acabaron haciendo también suyos porque son quienes han gobernado más veces en nuestro entorno europeo y porque, a pesar de su rechazo inicial, su pragmatismo les ha hecho asumirlos con naturalidad.
Otra cosa es que estemos viviendo desde hace varias décadas, especialmente tras las sucesivas crisis de este siglo, un proceso ciertamente involutivo y que resulten muy claras las amenazas que se ciernen sobre todos esos avances y que incluso se estén poniendo en riesgo los principios más básicos de la democracia. Pero esa es otra historia que no corresponde a este artículo.
Volviendo a lo que nos ocupa, en el caso de España, podemos ver una clara muestra de tales avances de manera muy reciente, aunque otra cosa muy distinta sea su repercusión en el electorado.
Los éxitos más importantes de los gobiernos de Pedro Sánchez se han dado en materias como la sensible subida del SMI, la reforma laboral, asociar las pensiones al IPC o el Ingreso Mínimo Vital por citar sólo algunos de los más trascendentes y lo han sido precisamente a propuesta de la izquierda a la izquierda del PSOE.
De no haber sido así resulta a todas luces sabido que de este PSOE jamás hubieran surgido con la misma determinación y sin embargo sus principales valedores Unidas Podemos en su día y Sumar y Podemos -hoy en solitario-, se encuentran sensiblemente en retroceso cara al electorado mientras ese mismo PSOE, aun con dificultades, sigue aguantando el tipo.
Después de las recientes elecciones europeas podría decirse que tanto Sumar como Podemos subsisten a duras penas y eso que, en el primer caso, su líder Yolanda Díaz ha estado siempre entre las políticas más valoradas y ha sido el principal artífice de importantes logros en materia laboral, uno de los grandes déficits de la sociedad española.
Incluso ante el escabroso tema de la corrupción, tan de actualidad, Sumar ha sido la única formación que ha hecho una propuesta sería al respecto exigiendo la creación de una oficina dedicada explícitamente a su persecución sin que, como era de esperar, haya tenido respuesta de los principales partidos del país y ello haya transcendido solo de manera vaga entre la opinión pública a través de algunos medios de comunicación.
La aritmética parlamentaria
La métrica y los sistemas electorales, más o menos según qué país, favorecen la concentración del voto en menos partidos. Algo que, en toda lógica, resulta apreciable en tanto en cuanto en su zona del tablero se acumulen más o menos opciones políticas.
El caso más conocido en España tras la consolidación de la democracia en la última parte del s. XX, es el del Partido Popular cuando agrupaba todo el voto de su lado del tablero desde la extrema derecha hasta el centro liberal logrando así sus mejores resultados electorales.
Los populares, durante todos esos años y hasta la aparición de Vox por su derecha y más recientemente el partido del agitador Alvise Pérez, aún más a la derecha de este último, había concentrado todo el voto entre los de arraigados franquistas y aristócratas hasta moderados liberales y democristianos.
Mientras que en la otra parte siempre han concursado, como poco, el PSOE y el PCE primero e Izquierda Unida después –esta última ya de por sí un conglomerado de formaciones políticas-, provocando una mayor dispersión en el voto y, sobre todo, en el número de representantes en el Congreso.
Todavía de manera más acentuada con la irrupción en la escena parlamentaria de Podemos, Compromis, las Mareas, los Comunes y un sinfín de formaciones políticas a lo largo y ancho de toda la geografía nacional.
De hecho el ascenso electoral del PP de los últimos tiempos que vemos tanto a nivel nacional como autonómico y municipal se debe mayoritariamente a la desaparición de Ciudadanos; un partido que si bien irrumpió en su día en la escena nacional como socio-liberal, se acabó posicionando con la derecha de tal modo que la mayor parte de sus votantes procedían del caladero popular.
Tanto o más flagrante el ascenso del PP en las pasadas elecciones catalanas al absorber todo el voto del extinto Ciudadanos. Un partido de origen catalán que hasta su desaparición había tenido mucha mayor repercusión en Cataluña que el propio Partido Popular.
El pertinaz conflicto de la izquierda
La renuncia a la socialdemocracia clásica por parte de los antiguos partidos socialistas en toda Europa occidental tras la consolidación del modelo capitalista neoliberal en la década de los 80 y la asunción de este por parte de los mismos provocó, por una parte, la desafección de su electorado tradicional y de otro la aparición de multitud de partidos en su antiguo espacio político, especialmente tras las sucesivas crisis del presente siglo.
Por otro lado, mientras para las formaciones conservadoras, como su propio apelativo indica así como para su electorado, la crítica no resulta un bien especialmente preciado viéndose esta superada por su fidelidad ideológica, en el caso de la izquierda es el exceso de crítica el que se traduce en una sensible falta de pragmatismo a la hora de aunar fuerzas en beneficio del bien común.
Lo que se traduce en una mayor desafección en el electorado de izquierdas, como prueba un magnífico estudio realizado en 2021 por el técnico de análisis de políticas públicas Nicola Tanno, «El abstencionismo electoral en España, 1977-2019. Análisis agregado de datos electorales y análisis individual de encuestas», y del que hemos extraído la siguiente tabla en la que se desglosa el porcentaje de personas que se han abstenido en diferentes procesos electorales dependiendo de su orientación ideológica y donde se aprecia de manera cristalina que dicha desafección es mucho más acusada en el electorado de izquierdas que en el de derechas:
Peor aun cuando a todo ese exceso de carga crítica se añade un celo riguroso por mantener la pureza de una doctrina inquebrantable que le aferra de manera intransigente a sus siglas.
Augusto Klappenbach, escritor y filósofo hispano argentino (1938), en su breve ensayo «La división de la izquierda», publicado en el diario Público el 27de julio de 2013, afirma en dicho sentido:
«Este fundamentalismo moral, junto con los inevitables personalismos y ambiciones personales, está en la raíz de la frecuente actitud sectaria de los partidos de izquierda, que con frecuencia exigen de los compañeros de viaje una identificación total con los principios y estrategias propias para considerarlos como tales. No se trata, por supuesto, de renunciar a los principios y caer en un oportunismo acomodaticio. Ni de olvidar las utopías, esenciales en el pensamiento de izquierdas. Ni de adherir a la siniestra doctrina del fin que justifica los medios. Sino de comprender que el objetivo de la acción política consiste en la transformación de la realidad y que la función de las ideas y principios consiste en hacerla posible. Utilizar los principios éticos para evitar el compromiso con las dificultades que entrañan las decisiones concretas necesarias para cambiar las cosas y refugiarse en el reino abstracto de las ideas implica hacerle un flaco favor a la ética».
Esa especie de guerra civilismo entre las diferentes formaciones de izquierdas ha conllevado igualmente a una desafección aun mayor de su electorado porque, como decíamos antes, los objetivos propuestos no han podido buenamente llevarse a término porque los modelos electorales perjudican de forma sensible la aglomeración de partidos en su parte correspondiente del espectro político y devenga en una baja representación parlamentaria que impide el desarrollo de sus iniciativas.
En definitiva que para buena parte de ese electorado es como tirar un voto que no va a ninguna parte o que, en todo caso, sus propuestas apenas si van a tener repercusión en el ámbito parlamentario y legislativo y menos aún en su vida diaria.
Certezas
En todo el mundo occidental ese desplazamiento del tablero político hacia posiciones tan conservadoras que ha quedado al borde del mismo los modelos progresistas tanto liberales como socialdemócratas que dibujaron la escena política tras la II Guerra Mundial y del que el Estado del Bienestar es su principal exponente, ha desfigurado completamente el mismo.
Tanto es así que a pesar de sus posiciones extremas en relación al desmantelamiento del Estado del Bienestar o en el mejor de los casos la sensible reducción del mismo además de su ensimismamiento por un modelo económico que lleva al capitalismo a sus más dramáticas consecuencias, resulta llamativo que muchos de esos partidos, como ocurre con Vox en España, se auto- ubiquen en el centro derecha, por lo que en toda lógica desde tan siniestra perspectiva a la vetusta socialdemocracia de la posguerra se le asimile con la peor versión del comunismo totalitarista.
En el colmo del desatino, en algunos casos, emparentándola incluso con las repúblicas islamistas del Oriente Próximo, calando para colmo de buen grado en esa galería de presuntos damnificados de su más ferviente electorado.
No suficiente con eso, ha sido el propio sistema en su conjunto -a través de unas infectas redes sociales, una versión absolutamente desdibujada de lo que debería ser la oratoria parlamentaria y la proliferación de medios de comunicación apabullados por su dependencia de los poderes financieros-, el que desde la irrupción en la escena política de numerosos partidos surgidos al amparo de los movimientos de indignados tras las crisis económicas y financieras de lo que va de siglo ha desatado una brutal campaña en contra de los mismos.
La suma de todos estos envites y la referida contienda entre una multitud de opciones en la izquierda, ha acabado provocando todavía una mayor desafección entre lo que debería ser su potencial electorado.
Eso, sin entrar ya –lo que sería objeto de otro análisis-, en esa carga emocional e identitaria que tan bien sabe transmitir la derecha y que es capaz de calar en todas las capas de población creando un enorme poso cultural reaccionario. Aunque ello le cause a buena parte de esa misma ciudadanía seguros perjuicios en cuestiones tan básicas y perentorias como las condiciones laborales, las pensiones y los servicios públicos.
Es lo que está ocurriendo en todo occidente y en España en particular con un PSOE sumido en su interminable viaje a ninguna parte –accidentalista que llamara hace ya muchos años el mismísimo Alfonso Guerra-, y una izquierda que se desangra enfrascada en su devenir fratricida.
En Francia ante la sorpresiva disolución de la Asamblea Nacional y la consiguiente convocatoria electoral por parte de Emmanuel Macron tras la apabullante victoria de la Rassemblement National de Marine Le Pen en las elecciones europeas, toda la izquierda se ha unido en apenas 4 días con sus 4 noches de negociaciones en un Front Populaire para competir en las urnas ante la flagrante amenaza que puede representar para la democracia y la histórica república francesa el grupo ultra derechista.
Es imposible adivinar todavía en qué resultará ello pero, por el momento las encuestas, a pesar de lo precipitado y con tan poco margen de tiempo -la primera vuelta será el próximo 30 de junio-, dicen que este nuevo Frente Popular, con propuestas claramente progresistas, puede disputarle la victoria a la que parecía invencible lideresa gala.
Pero en cualquier caso pone evidencia un camino para frenar esa dramática deriva que está llevando una vez más por los más oscuros derroteros el futuro de la humanidad y de la que no quedarán tampoco exentos de responsabilidad todos los antiguos partidos demócratas europeos.