El diccionario de la RAE define como dogma una «Proposición tenida por cierta y como principio innegable». En el caso de la teoría neoliberal que inunda todo el sistema financiero y económico actual, es el mercado el que responde a tal precepto como si de un Dios se tratara.
De ahí que ante propuestas como la de intervenir los precios de dos elementos tan básicos para la vida cotidiana como es el caso de los alimentos y la vivienda, los gurús del modelo se muestren escandalizados y con ellos toda su trama de seguidores y aduladores.
Incluso el gobierno de España, en la parte que compete al PSOE, se muestra reacio a ello a pesar de los requerimientos de sus socios de coalición y eso aún de presumir de ser el gobierno más progresista de nuestra retornada democracia.
Valga recordar de nuevo, llegado a este extremo, que fue con Albert Rivera con quién presumió Sánchez de un primer acuerdo de gobernabilidad hasta que el electorado acabó poniendo al partido en su sitio. Otra cosa es que lo fuera a pesar del mismo.
Volviendo a lo nuestro tal es el caso que el profesor de filosofía Víctor Bermúdez en «El Periódico» del pasado 22 de febrero dice:
Es por ello extraño que a las propuestas de regulación del precio de alimentos básicos o hipotecas en momentos críticos (como el presente), se conteste una y otra vez aludiendo al dogma del Mercado. ¿Por qué no se contestó del mismo modo a los bancos que, tras la crisis del 2008 (debida justamente a la falta de regulación), fueron rescatados con más de 100.000 millones del dinero de todos?
El mismísimo Rodrigo Rato será siempre recordado por aquel «es el mercado, amigo», cuando de un modo u otro intentaba justificar las tropelías y desatinos de Bankia. Tanto como cuando pedía por aquellos mismos días la CEOE «un paréntesis en el capitalismo», suplicando la ayuda del estado después de tanto despreciarlo.
Otra incoherencia del modus capitalista, del mismo modo que los liberales piden ayudas a las empresas mientras exigen rebajas de impuestos o el presidente de la patronal se sube un 9 % el sueldo hasta llegar a los 400.000 € mientras reniega de la subidas del SMI y se levanta de la mesa de los convenios colectivos cuando los sindicatos ni siquiera se atreven a pedir lo mismo.
Realidad y virtuosismo
¿Qué es entonces el mercado? Volvamos para ello a la RAE:
«Conjunto de actividades realizadas libremente por los agentes económicos sin intervención del poder público».
La pregunta entonces es evidente: ¿Dónde están los límites de ello? Para el integrismo liberal y recurriendo a otro de sus mantras la respuesta es sencilla: los que marquen las propias leyes.
Y es ahí donde, precisamente, se centra ahora el debate. Si mantener dichas leyes cuán permisivas como hasta ahora aún sus consecuencias como vimos antes, durante y después de la crisis de 2008 o remarcar los límites desde los poderes públicos.
O lo que es lo mismo mantener la ensoñación de la mano invisible del liberalismo o legislar de manera pragmática en aras de una más justa distribución de la riqueza generada entre todos en pos del bien común.
España tiene ante sí retos extraordinarios. Y resulta obvio que una mera y puntual intervención de los precios no va a poner fin a una serie de problemas de orden estructural que se remontan a decenas de años y para los que se necesita ir mucho más allá.
Pero en una situación como la actual donde en determinados sectores, de extraordinario interés público y social, el gran capital está propiciando sobremanera una coyuntura especulativa generada artificialmente en beneficio propio y en detrimento de la mayor parte de la población, no debería caber la menor duda de la necesidad de poner un tope a los precios en cuestiones vitales para la ciudadanía.
A pesar, tal como demuestran los sucesivos procesos electorales y no solo en España, que una parte importante del electorado reniegue también de ello asumiendo con naturalidad incluso los perjuicios que puedan derivarse de tales actitudes.
Pero ello forma parte de ese manido concepto de la individualidad que hemos referido en tantas ocasiones y la manera de discernir el bien y el mal a lo largo de la historia de la humanidad.