Dentro de su sección de microrrelatos, Amanece Metrópolis inicia hoy una serie de artículos bajo un título que parafrasea la famosa intervención de Francisco Umbral en aquel programa de televisión ya lejano. Así, a veces en serio y otras con un surtido de sonrisas, se irán presentando libros de reciente publicación de microrrelatistas que irrumpen con fuerza en nuestro panorama literario.
Xavier Blanco Luque nació en Barcelona, donde vive en la actualidad, aunque sus recuerdos de infancia y juventud habitan en Mataró. Tiene tres hijos. Profesionalmente se dedica a otras cosas, pero lo que más le gusta es escribir. Mantiene el blog Caleidoscopio, donde publica sus textos desde 2011.
Sus microrrelatos han sido incluidos en varias antologías y recopilatorios, entre ellos De Antología: la logia del microrrelato (Ed. Talentura, 2013) y Despojos del ReC (Bombín Rojo, 2014). Todo es mentira. Y sin embargo (Ed. Talentura, 2015) es su primer libro de microrrelatos en solitario.
El libro de Xavier contiene 104 relatos, organizados en siete bloques bajo los epígrafes Palabras que son mentira, Cosas que son mentira pero que han pasado, Pequeñas mentiras, Mentiras de verano, Mentiras de cuento, Mentiras de circo, Y sin embargo. Cada uno de ellos tiene la peculiaridad de ir prologado por un conocido microrrelatista.
Los temas que se abordan son de lo más variado y a la vez común en el género que nos ocupa: la vejez, la muerte, la pérdida, la soledad, las dudas… Pero lo que hace únicos los textos de Xavier no es la originalidad en la elección del asunto, sino la manera de abordarlo. Quizá todo el libro sea un ejercicio de papiroflexia ―que, por otra parte, está presente en los relatos Desahucio (p.48), Papiroflexia (p.53) y Origami (p. 76)―, en el sentido de que el autor despliega la verdad ―o mentira― ante el lector y va ejecutando pliegues con limpieza hasta revelarle lo que realmente latía en el corazón del papel desde el principio. Y esas revelaciones a veces nos dejan un poso de esperanza, como en Oficina de objetos perdidos (p.43) o El abuelo (p.41), o incluso una sonrisa irónica, como en Crónica de la actuación del Circo Farnesi en el país de los caníbales (p.112), Enchufe (p.148) o Detalles (p.150). Pero en la mayoría de los casos golpean duro nuestra conciencia social ―Sombras (p.26), Paréntesis (p.28), Intemperie (p.78), Sarajevo (p.145)― o hurgan en las heridas más dolorosas que puede acarrear un alma humana ―Aniversario (p.29), Olvido (p.35), El flautista (p.91) o Cuentos chinos (p.102). Y todo ello ejecutado con gran economía de medios: una sintaxis simple, sin artificio, casi desprovista de subordinadas, a base de frases cortas que se suceden con ritmo de disparo de francotirador, y un léxico en las antípodas del barroquismo, excepto quizá en algún relato de Mentiras de circo.
Pasen y lean. El anticipo de la función no les dejará indiferentes.
Ru(t)inas de Circo
Cada día transitamos idéntico camino: nos vestimos, nos maquillamos y salimos a escena. Luego saludamos y representamos nuestra función. Cada día el mismo disfraz, la misma careta, similares trucos, pero no hay magia, no hay aplausos, no hay público. Cada día, uno análogo al otro, lo hacemos sin carpa, sin pista, sin luces. Nada se conoce, todo se imagina. No hay nadie, ni siquiera estamos nosotros, pero salimos.
En el geriátrico (Carta a los Reyes Magos)
Para el Marcelino unos hijos, aunque vivan lejos y solo puedan venir a visitarlo los domingos alternos. Que le acaricien las mejillas y le regalen recuerdos. Muchos recuerdos. A la Manuela unos ojos azules para que pueda ver el mar. También el cielo. Un corazón al Eulogio y una caja de mariposas para el estómago. Que la vida lo trató muy mal. Calmantes para atenuar tanta soledad. Y besos. Los besos son para todos. A mí una peluca azul y una nariz de payaso, para sacarle una risa a la Rosario. Una risa grande, muy grande. Que nunca lo consigo.
Eso es todo.
Sólo palabras
No podía dormir. Me levanté en la noche y, sin encender la luz, me dirigí al balcón. Habían florecido las palabras que planté en las macetas. Por ejemplo el verbo gritar. Las palabras solo sirven para atenuar el dolor. El dolor no sirve para nada. Las recogí y las lancé sobre el asfalto, una detrás de otra, como una lluvia de confetis. Contemplé a los niños mientras dormían. Intenté conciliar el sueño. También pensar en una historia absurda: si eres una oveja y tienes insomnio, ni siquiera puedes contar ovejas. Sería un sinsentido. Da igual que seas una oveja blanca o una oveja negra. No hay distinción.
No puedo dormir. Aquí sentada las horas fluyen y el tic-tac sigue prisionero en su esfera. Tal vez la sombra del lobo se esconda detrás de las manecillas. Florecieron las palabras, eso fue lo que ocurrió.
He podido escuchar tu respiración entrecortada, he acariciado el contorno de tu cara en la almohada. Luego me he despertado y no estabas a mi lado. He visto los armarios vacíos y una grieta en el comedor que supuraba tu ausencia. Las palabras germinaron con espinas. Por ejemplo la palabra miedo. También el verbo llorar.
Cuentos chinos
Siempre nos toca leer la misma página: mamá sale de casa a media tarde, disfrazada de princesa, y regresa, con la noche, en su calabaza; se descalza y, entre lágrimas, cuenta los billetes que ha ganado. Papá sacia la espera bebiendo una copa tras otra del brebaje mágico. Después, con los ojos enrojecidos y el aliento de fuego, se convierte en dragón, en ogro, o en lobo feroz.
Nosotros, escondidos bajo la cama, soñamos con extraviarnos en el bosque. Soñamos que los pájaros se comen las migas. Soñamos con no encontrar el camino, con perdernos para siempre.