El ensayo que voy a comentar, y que está tan relacionado con algunos de los aspectos del ilusionista mencionado en el título, La discreción o el arte de desaparecer, del filósofo Pierre Zaoui[1] ZAOUI, Pierre: La discreción o el arte de desaparecer. Traducción de Tabita Peralta. Arpa, Barcelona, 2017, me ha traído el recuerdo de un deseo infantil: el de ser el Gran Houdini, el maestro del escapismo. En realidad Houdini, también en esto era un virtuoso de la desaparición, no era Houdini, sino Erik Weisz, un judío húngaro hijo de Cecilia Steiner y del rabino Mayer Samuel Weisz[2]HOUDINI, Harry: Cómo hacer bien el mal. Introducción de Arthur Conan Doyle y traducción de Alicia Frieyro. Capitán Swing, Madrid, 2013. Como veremos, este ensayo se ocupa de un deseo paradójico. Nada menos que el de ser el Gran Houdini pero sin público. ¿Cómo de paradójico? ¿Hemos unido algo tal vez artificioso a la figura de este legendario ilusionista? Puede que no, Houdini/Weiscz no sólo era dos sino que de alguna manera estuvo toda la vida confrontado con esa dualidad del engaño. Se sabe que protagonizó toda una campaña de desprestigio hacia los mediums y los magos psíquicos.
De hecho, algunos de sus trucos más aplaudidos, como el de la desaparición con metamorfosis, tenían como objeto mostrar hasta qué punto desaparecer forma parte de un truco que puede ser devuelto a la inmanencia. Pues bien, si algo tiene de característico Zaoui es su intento de una lectura inmanente, en cierto modo despojada de cualquier llamada simplista a la trascendencia. Esto puede parecer de entrada más complejo, puesto que no tiene reparos en comentar la cábala hebrea de Isaac Luria o la mística cristiana de Meister Eckhart para conseguir sus objetivos. Pero el filósofo desarma a los místicos, ya que de lo que se trata es de delinear el arte de la discreción, que no es otro que el de suspender por un instante la presión y puede que la esclavitud de nuestra presencia ante los demás. Estamos cansados de nosotros mismos y cansamos a los otros, como si el mundo dependiese demasiado y por demasiado tiempo de nuestra presencia, de nuestro protagonismo y de la ansiosa búsqueda de la centralidad que parece en todo momento dirigir nuestros pasos.
Pero esto no se hace en detrimento ni de uno mismo, en ese sentido habría que distinguir la discreción de la mera negatividad o del deseo de muerte. Se trata de una equivocidad casi ontológica, «puesto que hacerse discreto es a la vez salir del juego de las apariencias y prestar atención, retirarse del mundo y dejarlo ser. La discreción retira todo su ser a las apariencias solo para restituirlo íntegramente. Equivocidad, en fin, del afecto, porque la discreción es tanto un afecto como un comportamiento: por un lado el sufrimiento de ser tan discreto, casi una desesperanza; por el otro una alegría, una gran paz en el corazón mismo de una batalla perpetua» (p. 22).
Nada hay extremoso en el ensayo de Zaoui. Ser discreto no consiste en apelar a alguna trascendencia fuera del mundo, ni siquiera a ningún valor superlativo que cancele los valores de la inmanencia. La discreción consiste en ausentarse para que el mundo pueda seguir siendo durante un instante sin mí. Porque, en efecto, una característica fundamental de la experiencia que intenta describir el pensador, es la de su brevedad. Es verdad que por un momento, mas somos dichosos sólo por sustracción. Se trata de estar sin imponerse, de entregarse sin exhibirse, de percibir sin dominar. A esa naturaleza tan grácil de la discreción la entendemos, la pensamos y la vivimos mejor, si tomamos como un ejemplo perfecto de ella la escena por completo hogareña y burguesa de un progenitor que se acerca con sigilo al cuarto de juego de los niños, y los observa por un momento, seguro y confiado, sin que ellos se den cuenta de su presencia. No durante el tiempo que dura esta corta hazaña de la discreción.
Nos dice Zaoui, para redondear su fenomenología de la discreción, que el anhelo de desaparecer no es el deseo de no ser. Pese a esa ambigüedad que reconoce en ello el esquema nietzscheano de la voluntad de poder, porque a veces el querer que no se confunde con el no querer liso y llano, lo que el discreto redime con su actitud es el carácter discontinuo de la vida. Así que este arte es también una moral de la finitud: «Gozar por ser discreto es aceptar de antemano que no se podrá gozar eternamente. Es renunciar por las buenas, y con gran alegría, a la vida eterna y homogénea, fuente de tantos deseos mortíferos» (p. 133).
Volvamos sin embargo a la imagen doméstica, casi un cliché de la idea de satisfecho bienestar, del progenitor observando a los niños. Haremos bien en describirla como una imagen burguesa, si no fuera porque es la vida burguesa misma, la presión de la urgencia metropolitana, la que la dificulta. La que hace casi imposible este punto de pausa. Este retiro del mundo y de los imperativos de la comunidad, que es, Zaoui no deja de repetirlo, aquello que todavía permite su salvaguarda. Para que el mundo sea nos deshacemos por un rato del mundo. Se trata con la discreción de alcanzar una suerte de libertad impersonal, como cuando nos perdemos entre la multitud. Y aquí menciona el tiqqum olan, ese mandato místico cabalístico de la reparación del mundo. Porque reparamos al evadirnos de lo reparado. La discreción se emparentaría con la serenidad, con ese dejar que sea el ser, que es también un dejarse. Eso que Eckhart llamaría Gelâzenheit, y que en alemán normalizado de Martin Heidegger se escribe Gelassenheit. Esto que nosotros traduciremos, para mantener el sabor arcaico, como dexamiento, igual que hiciesen los herejes alumbrados de Guadalajara y Toledo.
Aunque se trata de una publicación contemporánea, con la que posee tantas similitudes, una lectura atenta del tal vez mucho más exitoso ensayo del sociólogo David Le Breton, Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea,[3]LE BRETON, David: Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea. Traducción de Hugo Castignani. Siruela, Madrid, 2016nos permite señalar notables diferencias y comprender así mejor el ensayo del filósofo. Le Breton se propone nada menos que analizar y describir las estrategias para aliviar la tensión de nuestro nuevo malestar cultural, con demandas de performatividad cada vez más exageradas y con un incansable trabajo de reprogramación identitaria. A partir de allí el genio de Le Breton consiste en mostrar innúmeras prácticas de riesgo, en especial entre los adolescentes -dado que las ejecuciones narrativas del yo son todavía más ansiógenas. Por ejemplo, donde Zaoui recuerda el anónimo deleite del flâneur, Le Breton diseccionará los pasos del runaway teen, sometido a toda suerte de abusos eventuales y a una peligrosa exposición.
Tal vez estamos ante el escapismo como un nuevo paradigma de nuestra civilización.
Título: La discreción o el arte de desaparecer |
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Referencias
↑1 | ZAOUI, Pierre: La discreción o el arte de desaparecer. Traducción de Tabita Peralta. Arpa, Barcelona, 2017 |
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↑2 | HOUDINI, Harry: Cómo hacer bien el mal. Introducción de Arthur Conan Doyle y traducción de Alicia Frieyro. Capitán Swing, Madrid, 2013 |
↑3 | LE BRETON, David: Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea. Traducción de Hugo Castignani. Siruela, Madrid, 2016 |
[…] páginas, ya lo hice a propósito de su ensayo «Desaparecer de sí», que leía entonces con el de Pierre Zaoui sobre la discreción.[1]GARCÍA CAPARRÓS, Julio: Ser el Gran Houdini sin público, en Amanece […]