Dicen que la experiencia es un grado y debe ser que por eso se lo han tomado tan al pie de la letra Felipe González y José Mª. Aznar que ya solo les falta a ambos soltarnos cuando no una reprimenda, un cachete en el culete. En otros casos quizá pudiera servirles una mirada atrás pero mucho me temo que en el suyo la ceguera de su retórica les impide ver con meridiana claridad que «de aquellos barros estos lodos».
Y es que, por mucho que quiera disimularlo, si bien los 14 años de gobierno de Felipe González dieron para mucho, bien es cierto que ni supo, ni quiso afrontar muchos de los retos que necesitaba una España anclada buena parte en el pasado. Ni la tan controvertida en su día reconversión industrial dio sus frutos debidos –y no quita que por estos lares ya era hora de dejar de martillear un yunque a porrazos-, ni la comunión con la Unión Europea –a pesar de sus indudables aportaciones-, fue suficiente para equiparar este país en cuestiones tan básicas como educación, salarios, servicios públicos, etc. con los de su entorno.
Salvo cuando se mira desde lo más alto, si no que se lo digan a los herederos de muchas de aquellas familias que durante el régimen se enriquecieron a la sombra del mismo y hoy siguen liderando buena parte de las grandes empresas españolas que todavía siguen haciendo de su capa un sayo casi del mismo modo que desde entonces. Pero eso sí, una vez reconvertidos en demócratas de toda la vida durante la Transición y adaptándose a los nuevos tiempos que habrían de venir.
Poco o nada hicieron Felipe González y sus variados séquitos por liquidar la corrupción inherente al régimen anterior -como en todos los de carácter autocrático-, sí no que incluso se acabaron sumando a la misma haciendo suyos buena parte de sus vicios y quedando así a merced de la oligarquía tradicional y conservadora de siempre.
Del ínclito Aznar, aquel que hablaba en catalán en la intimidad de la Moncloa, valga decir que tejió alrededor suyo un siniestro clan de personajes, magníficamente representados en la boda de su hija a la que sólo falto que Coppola echará mano en una nueva versión de El Padrino. Junto a Rato ambos obraron lo que, a mayor gloria de los mismos, algunos denominaron «el milagro económico español», que en lo que verdaderamente consistió fue convertir España en un solar para amparados en una extraordinaria burbuja financiera poner en marcha la mayor burbuja inmobiliaria de su historia.
Por último, de su periplo como embajador de la guerra de Irak sólo decir que por mucho que lo siga defendiendo el propio Aznar, tras semejante debacle, el mundo no es un sitio mejor para vivir después de Sadam Hussein. Lo que ha quedado sobradamente probado al cabo del tiempo tras declararse en su día el enésimo incendio de Oriente Medio de forma tan insensata como injustificada.
Así que, en definitiva, más vale que en vez de dar tantas lecciones de dignidad, se fueran de una vez los dos ex-presidentes a sus respectivas casas, sigan disfrutando de sus pagas vitalicias y de las rentas que les ha proporcionado tan prestigioso currículum y que tantas puertas giratorias les ha permitido traspasar.