Ante un nuevo tema el crítico accidental ha de calibrar qué puede aportar realmente y en qué terrenos no tiene nada que decir o sólo le cabría engolar la voz falsamente.
Ni de lejos conozco la filmografía de Frederick Wiseman con rigor. He podido hacerlo, pero francamente tenía otras cosas (ni si quiera mejores) que hacer.
Pero ¿qué es lo que me resulta tan significativo de las películas que conozco de Wiseman?, ¿por qué es un cineasta de referencia profundamente vinculado no sólo a mis ideas (o ideales), a mis placeres sino también a mi profunda experiencia personal?.
Este artículo nació como una crítica a “National gallery”, un estreno del mes de marzo distribuido por Surtsey que a día 3 de julio han visto más de 10.000 espectadores, a punto de igualar los 12.000 que en el año 2011 vieron el anterior estreno de Wiseman en España “La danse”, distribuida por Karma.
Ése es el techo minoritario en el que nos estamos moviendo, a pesar del tremendo prestigio de Wiseman, un documentalista que debutó a finales de los años 60 con “Titicut follies”, entorno a una institución mental, y que no ha dejado de filmar primordialmente instituciones a lo largo de los últimos casi 50 años de carrera.
Vayamos dando saltos a lo “Memento” desde el final. “National gallery”. ¿Qué es?. A mi me maravilla y me desconcierta porque no es exactamente lo que esperaba y no creo que Wiseman pueda repetir una apuesta en ese sentido.
De él conocía su filmación del corazón de las instituciones, cómo funcionan, cómo se relacionan sus órganos entre sí, cómo avanzan en el día a día.
Algo de eso hay en “National gallery”, pero ocupa un papel secundario.
Wiseman filma la institución pública mediante uno de sus últimos grandes intereses, su heroicidad económica en la encrucijada del neoliberalismo (y eso que incluso en un país tan neoliberal como Gran Bretaña sigue existiendo una envidiable cultura de la institución pública), pero le acaba desbordando el descubrimiento de la inmensa matrioska que es el museo de Trafalgar Square.
Como si fuera el prólogo de la “Magnolia” de Paul Thomas Anderson, como si fuera una película de Scorsese, o cualquier narración radiantemente postmoderna, durante tres hermosísimas, excitantes y agotadoras horas, Wiseman nos pasea por la intrahistoria del Arte.
La interpretación más juguetona, imaginativa y poética de los cuadros (lo de Sansón y Dalila como película de espías ya es historia del cine), el tema de la conservación, el juego con la luz para su correcta exposición y su relación con el propio cuadro (pintado en un siglo sin luz eléctrica), anécdotas, detalles, reflexiones… El brillante mosaico y el prodigioso didactismo de esta obra de Wiseman es infinito, y ningún amante de que le cuenten historias, ya ni si quiera digo del Arte, puede quedar indiferente.
Mientras otros buscan historias en su propia y discutible originalidad, Wiseman nos trae las que existen y existían, las que laten gozosas y expectantes ante nuestra mirada sin si quiera pagar más entrada que la voluntad, literal y metafóricamente. Historias que miramos y que nos miran desde tiempos inmemoriales. Mirar y ser mirado.
Si que puede resultar algo frustrante para el experto, tanto como un documental cinéfilo en el que te cuentan el doblaje español de “Mogambo”, pero para el neófito es una de las películas de la década.
Anteriormente sí que había visto algo en la línea de lo que yo creo que es o lo que yo conozco de Wiseman. “At Berkeley”. Cuatro horas por las arterias de esta universidad pública (a pesar de lo cara que es la matrícula), que intenta mantener la excelencia dentro de sus limitaciones presupuestarias.
Un templo de difusión de la enseñanza, el conocimiento y el progreso radiografiado en cuatro apasionantes horas que pasan en un suspiro. Cuatro horas llenas de contradicciones, debates, zonas oscuras y luminosas. Cuatro horas que hablan de esta universidad y de la actual coyuntura occidental. De la tensión entre oficio y beneficio. «At Berkeley» ha vuelto, no sé por cuanto tiempo, a filmin, la plataforma digital que nos la presentó durante la primavera del año pasado en el marco del Atlántida Film Festival. No se la pierdan. Dedíquenle cuatro horas. Por Dios.
Y antes la película con la que Wiseman llegaba casi 50 años después a las pantallas españolas “La danse”. Llegó “La danse” porque se estaba hablando de ella en internet, como llegaron tantas películas de tantos directores. Las descargas han sido enormes catalizadoras de un sinfín de estrenos y de la llegada de muchos directores a los circuitos comerciales de los que antes nada se sabía. Esto hay que decirlo y repetirlo una y otra vez. Artículo a artículo. Pese a quien pese, duele a quien duela.
“La danse”, como “Ne change rien” de Pedro Costa, en una sociedad entregada al talent show, es una necesaria reivindicación del Arte como un trabajo, como una profesión que exige disciplina, constancia y que por tanto como profesión ni si quiera está exenta de sus conflictos laborales.
Y esta radiografía del ballet de la Opera de París fue complementada con otro trabajo en el mismo sentido, «Crazy horse», sobre el famoso cabaret de París.
Estas muestras de su última producción, con ese auspicio envidiable de PBS, la tele pública de EEUU, tienen en común algo que quizás moleste o incomode a los ideológos de la institución como mecanismo represor que quizás aplaudieran a Wiseman en el pasado. Un Wiseman que declara haber podido acabar en la cárcel con algunas de las películas que ha filmado
Ahora el foco lo ocupan instituciones públicas, que aún con el yugo de la financiación, son creadoras de belleza. Lo más rudimentarios mecanismos de crítica marxista pueden hablar de ablandamiento, pero quizás se trata de un nuevo enfoque combativo.
La eterna constatación de los medios represores no es prescindible, pero quizás sean necesarias otras miradas combativas que evidencien la capacidad del ser humano y de las sociedades en las que nos vertebramos y fluyen nuestras vidas para crear belleza, aún luchando contra viento y marea.
No es optimismo, es inteligencia adaptativa, es filmar la resistencia y no sólo la agresión. Aunque sea una resistencia ambivalente, difusa o derrotada.
Y Wiseman tiene buen ojo, porque cuando escribo esto yo llevo diez meses viendo (mirando) un colegio de infantil y primaria por dentro, rincón por rincón, persona a persona, lucha a lucha. contradicción a contradicción. Y diez meses después estoy íntimamente convencido de que en cuanto al latir de las instituciones, en cuanto al heroísmo diario en la creación de belleza y sublimación del carácter represor de la institución, el señor Wiseman ha sentado verdadera e inmortal cátedra en esos asuntos nada banales ni intrascendentes.
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