Antes de desearles un feliz verano, no estaría de más algunas reflexiones sobre esa persistente realidad marcada por los numerosos problemas que se le acumulan a la sociedad actual.
Tras una II Guerra Mundial que sacudió millones de conciencias, se rediseño un modelo político y económico basado en la democracia, la libertad y el bien común –el estado del bienestar-, en aras de evitar que volvieran a darse las condiciones que llevaron a la guerra.
Es el eterno conflicto cultural entre el individualismo que domina la escena desde los ochenta del siglo pasado y aquel concepto de solidaridad que alumbro la posguerra y parece repudiado hoy día incluso por muchos de los que padecen los excesos de la versión más fundamentalista del capitalismo.
Una solidaridad vilipendiada en tal extremo que al albor de sucesos tan trágicos como la guerra de Ucrania o, por estos lares, la gravedad de los incendios forestales, han vuelto a poner en la picota las estrategias medioambientales ante las evidencias de una crisis climática que pone en riesgo a toda la humanidad.
A resultas, unas alteraciones en el clima que darán de paso y de manera inminente a una ola de desesperados y masivos flujos migratorios con millones de personas de por medio que, una vez exoneradas de sus recursos por las grandes naciones del norte, huyen desde el sur acuciadas por las incesantes sequías y unas insufribles condiciones de vida para la raza humana.
Por pesimista que resulte la introducción lo cierto es que cada vez queda menos margen y menos resquicios para salir de esa modorra a la que «el yo», un consumismo desaforado y una perniciosa obsesión por el crecimiento perpetuo han abocado a la humanidad en un mundo de recursos finitos.
Una pandemia irresuelta y otras amenazas
Cuando todavía no se ha conseguido dar una respuesta definitiva a la pandemia del coronavirus, nuevas amenazas se ciernen como la viruela del mono tras su declaración por la OMS «emergencia de salud internacional».
Por contra unos depauperados servicios públicos de salud, consecuencia del modelo económico neoliberal dominante desde hace décadas, que han quedado evidenciados por la pandemia con el resultado de millones de víctimas.
Aún queda por ver si las iniciativas aunque débiles pero en sentido contrario que alumbraron los próceres comunitarios tras tan escabroso suceso no quedan relegadas a un segundo plano ante una situación internacional marcadas por la guerra de Ucrania y un inusual proceso inflacionario.
La guerra
No se antoja, ni desde las huestes del vetusto imperio ruso que pretende revivir Vladimir Putin, ni desde las filas occidentales más interesadas en el resurgir de otra Guerra Fría bajo la tutela de los EE.UU., un desenlace próximo para la guerra de Ucrania.
A decir de los analistas internacionales Ucrania hace tiempo que perdió toda su capacidad militar propia y resiste única y exclusivamente por el material suministrado desde occidente. Sin embargo, la propaganda de ambos bandos, por muy obvio que parezca que nos encontremos en «el lado bueno de la historia», nos impide ver con claridad el devenir de los acontecimientos.
Y aunque, a tenor de dicha propaganda, se nos intente inculcar que es Ucrania la que va ganando el conflicto, la realidad que salta a la vista es que está sufriendo unos costes incalculables tanto en vidas humanas como materiales y que, ante la ineptitud de todas las partes implicadas por hallar una solución pactada al mismo, la cosa va para largo en un alarde de destrucción propio de la habitual estrategia de «tierra quemada» del ejército ruso y de los intereses geoestratégicos de cada parte.
Al menos, estos últimos días, se han conseguido liberar buena parte de las ingentes reservas de cereales ucranianas destinadas al continente africano en aras de aplacar el hambre en una zona aún más castigada de lo habitual, precisamente, por las sofocantes derivas del cambio climático.
La batalla de la inflación
Como ya veíamos en un artículo anterior, el actual periodo inflacionario se ha desatado en todo el mundo por dos razones fundamentales. La primera, consecuencia del largo parón provocado por la persistencia de la pandemia que ha incrementado el ahorro de la ciudadanía para acto seguido hacer uso del mismo.
En segundo lugar, por la deriva especulativa que han acometido las grandes compañías energéticas aprovechando la coyuntura aumentado su margen de beneficio, los movimientos igualmente especulativos derivados de la guerra de Ucrania y los cuellos de botella que lastran las importaciones de los centros de producción masiva en extremo oriente.
Lejos de una temporal intervención de los precios, una medida que de momento parece lejos de entrar en los planes de la Unión Europea, las recomendaciones de las principales instituciones como la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y la OCDE pasan por una subida de los tipos de interés en aras de recortar el gasto disponible a las familias, por las ayudas sobrevenidas por parte de las diferentes administraciones públicas y el mantenimiento de las cargas fiscales en pos de esto último.
Esa es la línea que, por el momento, ha aplicado el gobierno de España, además de crear un nuevo impuesto temporal para las energéticas y la banca a cuenta de sus enormes beneficios, con el presunto control sobre las mismas para que no los repercutan a los consumidores. Todo ello también con la intención de sufragar las ayudas necesarias se precisen.
Queda por ver el resultado de tales acciones.
Italia y el paradigma
Como Ángela Merkel, el italiano Mario Draghi hace tiempo que había cambiado su perfil de halcón tras los estragos causados por las políticas de ambos en la crisis de 2008 y la forma de afrontar la misma.
No en vano al impuesto que pretende implantar el gobierno de España a la banca y las compañías energéticas por sus llamados «beneficios caídos del cielo», se le conoce ya en Europa por el «impuesto Draghi», por ser el primero que lo implantara en el continente hace unos meses.
Pero Italia es Italia y su historia está marcada por una inestabilidad política tan arraigada que hace que desde la IIGM ni un solo gobierno haya podido completar una legislatura. El de Draghi no iba a ser la excepción y con el van 67 desde que terminara la guerra, lo que da una media de poco más de un año de permanencia para cada uno.
En esta ocasión ha sido un errático Movimiento 5S el detonante del fracaso del gobierno. Lo peor de todo, de cumplirse los vaticinios cara a las elecciones convocadas para el próximo mes de Septiembre, es que Giorgia Meloni, líder del partido pos fascista «Fratelli D’Italia», más a la derecha del mismísimo Salvini y del incombustible Berlusconi, es quien tiene más número de papeletas para alzarse con la victoria.
De darse el caso ya serían tres países en el seno de la U.E. que sufrirían una involución democrática: la Polonia de Mateusz Morawiecki, Hungría con Viktor Orbán a la cabeza y ahora nada menos que la tercera potencia económica de la Unión como es Italia.
Ya de por sí los quebraderos de cabeza que le están produciendo a la UE Polonia y Hungría ni que decir tiene lo que podría significar la incorporación a tan impostado club de Italia por cuanto a sus capacidades e influencias en el resto del continente.
Y con un Trump o aún peores en alza en EE.UU. la cosa no pinta nada bien en materia de libertades, derechos humanos y no digamos ya en cuanto a cuestiones sociales y la amenaza climática de la que son todos ellos conocidos negacionistas. Además de sus conocidas simpatías por tipos de la calaña de Putin.
Por cierto que en España, hace tiempo que a Vox se le quedaron cortas las propuestas, modos y maneras de fenómenos como el de Marine Le Pen o el propio Salvini tal como vimos en las pasadas elecciones francesas y andaluzas. El partido de Santiago Abascal se encuentra más cómodo con opciones aún más extremistas como las de Érich Zemmour en Francia o la citada Meloni en Italia.
La crisis del periodismo
Cada vez está puesto más en duda el papel de las redes sociales por su carácter inflamable, los bulos, las noticias falsas y como, a pesar de eso, se han convertido en el principal medio de comunicación y lo que es peor «de desinformación» para millones de personas.
Pero lo que más ha sorprendido estos últimos meses ha sido como los llamados medios de comunicación «fiables», prensa, radio y televisión, se han transformado también, al menos en parte, en otro estercolero.
Hace tiempo que algunas tertulias se habían convertido más en un espectáculo televisivo que un espacio de debate. La irrupción de conocidos personajes de una prensa donde prima más el sensacionalismo que el análisis o tan siquiera la veracidad ha convertido las mismas en un auténtico gallinero donde el griterío y la ordinariez sobresalen por encima de la propia noticia.
Algunos periodistas, de los más respetables y respetados, independientemente de su orientación política han sido criticados por participar en esa parodia de tertulias, ante lo cual esgrimen en su defensa que lo hacen por dar visibilidad a sus medios y por servir de contrapeso a tanta ignominia. Argumentos como poco discutibles.
La gota que ha colmado el vaso ha sido el caso de «Al rojo vivo», un programa que, con sus defectos y virtudes, se postulaba como paradigma de la información y, sin embargo, han quedado al descubierto sus maniobras para poner en la picota de manera premeditada, con informaciones a sabiendas de que eran falsas, a una determinada opción política.
A saber cuántos casos habrán podido darse en el mismo sentido o en cualquier otro.
No es fácil, a estas alturas del metraje, dar con un debate donde dicha veracidad y una labor analítica sosegada sean sus principales premisas, por mucho que se justifique ello en la inmediatez y la continua sucesión de noticias.
Tampoco ayuda la baja y mala ralea de algunos políticos pero si no ponen remedio a esto los propios medios, acabarán formando parte de ese mismo caldo de cultivo para la anti política y sus interesados auspiciadores.
No en vano, según el informe anual del Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo que a través de 3.700 expertos repartidos por todo el mundo analiza el estado de las democracias y la deriva de las autocracias en sus diferentes formas, afirma que estas últimas en 2021 alcanzaban ya al 70 % de la población mundial cuando hace solo diez años representaba el 49 %.
Lo que le lleva a la institución, entre otras, a dos alarmantes conclusiones. En primer lugar que «La expansión masiva de los derechos y libertades democráticas que comenzó al final de la Guerra Fría se ha perdido».
En segundo lugar que «el conocimiento político de los ciudadanos es la base de una democracia representativa» en tanto que la desinformación lo que pretende es «distorsionar las opiniones de la gente, socavar la responsabilidad de los gobernantes y promover la polarización», con la intención de minar el modelo democrático.
Política y políticos
La crisis de 2008 dio lugar a dos circunstancias muy significativas. Por una parte la vuelta a la política de muchas personas que advirtieron de la necesidad de la misma ante las numerosas fallas que había propiciado el modelo neoliberal y de otra lo que, aferrados al mismo, promovieron un todavía mayor desentendimiento de ésta desarrollando un poderoso caldo de cultivo para movimientos próximos al fascismo que se creían desaparecidos o sin ninguna relevancia tras la IIGM.
En aras de ello y por poner solo un ejemplo en el caso de España, cuajo de tal manera el bulo de que en nuestro país había la disparatada cifra de 445.000 políticos que hasta algunas celebridades se hicieron eco del caso sin entrar a cuestionar los datos.
Numerosos desmentidos al respecto, ni siquiera los procedentes de un medio tan poco sospechoso como el ABC que situaba dicha cifra en torno a los 80.000, incluidos entre ellos hasta sus tan manido «asesores» pudieron desacreditar semejante escarnio.
Aún más cuando la mayor parte de esa cifra, más de 68.000, la forman los concejales de los más de 8.000 ayuntamientos existentes en España de los cuales la inmensa mayoría no cobran sueldo público alguno.
Pero ninguna de estas afirmaciones por mucho que puedan demostrarse es capaz de calar del mismo modo en esa parte de la opinión pública desconfiada, lastrada por las penalizaciones del sistema, que ha hecho de las redes sociales su principal medio de comunicación y menos aún en esa otra que abducida por las mismas sacan a la luz los instintos más reaccionarios de la especie humana como el racismo, la xenofobia o el patrioterismo más rancio.
Ni a la política ni a los políticos se les pueden achacar en términos absolutos todos los males de nuestro tiempo. A la primera porque ha sido y debe ser la respuesta a nuestras principales demandas y a los segundos porque no son más que el reflejo del mismo.
Hoy, como acreditan las encuestas, se echan en falta políticos con altura de miras como lo fueron, entre otros muchos, los padres fundadores de la UE -Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi, Spaak, etcétera-, o personajes tan carismáticos como Willy Brandt, Olof Palme o JFK y Salvador Allende al otro lado del Atlántico.
Liberales, democristianos y socialistas que, identificados con su contexto histórico, intentaron promover un mundo mejor para todos, aunque no anduvieran exento de errores. El principal de ellos su falta de sensibilidad para con el tercer mundo.
Pero las crisis petroleras de los 70 dieron paso a un modelo económico y social muy alejado de la idea del bien común de las décadas precedentes. El culto al individualismo, el menosprecio por lo público y el desarrollo de una economía basada en la especulación, la deslocalización y el casino financiero pasaron a ser los pilares de la sociedad actual.
De aquellos barros estos lodos y el perfil del político actual responde en buena parte a ese mismo modelo.
España, presa de un arquetipo laboral y social de carácter caciquil desde tiempos remotos se incorporó al resto del mundo durante la metamorfosis de un modelo a otro haciendo más difícil, con un pasado de tal índole y de tan alto calado en muchas capas de población, la habilitación de políticos dispuestos a revertir el sistema, más allá de lo mínimamente exigible, capaces de resistirse al ominoso poder del establishment.
Pero, en cualquier caso, hemos de ser conscientes que sólo desde la política podremos reconducir situaciones tan difíciles como la que se nos presentan y de las que en todo caso, con nuestras propias decisiones, acabaremos siendo también cómplices.
No solo por nosotros mismos sino por el futuro de los que nos siguen.
A pesar de todo, que sean felices.