Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. La noche electoral la pasó acompañado de su familia y sus amigos, entre ellos, los más allegados: Eduardo Bolsonaro, Nigel Farage y Elon Musk.
Allende de los mares sus respetados Vladimir Putin y Kim Jong-Un, a los que Trump admira por gobernar Rusia y Corea del Norte con mano de hierro, como ha repetido públicamente en numerosas ocasiones. Del mismo modo que en la intimidad y a decir de algunos de sus otrora defenestrados colaboradores, elogia la pericia de los secuaces de Adolf Hitler.
Durante la campaña y a lo largo de estos últimos cuatro años, Trump ha insistido reiteradamente en que si recuperaba la presidencia indultaría a sus seguidores que asaltaron el Capitolio en 2021, mandaría a la cárcel a sus críticos y usaría el ejército para controlar a sus «presuntos», enemigos internos si fuera necesario.
Estos párrafos son, por sí solos, más que suficientes para hacernos una idea de los modos y maneras del nuevo presidente electo de los EE.UU.
Trump, además, ya ha venido avisando que no va a ser víctima de la inexperiencia como le ocurriera en su primera etapa en la Casa Blanca. Ello le llevó entonces, tras su sorprendente victoria, a contar de colaboradores a los habituales tecnócratas republicanos de Washington. De ahí que estos fueran pasando, unos tras otros, con una celeridad como no se había dado en ningún otro gabinete.
En esta ocasión ya nos ha advertido el magnate neoyorquino que contará en su administración con sus amigos más íntimos, de su más completa confianza. Además va a contar con mayoría absoluta en el Senado y es casi seguro que la tenga también en la Cámara de Representantes. O lo que es lo mismo va a contar con un poder omnímodo.
Entre elegir a una fiscal o un condenado con numerosos procesos judiciales pendientes, en esta ocasión incluso con la mayoría del voto popular, el pueblo estadounidense ha elegido lo segundo. Qué contradicciones nos da la vida.
Es el triunfo indiscutible del neoliberalismo, una forma de entender la economía y la vida misma donde el «todo vale», para acumular dinero y poder, es el centro de todo. Y Trump, su trayectoria y sus propuestas, son el principal exponente de ello.
Lo peor, es que no podemos sorprendernos de algo que venimos avisando desde hace tiempo y es que esa visión de la sociedad de los últimos 40 años, desde la perspectiva más radical del capitalismo, sólo podía acabar en esto.
El mundo trepida pero hay que reconocer que estamos ante el resultado de la nefasta gestión de la política y la economía durante las últimas décadas para las clases medias y bajas.
¿Por qué Trump?
«Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta»
(Frase atribuida a Franklin Delano Roosevelt, sobre el dictador nicaragüense Tacho Somoza)
El porqué de que una figura como Donald Trump haya alcanzado de nuevo la presidencia de los EE.UU. aun a sabiendas que se trata de un narcisista malhumorado, bravucón, imprevisible, tan mentiroso como prepotente, perseguido por la justicia y capaz de promover un golpe de estado tras su anterior derrota en las urnas es una cuestión más que conocida por lo que sorprende aún más que, en todo este tiempo, el Partido Demócrata no haya sabido contrarrestarla.
La estrategia demócrata ha fallado estrepitosamente de la misma manera que le ha ocurrido a los tradicionales partidos socialdemócratas y liberales europeos los últimos años. Aunque algunos de estos últimos, como en el caso de España, vayan salvando los muebles a costa de asumir muchas de las propuestas que por su derecha vienen promoviendo sus nuevos adversarios políticos, aduladores del trumpismo y el putinismo en el continente.
Ya no es suficiente, sobre todo para la socialdemocracia o lo poco que queda de ella, basar la estrategia electoral en los peligros que representa la ultra derecha sino que el pueblo quiere respuestas a sus problemas y sus partidos de siempre son incapaces de dárselas.
No basta con el miedo. El miedo es un recurso insuficiente que, además, demuestra todavía menos aptitudes en los que pretenden gobernar. Mucho más allá del recurso al miedo el favor de la ciudadanía se gana con acciones contundentes en beneficio del conjunto de la misma.
En la otra orilla del Atlántico, el Partido Demócrata se ha visto superado por una población agotada que le ha traído como consecuencia la pérdida de más de 14 millones de votos, lo que ha sido suficiente para que los republicanos, aun con 2 millones menos que en los anteriores comicios, hayan arrasado.
Pero sobre todo porque, a pesar de haber mejorado las condiciones macroeconómicas, incluso con una tasa de desempleo de solo el 3.5 %, la administración Biden fue incapaz de frenar una inflación galopante que ha empeorado las condiciones de vida de la mayor parte de la gente.
El fracaso de una era
Como ocurre en Europa son numerosos los «por qué», que han llevado a este tipo de movimientos a encandilar a los votantes (el propio Trump apenas si cita al Partido Republicano, sino que habla de su movimiento MAGA). Entre otros:
Porque después de una crisis tras otra, la gente está cabreada y vota contra el que está en el gobierno después de tantas promesas incumplidas a la vez que otra buena parte de la población ha sido abducida por la idea de que es necesaria una contrarreforma conservadora tras haber hecho saltar por los aires el contrato social.
Porque muchos hombres creen que el feminismo no significa que la mujer tenga sus mismos derechos sino que, en su patriarcal visión de entender la sociedad, temen que vayan a pasar de dominadores a dominados.
Porque una inmigración en aumento, víctima de la voracidad de un modelo económico insaciable y de las repercusiones del cambio climático, se ha convertido en el chivo expiatorio.
Porque a través de las redes sociales, toda su poderosa artillería mediática, gurús y teorías de la conspiración de todo tipo ha convencido a sus votantes que el cambio climático es una estafa.
Porque Trump, a pesar de que les advierta que va a reducir los servicios públicos a la mínima expresión, le promete certezas con bajadas masivas de impuestos que irán a parar al bolsillo de los ciudadanos. Aunque ello para las citadas clases medias y bajas apenas signifique nada, pero sirve para escenificar que los impuestos y la justicia social son un robo.
Porque desde esa postura se califica reiteradamente de extremista a cualquiera que promueva la renovación de dicho contrato social y servicios públicos que mejoren el estado del bienestar, mientras se asume con naturalidad que todas las personas tienen las mismas oportunidades independientemente de donde nazcan y tienen solo en sus manos la posibilidad de aprovecharlas.
Porque al estado y al gobierno se le presenta como corrupto y opresor. Y, aunque en el caso del estado ello resulte ciertamente anacrónico, en el de la clase política, en numerosas ocasiones, esta es incapaz de sacudirse la corrupción en la forma debida.
Porque el discurso de la superioridad moral de una denominada élite progresista, presunta discriminadora del resto, ha servido de reproche para buena parte de la opinión pública a la que se ha ignorado y se ha acabado revolviendo contra las propuestas de la misma.
Porque Donald Trump representa sobre todo el triunfo del individualismo, el hombre rico y poderoso hecho a sí mismo, aunque para ello tenga que aplastar a toda aquella persona que se interponga en su camino.