El primer día del año iniciamos el curso en Amanece Metrópolis con un repaso a la actividad política española en 2018 y lo que podría dar de sí este 2019 en un escenario tan maltrecho como el actual. Después vertíamos desde estas mismas páginas los retos a que se enfrenta la Unión Europea en el futuro más inmediato y tenía la intención, este día que nos ocupa, de propiciar un debate acerca de la participación de la ciudadanía en la política. Pero la actualidad manda aunque lamentablemente no sorprenda y henos aquí en una nueva carrera electoral que, a buen seguro, va a hacer correr más ríos de tinta que otras anteriores.
El día 1 de Junio del pasado año asistimos a la caída de un gobierno, por primera vez en la actual democracia española, a cuenta de una moción de censura presentada por el líder de la oposición tras la condena a manos de la justicia del Partido Popular por su implicación en delitos de corrupción. A partir de ese momento Pedro Sánchez, con el único sostén de los 84 diputados de su partido sobre un total de 350 escaños, comenzaba lo que iba a ser una difícil andadura. En cualquier caso, el PSOE abría la puerta a la esperanza de un nuevo equilibrio de fuerzas entre ese modelo de capitalismo irracional que ha arrastrado al mundo occidental a la mayor crisis económica de su tiempo y una socialdemocracia desdibujada víctima de sus propios errores tras recalar en la órbita liberal. Casi imposible tarea para un partido que como sus homólogos europeos –salvo el excepcional caso del socialismo portugués-, se debate en tan complejo anatema y que, para más inri en su caso, nunca dio sinceras muestras de apoyo a la figura de Pedro Sánchez. Lo mismo que para un parlamento con nula experiencia en la gobernanza por bloques.
Al final los vaivenes de su partido, sus errores en la elección de algunos ministros, el avioncito de las narices y, finalmente, su falta de valentía para afrontar con decisión la única forma posible de hacer frente a la cuestión catalana: el dialogo, han acorralado a Pedro Sánchez y ha acabado tomando la postura más fácil para nuestros insignes políticos que no es otra que la de convocar elecciones.
No hay que ser muy sagaz para darse cuenta del bajísimo nivel de la política española, una democracia incapaz de salir de su adolescencia y que se diría, en estos tiempos que corren, está mostrando además uno de sus perfiles más bajos. Aunque no es menos cierto que tuvieron que pasar muchos años, hasta caer preso de una terrible enfermedad, para que le llegará el reconocimiento a Adolfo Suarez por su labor en la transición, después de que en su día fuera defenestrado de la peor manera por propios y extraños; que Felipe González acabaría siendo presa de la erótica del poder y todavía al día de hoy pretende seguir sentando cátedra después de haber tirado por el retrete los principios más básicos de la socialdemocracia; que José Mª. Aznar, como si de un iluminado se tratase, continúa dando lecciones de política con la mitad de sus antiguos ministros reos de la justicia; que Rodríguez Zapatero, se subió a la cresta de la ola de un modelo económico imposible hasta que se dio de bruces con la mayor crisis de nuestro tiempo y no se le ocurrió otra cosa que vender el alma de los españoles al diablo modificando la Constitución en una infame noche de común acuerdo con su sucesor, Mariano Rajoy, el mismo que terminaría siendo responsable de una disparatada maniobra de distracción para ocultar las miserias de su partido, propiciando con ello al mayor caudal independentista de la historia de Cataluña y despertando a su vez el monstruo del nacionalismo en todos los rincones de España.
Si Margaret Tatcher llegó a atribuirse como su mayor éxito político la figura de Tony Blair por haber hecho éste añicos los ideales del laborismo británico, Mariano Rajoy podría adjudicarse para sí el haber permitido que esa parte de su partido que había permanecido adormecida en los extremos más reaccionarios del mismo, haya cobrado bríos en forma de Vox y esté despezando por su derecha el mismo mientras por su izquierda sus votantes se echan en brazos de un camaleónico Ciudadanos. Por cierto, esté último, un partido ensimismado por un imposible equilibrio entre lo neoliberal en lo económico y lo socialdemócrata en lo humano.
En tan descarnado panorama, donde Podemos pareció insuflar algo de frescura a tanta sordidez parlamentaria hasta encontrarse hecho unos zorros, preso de la misma y de la jerarquización de un partido que precisamente nació para refutar tales vicios, Pedro Sánchez ha tomado el camino más fácil trasladando su debilidad a los ciudadanos con una nueva convocatoria electoral, otra prueba más de la incapacidad de nuestros próceres para hacer política. Cuándo aprenderán éstos que los españoles son los que depositan su confianza en los mismos y les pagan un sueldo –nada despreciable por cierto-, para que gestionen y resuelvan los problemas de este país de la mejor manera. Que actúen, que dialoguen, que ejerzan una crítica constructiva y dispongan alternativas, que en definitiva sean ellos, en su papel de representantes de los ciudadanos, los que asuman sus responsabilidades.
Como decía al principio hablaremos otro día de los derechos, obligaciones y sobre todo del poder de la ciudadanía para cambiar las cosas pero en una democracia como la nuestra sus representantes no pueden hacer dejación de sus funciones y menos aún de manera tan reiterativa convocando elecciones como respuesta a su incompetencia. Sea cual sea el resultado de este nuevo envite electoral el parlamento resultara fragmentado, ligeramente en un sentido u otro, pero a buen seguro que volverá a partir de similar casilla de salida. Presumiblemente si la derecha suma Rivera y Casado necesitarán de la derecha más recalcitrante de Vox para formar gobierno y si es la izquierda la que pudiera recabar más escaños necesitara de los nacionalistas catalanes y vascos para gobernar. ¿Seguirá acusando Casado de alta traición al PSOE por ello y echará a la gente a la calle pidiendo nuevas elecciones? Y si gobierna la derecha, promete que suspenderá sine die la autonomía catalana y a saber cuántas tropelías hasta convocar nuevas elecciones en Cataluña. ¿Cuántas veces? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que ganen los que a ellos les interesen?
Cada parte de la vida política de un país es responsabilidad del que le compete. La de los ciudadanos, entre otras, ejercer su derecho al voto cuando necesariamente corresponda y la de los políticos legitimados por estos la de hacer política. Y para ello, entre otras habilidades de la misma, está el arte de dialogar, de negociar y de ceder por el bien de todos. Una vez más pues, señor Sánchez, se ha vuelto a confundir. Ahora no tocaba convocar elecciones, ahora lo que tocaba es ser valiente y hacer política de verdad.