El martes 3 de Noviembre los EE.UU. celebrarán unas nuevas elecciones presidenciales en las que no solo está en juego el futuro del gigante norteamericano sino, como en muchas otras ocasiones, el de todo el planeta.
Máxime en una situación como la actual con una pandemia de dimensiones nunca vistas desde el pavoroso recuerdo de la Gripe Española de 1918 y una recesión económica en ciernes de proporciones desconocidas cuando aún todavía no ha quedado superada la crisis financiera de 2008 en lo que se denomina economía real que es la que atiende a la mayoría de familias.
Por otro lado, los movimientos ultra nacionalistas han logrado alcanzar cotas de poder en países tan significativos como además de los propios EE.UU., Brasil, India, Reino Unido, Hungría o Polonia y no dejan de ganar adeptos a lo largo y ancho del continente europeo, aun de tan triste recuerdo en el periodo de entreguerras del siglo pasado.
Una consecuencia más de la degradación económica, política y social de las últimas décadas en las esferas más altas del poder que añade aún más incertidumbre a nuestro futuro más cercano.
Trump (Donald John Trump)
Donald Trump, mucho más allá de sus propuestas económicas propias del modelo neoliberal y que en un país como los EE.UU. tan marcado por la ortodoxia capitalista apoyan casi la mitad de los encuestados –un dato a tener en cuenta en todo proceso electoral-, es uno de los máximos representantes de este tipo de movimientos que a su carácter nacionalista, unen otros de claras tendencias xenófobas y racistas.
No en vano el propio Trump en su exaltado debate de la pasada semana con Joe Biden pidió a una organización paramilitar de extrema derecha, declarada en 2018 por el FBI como grupo extremista asociado al supremacismo blanco, como son los Proud Boys, que «den un paso atrás y aguarden», en un claro desafío ante ese supuesto fraude electoral que el actual presidente advierte caso de no ser reelegido.
Pero el acicate de la economía no lo es todo, a pesar de ese enrevesado mantra del crecimiento perpetuo en un planeta de recursos limitados, y por ello la pandemia ha venido a poner en evidencia todas las fallas del sistema. En particular en un país como EE.UU. que acumula ya más de 200.000 muertes por coronavirus.
El desprecio generalizado a los servicios públicos, especialmente a los de salud, a las catastróficas consecuencias de ello y el carácter negacionista del presidente –veremos a ver cuánto puede transformar su percepción de la enfermedad tras haberla padecido como le ocurriera a Boris Johnson-, parecen haber puesto en entredicho sus posibilidades cara a una segunda reelección.
Su fracaso, de ser ese el caso, no exculparía a esa parte de la sociedad americana que lo aupó al poder y antepuso los intereses económicos a los sentimientos más básicos de la conciencia humana. Para acabar deponiendo los mismos solo ante los devastadores resultados de la pandemia. El que, de ser así, todo lo acontecido haya servido de lección para futuros actos solo el tiempo podrá facilitarnos la respuesta.
El día después
Pero, en cualquier caso, aún está por ver si el resultado de las elecciones de Noviembre será tan negativo para Trump como auguran las encuestas –por el momento unos 7 puntos porcentuales de media por debajo de Biden-, y que el presidente sea capaz de asumirlo. Cosa sobre la que todos los analistas expresan sus dudas a tenor de las continuas amenazas del mismo.
Lo que constituiría un auténtico fiasco en la que, hasta ahora, se consideraba la mayor democracia del mundo y restaría por ver la resolución de semejante situación. Trump no deja de amenazar con la irrupción en escena de grupos paramilitares de su cuerda en su propia defensa ante un ignoto fraude electoral y viendo las maneras del mismo no son de sorprender tales advertencias.
Ni tampoco sabemos cómo se pronunciarían las fuerzas armadas y en qué medida llegado el caso, ante un eventual golpe de estado del propio presidente.
El particular sistema de elección de los Estados Unidos permite que un candidato pueda obtener más votos que su rival –Hillary Clinton consiguió casi 3 millones de votos más que el propio Trump en 2016-, y sin embargo no reunir los llamados votos electorales suficientes para lograr la presidencia. O lo que es lo mismo da igual ganar por un voto en cualquier estado que por un millón de diferencia entre candidatos.
Las encuestas fallaron estrepitosamente en el caso de Hillary Clinton, pronosticando claramente su victoria, pero ni la distancia entre ambos candidatos era tan amplia como ahora y, a buen seguro, se estarán analizando más cuidadosamente los resultados de los diferentes trabajos de campo sobre las mismas.
Habrá que ver por otra parte también cómo evoluciona la enfermedad en el presidente en todos los ámbitos y cómo repercute ello en el electorado.
Biden (Joseph Robinette Biden Jr.)
Por lo que respecta a Joe Biden es difícil que genere excesivas esperanzas en la redefinición de la política norteamericana. El candidato dista mucho de las tesis de Bernie Sanders rival tanto de la Sra. Clinton como del propio Biden en el partido demócrata como le ocurriera en su día a Henry A. Wallace, rival de Truman, mucho más próximos a la socialdemocracia.
Tanto es así que varios grupos de opinión simpatizantes del partido y seguidores de Sanders, le han exigido públicamente al candidato que aclare públicamente su postura en determinadas cuestiones sociales, si quiere tener su apoyo.
Biden, a simple vista y como afirmaría tan sarcásticamente el ínclito Francisco Marhuenda, se diría pertenece a esa casta de «pijos progues», que desde el partido demócrata dicen defender los intereses de la gente, pero que a la hora de la verdad apenas se diferencian de las líneas habituales de la política estadounidense. Alejándose cada vez más de los postulados de figuras tan carismáticas de su propio partido como fueran en su momento Franklin D. Roosevelt, e incluso el propio John F. Kennedy con sus luces y sombras.
Por tanto y a pesar de su designación como vicepresidenta de Kamala Harris, quizá en una línea algo más progresista que la de Biden pero sin acercarse en exceso a las corrientes más ambiciosas de la órbita demócrata, aún queda por ver cuál será el resultado del envite y, como decíamos antes, a saber de las consecuencias del paso de la enfermedad por Donald Trump.
El desenlace
Lo que resulta obvio es que si Trump sigue manteniendo su residencia en la Casa Blanca más allá de mediados de Diciembre, cuando el Colegio Electoral encargado de ello decida quién es el nuevo presidente, el futuro inmediato de la humanidad penderá todavía más de un hilo.
La continuidad de un tipo como Donald Trump al frente de la primera potencia mundial, daría alas a sus simpatizantes en todo el mundo, representados en el caso de Europa por todo ese grupo de formaciones ultraderechistas en su misma línea.
Desde el Fidesz húngaro o Ley y Justicia en Polonia hasta el reciente Partido Chega en Portugal, pasando por los casos de Vox en España, la Agrupación Nacional en Francia, el Foro por la Democracia holandés o la Liga de Salvini en Italia, entre otros muchos, con cada vez mayor representatividad en cada uno de sus países.
Surgidos todos ellos, como hemos reiterado en diferentes ocasiones, del mismo modo que Trump, al amparo de la ineficaz gestión política de la crisis anterior ante el conjunto de la ciudadanía y otros problemas de suma importancia propios de nuestro tiempo como es el caso del aumento de las corrientes migratorias por cuestiones climáticas, guerras, hambrunas, etc.
Si a esto añadimos el conocido carácter negacionista de todas estas formaciones y del propio Trump con respecto a cuestiones tan determinantes para la humanidad como el cambio climático, las altas tasas de contaminación ambiental y su furibunda actitud ante el inevitable aumento de la emigración, tendremos ante nosotros un futuro de lo más aterrador para las generaciones venideras.
Lo que se acrecienta con su carácter restrictivo en cuestión de libertades, como ya están visualizando en numerosos aspectos, que además de impugnar la democracia soslayan el necesario ejercicio crítico sobre los respectivos gobiernos.
El pasado domingo publicaba una encuesta la NBC/Wall Street Journal que situaba a Trump 14 puntos porcentuales por debajo de Joe Biden en su carrera a la Casa Blanca. Pero las encuestas hace ya tiempo que las carga el diablo y hasta que no pueda verse al líder demócrata investido de presidente, aun sus defectos, este mundo no podrá dormir algo más tranquilo.