Dice el escritor y académico Antonio Muñoz Molina que los nombres de los personajes representan una de las claves del relato. Si esto es así difícilmente podremos entrever un cambio sensible entre la cesada portavoz parlamentaria del PP Cayetana Álvarez de Toledo, Marquesa de Casa Fuerte para más señas, y su sustituta Concepción Gamarra Ruiz-Clavijo, más conocida por Cuca cuando podía haberlo sido por Concha, Conchi o Conchita que son como de gente más corriente.
Más en serio, los recientes movimientos de sillones habidos en el PP, además del tan sonoro cese de su portavoz, se diría que podrían indicar un cambio de rumbo, aunque por el momento siga renegando públicamente de ello.
El enésimo viaje al centro del Partido Popular. Ese que nunca termina de hacer desde que José María Aznar aterrizara en la presidencia del mismo en 1989, intentando desligarlo de lo que representaba su antecedente Alianza Popular, un partido fundado por ex ministros franquistas.
Quién lo diría más de 30 años después de aquello con un Aznar convertido en inquisidor de cualquier asomo progresista. Pero en cualquier caso menos de lo que pueda sorprendernos ver a Felipe González reconvertido en azote de la misma causa.
Nunca sabremos la capacidad de persuasión de Aznar en la asamblea popular para que su delfín Pablo Casado, un tipo con un más que dudoso y conocido ya entonces currículum académico, cortara de un plumazo la trayectoria de la que se presuponía iba a ser la sucesora de Mariano Rajoy, la tecnócrata Soraya Sáenz de Santamaría que contaba además con el apoyo de la militancia y en la línea política que había cosechado mayores éxitos para el partido –al menos desde su punto de vista-, en los últimos tiempos.
Dos años después de aquello y 5 derrotas electorales después, la dirección popular parece dar un giro a su fallida estrategia inicial aunque cuesta creer que Pablo Casado pueda dar portazo a alguno de sus mentores de peso como el citado Aznar o su madrina Esperanza Aguirre, en la misma línea de este y tradicionalmente enfrentada a las versiones más ponderadas de su partido.
Hasta el momento el PP de Casado había basado toda su estrategia en un acoso constante al gobierno de Pedro Sánchez en solitario primero y de coalición después que arreció con la llegada de la pandemia de la Covid-19, con miras a precipitar el mismo y formar el tan deseado por las élites gobierno de concentración entre PP y PSOE, evidentemente con Pedro Sánchez fuera de éste y las viejas guardias de ambos partidos en la sombra propiciando un cambio que asegure que nada cambie y todo siga igual que siempre.
Y en estas apareció Vox.
Hasta la aparición de Vox en el escenario político, el PP abarcaba todo el espectro de la derecha española, desde posiciones más centristas hasta sus extremos más recónditos encajonados aun en la añoranza franquista.
El grano en el culo que representa para los populares el afianzamiento de Vox por su derecha arrastrando consigo a su electorado más secular y la irrupción de un joven Pablo Casado, presa fácil de la furibunda de Aznar y Aguirre, hizo que toda su artillería se instalara justo en el mismo borde del tablero donde recala su nuevo rival con la intención de recuperar el electorado perdido.
Pero su apenas sensible recuperación en las encuestas, el éxito de la versión moderada del Partido Popular representada por Núñez Feijoo en Galicia, el desastre de la opción propuesta por el propio Casado en el País Vasco, las presiones de algunos barones del partido y el afianzamiento del gobierno de la nación tras la cumbre de la U.E. han puesto al descubierto la gestión de la dirección popular en los últimos tiempos.
Aunque se presuman coletazos, especialmente contumaces sobre Podemos la parte más débil e izquierdista del gobierno de coalición, la salida de escena de la propia Cayetana y alguno de sus colaboradores más próximos parecen entrever la apuesta por la mesura o al menos dejar de lado el exceso como ha sido hasta ahora el modus operandi de la gestión de Casado.
Cuesta creer, no obstante, que personajes que ahora cobran más protagonismo como Martínez Almeida o Juanma Bonilla que presentan una doble cara según toque, la de la moderación o el acuerdo por una parte mientras por la otra se mantienen asociados con Vox en sus respectivos pactos, puedan reconducir la actitud del Partido Popular.
Si quiere hacerlo, el PP deberá empezar primero por dejar de mirar su retrovisor y asumir que Vox ha llegado para quedarse, precisamente, por haber sido incapaz de romper durante más de 40 años con sus antecedentes franquistas y por otra consecuencia de su gestión de la crisis económica anterior, un caldo de cultivo que añadir para opciones ultra nacionalistas de ese tipo como ha ocurrido en la mayor parte de países de nuestro entorno.
Es sumamente difícil que los populares, aferrados a la ortodoxia neoliberal, sean capaces de dar un paso atrás en sus contenidos. La precariedad laboral en aras de una supuesta competitividad, la especulación y el desprecio a lo público, mantras inherentes a dicha doctrina puestos en práctica durante sus etapas de gobierno no han cumplido en ningún momento sus expectativas más allá de aumentar los desequilibrios entre la retórica macroeconómica y la realidad de la economía a pie de calle.
Exponente de ello la Comunidad de Madrid, paradigma de su laboratorio de ideas durante los últimos 25 años, que ha sucumbido como ninguna otra a la pandemia actual, más perjudicada precisamente por ello y no todo y con eso, vuelve a insistir en el mismo modelo a pesar de la continua denuncia de los colectivos sanitarios o en el reciente caso de la falta de rastreadores y la privatización del servicio.
Aunque a fuerza de ser sinceros y nos invada el pesimismo, habrá que esperar acontecimientos. Pero si el Partido Popular no es capaz de reconocer sus errores, asumiendo de paso y de una vez por todas que España no es suya dejando de emberrincharse de la manera que lo hace cada vez que sale del gobierno, difícilmente podrá formar parte no ya de la reconstrucción tras la pandemia si no de reconducir buena parte de las estructuras de un país que, una vez más visto su desastroso modelo de desarrollo basado en la construcción y el turismo de sol y playa, ha vuelto a quedar en evidencia.