Frances Haugen es una extrabajadora de Facebook que hace solo unas semanas ha comparecido ante el Senado de los EE.UU. para documentar la información publicada por el Wall Street Journal en la que se afirma que a través de sus diferentes plataformas –Facebook, WhastsApp, Instagram, etc.-, la empresa propiedad de Mark Zuckerberg, viene priorizando sus intereses económicos dejando de lado la seguridad de sus usuarios y que, incluso, es consciente que Instagram, a tenor de los estudios de la propia Compañía, puede resultar tóxico para los adolescentes.
Facebook es utilizada por cerca de 3.000 millones de usuarios y solo en el primer semestre de este año ha presentado unos beneficios netos –después de gastos e impuestos-, de 29.085 millones de dólares, manteniéndose de paso como la 5ª empresa del mundo por valor de mercado.
Lo que consigue con apenas 60.000 empleados, por encima por ejemplo de Walmart, el gigante del retail, a pesar de sus 2.2 millones de trabajadores.
Si no fue suficiente con el escándalo de Cambridge Analytica, que le trajo consigo una multa de 5.000 millones de dólares en 2019 por haber vendido los datos de 50 millones de usuarios a dicha consultora, ahora Facebook vuelve a estar por enésima vez en entredicho por sus malas praxis.
Pero no solo es Facebook. Por delante, en el ranking anterior, se encuentran Amazon y Alphabet (Google); por detrás, bastante más lejos, Twitter y Telegram pero todas han sido advertidas numerosas veces por utilizar de manera engañosa los datos de sus usuarios, difundir mensajes de odio, noticias falsas o intervenir directa o indirectamente en procesos electorales y a saber cuántas fechorías más.
De hecho ya se advierte del peligro del «Metaverso», esa nueva especie de universo virtual que ha presentado Zuckerberg, coincidiendo «casualmente» con las acusaciones de su antigua empleada, capaz de envolver en un mundo paralelo a los más jóvenes a saber con qué resultados y en base a qué intereses.
Sin duda las redes sociales, lo que podía ser y es de hecho un extraordinario recurso para la humanidad, están sirviendo para manipular de forma espuria a millones y millones de personas en todo el mundo que han hecho de las mismas su principal cuando no único canal de información.
De hecho sucesos tan destacados como el Brexit, la irrupción de personajes como Trump, Bolsonaro o más recientemente el francés Éric Zemmour, la proliferación de grupos ultranacionalistas, el aumento indiscriminado de la xenofobia, el creciente desprecio a las instituciones e incluso a las organizaciones de ayuda humanitaria, la propagación de discursos negacionistas de todo tipo –sobre la crisis climática, la pandemia, etc.- y de teorías conspiratorias de toda índole, con el fenómeno QAnon a la cabeza, son monedas de cambio diaria en las redes sociales a través de mensajes y noticias falsas que se propagan a velocidad de vértigo.
Los tradicionales tabloides de prensa amarilla han sido sobrepasados ampliamente por toda una interminable serie de publicaciones panfletarias que sin aval ninguno y a través de medias mentiras o medias verdades han conseguido ser referente de millones de personas atrapadas en sus redes.
Remedios irracionales pero simples, en unos pocos caracteres, sirven de respuesta a problemas extraordinariamente complejos siendo capaces de calar fácilmente en buena parte de una sociedad apesadumbrada y desilusionada de una frustrante clase política incapaz de resolver sus problemas, cuando no desorbitantemente parsimoniosa en la resolución de los mismos.
Demostrar la verdad es mucho más difícil que justificar la mentira por lo que dichos mensajes proliferan de forma multitudinaria en la red y por mucho que pretendan desarmarse ello representa una ardua tarea por la necesidad de una información exhaustiva que no sirve de acicate para quienes se dirige.
Sobre todo en un ambiente tan hostil como el actual, tras la crisis de 2008, la nefasta gestión posterior de la misma y las trágicas consecuencias de la pandemia, donde es tan difícil encontrar respuestas.
En los límites de la libertad de expresión la democracia no puede estar poniendo constantemente la otra mejilla. Se hacen necesarios mecanismos de ajuste que impidan o al menos protejan a los ciudadanos de semejante estropicio porque mucho antes de la existencia de las redes sociales el mal uso de la información y la propaganda ya devino en algunas de las peores catástrofes de la historia de la humanidad.
Lamentablemente el recurso a una correcta y debida educación no queda al alcance de todos por lo que a saber que nos acabará deparando el uso despiadado de tales mecanismos tan cercanos.