No deja de sorprender que a pesar de que la ciudadanía se manifieste cada vez más indiferente con la iglesia –en España, por poner el ejemplo más cercano, apenas la mitad de la población se auto identifica como católica y de esta última ronda solo el 15 % la que se declara practicante-, los seminarios cada vez se encuentren más vacíos a la vez que se van cerrando conventos y monasterios, que las exequias del Papa representen un acontecimiento capaz de congregar a un centenar largo de delegaciones oficiales, ocupe horas y horas en informativos y haga correr ríos de tinta en todos los medios de comunicación.
Del mismo modo el Cónclave que habrán de celebrar los próceres de la iglesia en unos días en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor del trono de San Pedro y las elucubraciones acerca de si se tratará de un prelado de carácter progresista y continuista con el legado de Francisco o aferrado a la ortodoxia tradicional.
Tal despliegue informativo y presencial lo que viene a evidenciar es que, a pesar de su presunta pérdida de influencia, la iglesia católica sigue manteniendo buenas dosis de poder en todos los aspectos de la vida pública.
Por detenernos en el caso de España solo hay que ver que la Conferencia Episcopal dispone de diferentes medios de comunicación cuyo cometido, lejos de su presunta labor pastoral, es el de pretender influir en todos los ámbitos de la sociedad. Sobre todo en la vida política y material del país.
Es el caso de la Cadena COPE, tras la SER, la principal cadena de radiodifusión española y de manera mucho menos significativa, aunque mucho más explícita, Trece (13TV) la llamada cadena de televisión de los obispos, altamente deficitaria, y que ha sido criticada en numerosas ocasiones por el Vaticano no solo ya por su pérdidas millonarias sino por tener como principal actitud el constituirse, día sí y otro también, en un alevoso agitador contra el progresismo político y social.
Todo ello mientras la misma Conferencia Episcopal oculta deliberadamente que su principal entidad social, como es Cáritas, se financia básicamente de aportaciones privadas, de ayudas y subvenciones de las administraciones públicas, independientemente de su color político, y por apenas un mínimo porcentaje de los fondos de la propia iglesia, más allá de la utilización de los locales de su inmenso patrimonio.
Eso cuando no son los propios púlpitos de las iglesias los que, durante las homilías, son utilizados como auténticos mítines de propaganda política en favor de opciones conservadoras cuando no altamente reaccionarias.
En definitiva la iglesia como institución, de un modo u otro y a pesar de su presunta pérdida de popularidad, mantiene un papel importante en el seno de la sociedad, aunque sea de forma sibilina –en España buena parte de la parcela educativa sigue en poder de la misma-, y habrá que estar atentos en los próximos días y tras dicho Cónclave, cual es el rumbo que toma tras el fallecimiento del Papa Francisco.