En 1982 la dictadura argentina se tambaleaba y en un último intento por reforzar la misma, la Junta Militar dirigida en ese momento por el teniente general Leopoldo F. Galtieri decidió invadir las islas Malvinas el día 2 de abril de ese mismo año. Un territorio declarado en disputa por la ONU entre Argentina y el Reino Unido desde tiempo inmemorial pero administrado por este último.
El objetivo no era otro que la llamada al arrebato patriótico de un pueblo argentino que cada día se mostraba más impaciente con la feroz dictadura a la que se hallaba sometido desde el golpe de estado de 1976.
La aventura resultó un fracaso, terminó con la derrota argentina el 14 de junio y solo 8 días más tarde la Junta Militar acabó cediendo el poder a los civiles. Aunque intento reponerse más tarde, la democracia se restauraría definitivamente tras las elecciones de octubre del año siguiente el 5 de diciembre de 1983.
Benjamín Netanyahu alcanzó por tercera vez el cargo de primer ministro del estado de Israel, tras un convulso proceso electoral con varias comicios de por medio, en diciembre de 2022. En esta ocasión gracias a una extensa coalición de partidos nacionalistas, de extrema derecha y ultra ortodoxos.
Acusado de corrupción y con unas propuestas de reformas de carácter altamente reaccionario que provocó la protesta de decenas de miles de personas en las calles de las principales ciudades israelitas ante el temor de una involución democrática, puede decirse que le ha venido como anillo al dedo la reanudación del conflicto palestino-israelí.
Hamás, grupo de inclinación salafista, que mantiene un régimen de terror sobre la población palestina de la franja de Gaza desde hace años y que tiene por uno de sus objetivos la destrucción del estado de Israel, en una nueva vuelta de tuerca, decidió cometer el brutal atentado del pasado 7 de octubre, asesinando a 1.200 personas y secuestrando a otras 250.
Sin embargo, han sido los gobiernos de Nertayanhu los que han favorecido en buena parte su fortalecimiento en detrimento de la Autoridad Nacional palestina radicada en Cisjordania, mucho mejor considerada a los ojos occidentales.
«Quien quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar el refuerzo de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás… Esto es parte de nuestra estrategia: aislar a los palestinos en Gaza de los palestinos en Cisjordania». Decía el propio Netanyahu en 2019 a los compañeros de su partido el Likud.
El recurso al patriotismo ha sido un argumento utilizado repetidamente a lo largo de la historia ante la debilidad de un gobierno en cuestión.
Sin ir más lejos fue el propio Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya durante el periodo 2010-2016, quien ante las protestas por las medidas de austeridad adoptadas por su gabinete durante la crisis financiera, aprovechó la sentencia del Tribunal Constitucional fallando contra determinados artículos del renovado Estatuto de la autonomía catalana, para desviar la atención de la ciudadanía, haciendo culpable al gobierno de España de sus problemas económicos.
Al frente de este último, el propio M. Rajoy, en circunstancias similares a las de su oponente también con numerosas protestas en la calle por la consabida «austeridad», le llegó también en el mejor momento el envite para responder del mismo modo con un órdago del nacionalismo español al arrebato catalán.
Y todavía tanto España como Cataluña siguen pagando las consecuencias de semejantes desvaríos.
Así, podríamos ir relatando numerosos casos de la historia reciente –el Brexit podría incluirse también en el mismo paquete-, en el que se ha manipulado de manera interesada la opinión pública de un país en términos patrios para contrarrestar un momento de debilidad del gobierno de turno o con miras a conseguir otros objetivos que nada tienen que ver con tales argumentos.
El problema es, como en el caso de la actual guerra de Gaza, cuando ello se traduce en una devastación casi absoluta con el resultado de decenas de millares de víctimas, la mayor parte completamente inocentes y al margen de las arbitrarias decisiones de quienes les gobiernan.
Y que, conforme a los intereses de esa tan manida comunidad internacional, tales desmanes se califiquen de uno u otro modo según los intereses de cada cual.
Siete décadas de hipocresía
El 14 de mayo de 1948, Israel obtiene la independencia del Reino Unido y ello representa el final de un proceso iniciado décadas antes con la aparición del movimiento sionista en Europa durante el s. XIX.
Para Palestina ese año resulta la culminación de la Nakba, un proceso de limpieza étnica iniciado en 1946 que llevará a la expulsión y huida de sus tierras de 700.000 palestinos y la destrucción de más de 500 pueblos solo dos años más tarde.
La realidad histórica es que a finales del s. XIX solo el 8 % de la población de aquellas tierras era judía, hasta que tras la finalización de la II Guerra Mundial se produce el éxodo -obligado al no ser bienvenidos los supervivientes del Holocausto en casi toda Europa-, de la población judía hacia tierras palestinas, por aquel entonces bajo el conocido como Mandato Británico desde 1922.
Ya con la controversia de la resolución 181 de la ONU en 1947 que dictamina la solución de los dos estados, con la partición de Gaza y Cisjordania, 1948 marca el comienzo de la primera guerra árabe israelí y una época de hostilidades que permanece hasta hoy.
En palabras del historiador judío Benny Morris (1948- ), profesor en la Universidad Ben-Gurión del Néguev en Beerseba:
«No creo que las expulsiones de 1948 fueran crímenes de guerra. No se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos. Uno tiene que ensuciarse las manos. (…) Una sociedad que pretende matarlo a uno lo obliga a destruirla. Cuando hay que elegir entre destruir o ser destruido, es mejor destruir. (…) El Estado judío no habría nacido sin la expulsión de 700.000 palestinos. Así pues, había que expulsarlos. No había otra opción que expulsar a la población. (…) Tampoco la gran democracia estadounidense se podría haber creado sin la aniquilación de los indios. Hay casos en que el buen fin general justifica los actos implacables y crueles que se cometen en el curso de la historia».
Fue entonces cuando los judíos pasaron a representar más del 80 % de los habitantes de la antigua Palestina, en buena parte con un espíritu que sigue marcando el rumbo de la fracción más radicalizada del pueblo hebreo representado ahora por el actual gobierno israelita.
El resultado de este largo y trágico proceso y del que es responsable también las potencias aliadas vencedoras de la II Guerra Mundial por intentar resolver un problema en su día generando otro mayor que este, es un odio irreconciliable por las partes en litigio que ha dado lugar tanto a poderosos grupos terroristas como Hamás, como a vehementes nacionalistas como el propio Netayanhu y todo su entorno, con un coste de victimas incalculable.
Además de un grado de inestabilidad en todo Oriente Medio que lleva convulsionando a todo el mundo desde entonces.
La equidistancia
Claro que nadie es equidistante ni puede pretender serlo en un conflicto como este que se remonta ya casi 100 años. Por eso solo puede entenderse como el fruto de retorcidos intereses el que se pueda criticar sin miramientos el brutal atentado de Hamás del 7 de octubre y se justifique por otro lado el genocidio que están cometiendo las singularmente llamadas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), con decenas de millares de víctimas, un tercio de las mismas menores de edad y convirtiendo la franja de Gaza en un baldío.
Mientras se condena sin embargo el asesinato de 7 miembros de la ONG World Central Kitchen del cocinero español José Andrés, citándose en algunos medios solo los nombres de 6 de los mismos, obviando el del colaborador palestino. Cuando se condena a toda una organización de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, la UNRWA, con miles de empleados y colaboradores, porque 12 de los mismos, denunciados por la propia ONG, pertenezcan a Hamás.
O se hace la vista gorda cuando Israel bombardea la embajada de Irán en un país vecino y se le reprocha a este su respuesta bombardeando objetivos israelitas, eso sí, previo aviso a todos aquellos con intereses en la zona evitando acarrear mayores consecuencias.
«Todo un detalle», valga el entrecomillado, de un régimen teocrático y aterrador en todos los ámbitos como es el de los ayatolás.
Por último, resulta del todo desolador que la propuesta de los EE.UU. para evitar la respuesta del gobierno de Netayanhu a la afrenta iraní –por el momento se ha quedado en otra especie de simulacro como en el caso de los iraníes-, que la administración Biden haya propuesto a su homólogo israelita permitirle entrar en Rafah, la ciudad al sur de la franja de Gaza donde se han refugiado un millón y medio de personas que huyen de las bombas israelíes en el norte y centro de la misma.
O lo que es lo mismo darle carta blanca para la consumación de una auténtica masacre sobre una hacinada población palestina presa del terror y la hambruna.
No le faltaba razón a Stephen Hawking cuando decía no desear que una raza extraterrestre alcanzara la Tierra. Lo justificaba así el genial científico, «5.000 años de historia de la humanidad no han sido suficientes para desterrar la guerra y la violencia de nuestras mentes. Quién entonces podría garantizarnos que criaturas más allá de nuestro planeta no mostrarán el mismo grado de crueldad que el de la propia raza humana».