La primera pregunta que deberíamos hacernos visto los dos candidatos que se van disputar el despacho oval de la Casa Blanca el próximo mes de noviembre es si en la considerada mayor democracia del mundo –por cantidad que lo de la calidad es otra cosa-, no había otras dos personas con una edad menos avanzada para un puesto con semejantes presiones y cargas.
Por lo que respecta a los republícanos ello se antoja casi imposible vista la capacidad de persuasión de un tipo como Donald Trump que, a pesar de sus 78 años, no solo se ha erigido en su candidato para dirigir los EE.UU. sino que se ha convertido a la vez en el líder de todo un movimiento de ámbito mundial que moviliza a millones de personas desde la posiciones más extremas de un nuevo conservadurismo ultra liberal acumulando cada vez mayores dosis de poder en gobiernos de todo occidente.
Lo que llama más especialmente la atención en el caso del continente europeo donde un huracán, también de la otra orilla del Atlántico, llamado Javier Milei con sentencias como que la justicia social es un robo o que los socialistas –como quien suscribe estas peroratas-, son unos asesinos, recibe condecoraciones y vítores incluso de instituciones públicas como ha ocurrido recientemente en Madrid.
O lo que es lo mismo resulta agasajado repetidamente mientras profana con su motosierra el estado del bienestar, pilar fundamental del modelo político y social europeo.
En el caso de los demócratas, a los que se presume por su perfil progresista un carácter más crítico, tenían que haber previsto hace mucho tiempo que Joe Biden, con sus 81 primaveras a la espalda y repetidas muestras de fatiga, no era el candidato más propicio para competir con el multimillonario neoyorquino y todo un animal televisivo como es Donald Trump.
Es lo que, ni más ni menos, se ha visto en el debate de la CNN del pasado jueves entre los dos contendientes y que ha acabado poniendo al pie de los caballos al actual presidente máxime cuando ya de por sí el candidato republicano gozaba de cierta ventaja en los estados claves para la elección presidencial.
Las alarmas han sonado estrepitosamente en el seno del partido de Biden y lo que es peor en todos los rincones del mundo por lo que pueden ser las elecciones más trascendentales de la historia de los EE.UU. con enormes repercusiones en todo el planeta.
Margaret Atwood, la prestigiosa escritora canadiense autora de novelas de hondo calado social como «El cuento de la criada» y su secuela «Los testamentos», en una reciente entrevista con María Ramírez, subdirectora de elDiario.es, viene a decir que se sirvió de historias pasadas y presentes de todo el mundo, como el totalitarismo soviético, en el momento que las escribió. Publicada la primera en 1985 nunca pensó dice la autora que aquella dramática distopía fundamentalista estuviera a un paso de convertirse hoy en realidad.
Las consecuencias
Lo que más interesaba de este debate no era lo que iban a decir los candidatos sino el cómo iban a hacerlo. Sencillamente porque Trump utilizaría su habitual arsenal de mentiras –como así ha hecho-, al que opondría Biden toda la presunta fuerza de la empírica.
Pero sí que era importante ver cuál era el estado físico de cada uno de dichos contendientes cara a la carrera final a la presidencia.
A Trump no le hizo falta ni su característica agresividad porque el actual presidente dio muestras claras de agotamiento, tanto es así que algunas de sus respuestas resultaron ininteligibles y, casi, por una cuestión de humanidad tuvo que ser interrumpido por los moderadores en medio de sus balbuceos.
A la vista de los sucedido el pasado jueves el Partido Demócrata puede decirse que ha entrado en pánico y periódicos tan prestigiosos como el New York Times han puesto en evidencia que la carrera presidencial de Biden está al borde del abismo y que sus posibilidades se han visto reducidas de forma sensible tras el debate.
Aunque el rumor se haya extendido tras el mismo, resulta casi imposible que Biden pueda ser relegado de su candidatura a tan pocos meses de la cita electoral, salvo que él renuncie expresamente a ello; lo que a simple vista no parece que vaya a hacer y aun así sería muy difícil que otro candidato en tan poco tiempo fuera capaz de movilizar al electorado.
Sin duda que Trump, como él mismo ha reafirmado en numerosas ocasiones con sus pretendidas y vengativas medidas, significaría un claro retroceso para la democracia en los EE.UU. caso de lograr de nuevo la presidencia y un precedente de lo que podría ocurrir en Europa y en el resto del mundo con esa ola ultra conservadora y su principal líder al mando de la primera potencia del mundo.
A pesar de que no cumpliera del todo sus expectativas en las recientes elecciones europeas, la extrema derecha ha seguido avanzando en Europa consolidándose en Italia, la tercera economía de la UE, y a un paso de hacerse con la Asamblea Nacional francesa –habrá que ver que ocurre en la segunda vuelta el 7 de julio, tras la contundente victoria del partido de Marine Le Pen el pasado domingo-, y con la AfD pisando fuerte en buena parte de Alemania.
El que los norteamericanos estén dispuestos a dar un paso atrás en sus derechos laborales, sociales y en sus propias libertades, tal como está ocurriendo en el resto de lo que conocíamos por mundo libre, es una cuestión que es motivo de estudio por sociólogos y politólogos, que hemos analizado en esta misma revista en diversas ocasiones, que no es motivo ahora de este artículo pero que, en cualquier caso, la historia pone en evidencia que no es la primera vez que ocurre tal como sucediera en la Europa de entreguerras del pasado s. XX.
Quizá estemos al borde de presenciar cuales pueden ser las derivadas del mayor error estratégico en la historia reciente del Partido Demócrata de los EE.UU.
En el terreno de juego el tiempo pasa siempre más rápidamente para el que va detrás que para el que va por delante por lo que mucho van a tener que correr los demócratas norteamericanos para superar un obstáculo que visto lo visto parece hoy insalvable.