Lo que en otras latitudes se enmarca dentro de lo habitual en política en España se considera como endiablado, tal como no dejan de calificar muchos comentaristas de lo público a buen seguro con ganas de seguir manteniendo el exceso de ruido en que se desenvuelve la política en este país desde hace años.
No en vano, lo que sí es cierto es que más de un siglo de historia democrática separa España de otros países y eso, sin duda, hace que nuestra democracia y parlamentarismo, más aún tras una Transición que nunca lo fue del todo, no sea capaz de escapar de esa pubertad en la que se encuentra varada desde entonces.
Así, este mes de septiembre -con un nuevo fenómeno meteorológico extremo de por medio para recordarnos cuales deberían ser las prioridades-, nuestra clase política sigue ensimismada en sus interminables contiendas, por lo que no puede decirse que estemos ante un nuevo curso político sino que, muy al contrario, se trata solo de una extensión de las beligerancias desatadas en el anterior.
Tres son los escenarios que presenta el reciente e incierto resultado electoral: un gobierno de coalición del bloque de derechas, otro del de izquierdas o una nueva repetición de electoral a primeros del próximo año.
Más o menos lo mismo que sucede en otras tantas partes sin que ello sea motivo para rasgarse las vestiduras tal como manifiestan día sí y otro también determinados altavoces mediáticos interesados en provocar zozobra en el espectador.
Los mismos que se han pasado toda la legislatura anterior poniendo de vuelta y media al primer gobierno de coalición desde la tan manida Transición, sin que poco o nada les haya importado que a las pocas semanas de constituirse se topara con la mayor crisis sanitaria de nuestro tiempo para inmediatamente después darse de bruces con otra de carácter inflacionario propiciada por los abusivos intereses de un tal Mercado.
Por cierto, un tipo, el Mercado, al que un día gustaría de conocer para tener un debate cara a cara con el mismo acerca de sus aptitudes, derechos y obligaciones.
Uno o varios Mercados especulativos cuyas consecuencias, de manera contradictoria, critican airadamente los mismos que les encumbran como si fuera un mantra indiscutible e intocable de un modelo capitalista como el actual que no deja de hacer aguas por todas partes. Ya saben por aquello de esa fallida «teoría del derrame», tras cuatro décadas de propuestas infames.
A lo hecho, pecho
Lo curioso del caso es que todo aquel que por estos lares se sale de los créditos del reparto se le acusa de haber caído en las garras del comunismo totalitarista de los soviets de antaño. Que viene a ser lo mismo que calificar como tales a los Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi y Spaak, fundadores de la Unión Europea y no digamos ya los Willy Brandt u Olof Palme que vendrían más tarde.
Como le ha ocurrido a Yolanda Díaz -la misma que junto a su equipo y tal como pasara en la legislatura anterior, al margen de dimes y diretes, sigue dispuesta a poner las cosas en su sitio-, a la que han puesto a caer de un burro por poner en evidencia tras su entrevista con Puigdemont en Bruselas lo que los dos grandes partidos en litigio pretenden ocultar cuando dicen que negociarán con Junts en busca de su apoyo decisivo; como si Puigdemont no fuera Junts o Junts no fuera Puigdemont.
Mientras, el tiempo sigue corriendo y a buen seguro que a favor de un Núñez Feijóo consciente que a su favor le queda solo un cartucho para mantenerse al frente del Partido Popular y por ello sea el único aspirante que, por el momento, se ha propuesto para la investidura.
No porque vaya conseguir ganar una moción que, presumiblemente, sabe perdida de antemano sino en la confianza que una vez puesto el reloj a correr al pertinaz Pedro Sánchez no le dé tiempo en los dos meses que reglamentariamente le resten a formar gobierno y eso conlleve a la repetición electoral.
O que, en el peor de los casos, Sánchez consiga hacerlo pero de forma tan precaria que una oposición encarnizada y con la inestimable colaboración de un partido tan liberal como Junts fuera capaz de recortar la legislatura.
Además de que, a decir de los estrategas y por disparatado que parezca, a Junts le venga mejor un gobierno conservador en Madrid que desate mayores inclemencias contra el catalanismo y ello le beneficie en su ámbito territorial frente a su rival habitual en el independentismo que es Esquerra Republicana.
No en vano PP y Junts irían de la mano –como ha pergeñado entre líneas el propio Núñez Feijóo-, de no ser por el carácter profundamente nacionalista de ambos. Lo que deriva en un enfrentamiento continuo que, en el fondo, parece beneficiarles.
Siempre le quedarán también a los populares nuevos «tamayazos», como los de la Asamblea de Madrid o la Reforma Laboral y que no por repetitivos parezcan afectarle en ningún caso; pero sería rizar el rizo en una democracia que no acaba de fortalecerse incapaz de escapar de esa España que tan bien describiera Berlanga durante y en las postrimerías del franquismo.
El dueto
Queda una última alternativa para evitar un nuevo proceso electoral que curiosamente salvaría el culo a ciertos sectores de ambos partidos pero, sobre todo, a las élites de este país. Y es la tan deseada coalición PP/PSOE para que nada cambie y todo siga igual, so pretexto ahora del llamado «desafío independentista».
Una alianza que entre voces y silencios inquietantes vienen proponiendo una parte de los populares, toda una imponente industria mediática tan interesada en ello y viejas glorias del PSOE como Felipe González y el otrora descamisado Alfonso Guerra, aunque ello pudiera conducir a su partido al ostracismo.
Los mismos que en su día ni supieron y menos aún quisieron que la tan manida Transición llevara más que a España a los españoles a buen puerto y por el mejor camino.
Veremos.
La Transición la comandaron los franquistas y se incorporaron los que estaban locos por trincar . La Transición , una larga trampa que todavía no termina , en la que se precipitó la izquierda que ansiaba ser. Siguen cayendo en tropel , por el barranco que abrió el franquismo