El 1 de mayo de 2019 se celebró, como siempre, el Día del Trabajador. En la reseña publicada en El País al día siguiente, se indicaba, entre otras cosas: «En un país con más de 3,5 millones de parados (de ellos, 1,8 mujeres) y muchas desigualdades, Álvarez (secretario general de UGT) desató todo un repertorio: uno de cada tres españoles tienen ingresos por debajo del SMI (Salario Mínimo Interprofesional); hay un 76% más de millonarios hoy que en 2018; el 41,8% de los parados no tiene ningún tipo de cobertura y hay 593.500 personas que no tienen ingresos laborales, las personas en riesgo de pobreza siguen aumentando».
Lo más doloroso es que, por edades, el colectivo que registra la mayor tasa de riesgo de pobreza corresponde a los menores de 16 años, donde este porcentaje ha aumentado del 23,3% desde 2009 al 26,5% en 2011. Los datos de que se dispone ponen de manifiesto que el colectivo que más está sufriendo las consecuencias de la crisis económica es la infancia, el sector social más débil e inocente. Nadie elige el lugar de nacimiento. Papel del azar. No hay que olvidar la importancia que tiene romper el ciclo de transmisión de la pobreza de padres a hijos. La pobreza infantil deja cicatrices a lo largo de toda la vida: condena al fracaso educativo a niños que podrían tener un enorme potencial para la sociedad.
Carmen Alborch en su libro Libres. Ciudadanas del mundo (Santillana Ediciones Generales, 2004:211) afirma: «Permitir la muerte innecesaria por la pobreza y el hambre en medio de la abundancia es despreciable y, además, innecesario».
En El País del 4 de mayo de 2012 se publicó un artículo, «El cáncer de la democracia» en el que el abogado José María Ruiz Soroa recuerda el análisis que Pierre Rosanvallo, intelectual e historiador francés, hace del constante aumento de la desigualdad económica y social que se viene registrando en las sociedades occidentales. Este abogado señala que los triunfadores han convencido al resto de los ciudadanos de que se lo merecen, es decir, de que sus escandalosas retribuciones son debidas no a su capacidad y no a un pacto de las élites en el poder. La realidad es que se deben a una especial organización social, un especial sistema económico-social, es decir, a un pacto de las élites en el poder.
La mayor desigualdad económica se manifestó cuando, para hacer frente a la crisis financiera –en la que no participó ningún ciudadano- el FMI decretó la llamada «austeridad presupuestaria», algo que solo afectó a las clases bajas de la sociedad.
En la noticia «El FMI pide otra vuelta de tuerca laboral» (El País, 19 de junio de 2013) se indica que, según el FMI, «los sueldos tienen margen para seguir bajando» y añade que las empresas con problemas pueden aplicar rebajas salariales por debajo del convenio que las rigen. Habla de empresas con problemas, pero no menciona los problemas con que se pueden encontrar los trabajadores que disfruten de salarios tan bajos: dificultad para dar de comer y vestir a sus hijos, imposibilidad para que puedan acceder a los diferentes niveles educativos, etc.
¿Qué especiales cualidades tiene el gestor de una entidad bancaria, para merecer una retribución muy superior a, por ejemplo, un investigador, cuyo trabajo puede proporcionar grandes beneficios a la humanidad? ¿Por qué, hace unos años en empresas tan exitosas o más que muchas de las actuales, la desigualdad de retribuciones entre trabajadores y directivos era mucho menor que ahora? José María Soroa indica que, sin darnos casi cuenta se ha pasado de una escala de retribuciones de 1:6 a otra de 1:300, es decir, mientras que no hace mucho la retribución de un directivo era 6 veces la de un trabajador, ahora –cuando Soroa escribió este artículo de opinión- la retribución del directivo es 300 veces mayor que la de un trabajador. En estos momentos, la diferencia entre la retribución del directivo una empresa y un trabajador es mucho mayor.
Joaquín Estefanía, en su libro La cara oculta de la prosperidad. Economía para todos (2003, Santillana ediciones Generales, Madrid) indica: «El experto en estrategia empresarial Peter Drucker ha defendido que la diferencia de remuneración entre el máximo ejecutivo de una empresa y su trabajador más humilde no debería ser superior nunca a 20 veces, ya que a partir de dicho límite se está sobrevalorando la contribución del ejecutivo al éxito de la empresa en comparación con la del trabajador».
Immanuel Kant, famoso filósofo alemán, decía que el ser humano es, ante todo, creador, nunca vasallo ni siervo. Puesto que tanto trabajadores como accionistas y directivos son seres humanos que participan en la misma empresa, hay que exigir una distribución equitativa de los beneficios económicos.
El 24 de abril último leí en El País una noticia titulada «Una heredera de Disney tacha de locura el sueldo del consejero delegado». La heredera de Disney, Abigail Disney, Disney fue fundada por su abuelo y su tío abuelo: «La cifra de la discordia son los 65,6 millones de dólares (58,5 millones de euros) que cobró el consejero delegado».
«Abigail ha hecho carrera en el cine como documentalista y se ha labrado un nombre como activista y filántropa. Es miembro del grupo Millonarios Patriotas, que aboga por una subida de impuestos a los ricos y la reducción de las diferencias salariales extremas». Durante una conferencia de la web Fast Company el pasado martes [23 se abril], Abigail participó en un panel sobre capitalismo humano donde dijo a los asistentes que el sueldo de 65,6 millones de euros de Bob Iger [el consejero delegado] le parecía una locura. Añadió que semejantes compensaciones a los altos ejecutivos tienen un efecto corrosivo en la sociedad. El sueldo de ese consejero delegado era 1.424 veces el sueldo de un empleado medio de The Walt Disney Company. «Abigail Disney dijo que su opinión se basaba, en parte, en hablar con empleados de Disneyland, el parque temático original en Anaheim, California, que sufren para vivir en la zona mientras trabajan para el mayor empleador del condado». Según ella, «nadie que contribuya al éxito de una compañía rentable y que trabaja a tiempo completo debería pasar hambre, ni debería racionar la insulina ni debería dormir en su coche». Por último, dijo del consejero delegado que le parecía que era un buen hombre. Pero que «se está dejando llevar por un camino que es por el que va todo el mundo».
Abigail Disney dijo que la retribución en la empresa tiene un «efecto corrosivo en la sociedad». José María Ruiz Soroa, entre otros, habla de «cáncer de la democracia» que desde 1970 no ha dejado de crecer en las sociedades occidentales. (El País, 5 de mayo de 2012).
Hasta ahora la filosofía política no ha sido capaz de crear una teoría sobre la desigualdad económica admisible. Se establece el mínimo de bienes para todos los ciudadanos, incluso para el menos afortunado por el azar biológico, pero nada sobre el máximo que pueden obtener otros individuos, es decir, no dice nada sobre los límites de la desigualdad por arriba. Parece que mientras que la sociedad garantice unas mínimas posibilidades para todos, algunos pueden enriquecerse hasta el infinito. Una idea alarmante. Más alarmante, si no está garantizado ese mínimo.
A este respecto hay que recordar, como dice Soroa, que los revolucionarios franceses y americanos, tuvieron una idea muy clara de que los ciudadanos debían ser en lo económico no tanto iguales como similares (a eso se refería la fraternité). Admitían la desigualdad de fortunas, pero con un límite para evitar que se creasen dos grupos distintos de ciudadanos.
¿Cómo ha surgido ese camino por el que van los directores de empresa y, sobre todo, cómo explicar la incapacidad política para cerrar ese camino a pesar de que todo el mundo lo denuncia como nocivo? La principal y más importante es el sistema de valores por el que se rige el vigente sistema económico-social. En palabras de Francisco Javier Peña Echeverría (coord. Ética para la sociedad civil, Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2003:20), «Esta concepción [sistema de valores] se basa en la premisa de que los seres humanos son egoístas, naturalmente interesados en sí mismos, que sus afectos y disposiciones son irreformables, y que no cooperarán con los demás sino en tanto tengan expectativas de un beneficio propio, o se vean obligados a ello por una fuerza externa». Fuerza externa inoperante porque, según el sistema, para que los mercados funcionen bien no deben sufrir ninguna interferencia, y la ética es una importante interferencia. Está demostrado que la desigualdad económica se sitúa en el corazón del sistema capitalista actual.
Sin embargo, esa premisa no ha sido avalada por ninguna de las investigaciones en Psicología y Neurociencia. Jeremy Rifkin, uno de los pensadores más influyentes en estos momentos, en la Introducción de su libro La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis (Barcelona, Paidós, 2010), escribe: «Descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista, e interesado por naturaleza. La conciencia reciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad».
El sistema, al principio, anunció toda clase de beneficios, pero, durante todo el tiempo que lleva funcionando, ha puesto de manifiesto la necesidad de modificar algunos aspectos para hacerlo más justo y más humano. Esa labor ha empezado a ser realizada por los ciudadanos. En relación con el tema de la desigualdad económica, es de destacar la labor de Save the Children, una Organización No Gubernamental que cree que todos los niños y niñas merecen ver cumplidos sus derechos: crecer sanos, tener la oportunidad de aprender, y estar protegidos de la violencia. Otra Organización No Gubernamental que trabaja por conseguir un futuro sin pobreza es Oxfam Intermon. En ella trabajan, en más de 90 países, casi 1.800 voluntarios. Ambas funcionan gracias a la aportación y la confianza de miles de personas.
La relación entre la desigualdad y la rebelión es estrecha. Está claro que una sensación de falta de equidad es común en la rebelión de las sociedades. La desigualdad en el reparto de la riqueza es uno de los problemas económicos más importantes en las sociedades actuales. El Premio Nobel de Economía Amartya Sen, en el prefacio de su libro La idea de la justicia ( ) indica que los parisinos que salieron a la calle el 14 de julio de 1789, Gandhi y Martin Luther King hicieron lo que hicieron porque habían tomado conciencia de que las injusticias en que vivían podían superarse a pesar de la fuerza que manifestasen tener los que las cometían.
Ninguno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Agenda 2030) se podrá alcanzar si no se resuelve el problema de la desigualdad económica, ya sea entre países como dentro de un mismo país.