Ya es una sola palabra, pero es el fruto de añadir una negación a algo que venía definido por una sola palabra. Y las acepciones que nos ofrece el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española (DRAE), son, en general, negativas; incluso hay una, ya en desuso, que sorprende, pero tiene su lógica pues lo extremado tiende a ser así. En mi opinión, distinto o diferente no sirven como sinónimos de lo que me ocupa, desigual, y ello porque no incluyen la carga de negatividad que supone ser desigual. Porque se puede ser distinto o diferente y no pasa nada, pero no se debe ser desigual.
Hay un programa educativo, maravilloso programa añado, el MUS-E®, que con apoyo en las artes ayuda a descubrir y aceptar al otro, un programa que sirve para facilitar la integración social, para reconocer la diversidad cultural, un programa incluyente, porque convierte la diferencia en riqueza. Y sin embargo no nos sirve para aceptar al desigual, porque lo desigual hay que corregirlo no es cuestión de inclusión, lo desigual no nos gusta. Las personas son distintas entre sí, unas son más altas que otras o tienen un color de piel diferente o tienen distinto sexo, y aceptamos que esto es normal, absolutamente normal. Lo que no aceptamos es la desigualdad de medios o de oportunidades o de derechos, por eso en los países democráticos se establecen normas que impiden, al menos en teoría, la discriminación y que trabajan en contra de la desigualdad.
A pesar de esta argumentación, que algunos definirían como buenismo, es evidente que la desigualdad campa a sus anchas y lo más grave es que cada día son más anchas. Vemos tan mal la desigualdad que ningún grupo político la acepta, todos dicen luchar contra ella. Otra cosa es cuando hablamos de la opinión de grupos sociales donde ya se empiezan a oír justificaciones a la desigualdad. Y aquí hemos llegado a la clave de lo que me ocupa hoy ¿qué entendemos, de verdad, por desigualdad?
Más allá de lo que dice el DRAE, entiendo por desigualdad entre personas la diferencia inaceptable en el nivel de ejercicio de aquella capacidad o condición o derecho en las que la situación debería ser similar. Y especialmente me ocupa hoy la desigualdad económica. Aclaremos que similar es sinónimo de parecido o de semejante, pero no de igual; luego, hasta un cierto nivel no hablamos de desigualdad, ¿aceptaríamos que el que unos altos ejecutivos ganen 131 veces el salario medio de sus empleados es una situación de posiciones parecidas? El dato anterior se cita en un artículo de Manuel Escudero, economista y asesor especial de la Oficina del Global Compact de Naciones Unidas, que se publicaba en el semanario Ahora, en el que se hace un análisis en profundidad sobre la desigualdad rampante y que, como él afirma, progresa en mayor medida en el mundo más avanzado.
No pretendo aportar aquí un estudio sobre la desigualdad, pretendo ayudar a reflexionar sobre ella. Hacer ver lo dramático que para una sociedad puede ser que existan unos niveles de desigualdad inaceptables. Existen muchos estudios sobre desigualdad que yo no podría mejorar. Lo que pretendo es ayudar a localizar información sobre la desigualdad por qué sé que es un tema que preocupa hoy, por lo que ocurre en la sociedad de hoy.
Y es que las diferencias son tan abismales, que por ello hablamos de desigualdad, aunque quizá esta expresión ya no sea suficiente para reflejar toda la distancia existente y deberíamos empezar a hablar de abrupto. Porque esa es la realidad, la de un mundo abrupto en el que la miseria se hace más patente cada día. Todo esto se pone de manifiesto en el artículo de Luis Molina Temboury, economista y miembro de Economistas Frente a la Crisis, del que me he permitido tomar el gráfico que figura al margen. Molina viene estudiando el tema desde hace tiempo, a pesar de que no se dispone de datos fehacientes de lo que se acumula en los denominados paraísos fiscales.
Resulta descorazonador observar como el 10% de la población española acumula el 56% de la riqueza de país, mientras que el 30% de la población dispone del 2,9% de esa riqueza. Y, dejando aparte la mayor o menor bondad de la estadística utilizada, fijémonos que la ausencia de los patrimonios ocultos lleva a considerar que la realidad podría ser aún más abrupta que la estimación. Si lo analizamos a nivel mundial la situación es aún más dramática como pone de manifiesto este informe sobre la economía para el 1% elaborado por OXFAM.
Para calcular los niveles de desigualdad o igualdad, según queramos ver el contenido de la botella, se utilizan muchos índices. Uno de ellos es el utilizado por Naciones Unidas, el Índice de Desarrollo Humano (HDI por sus siglas en inglés) y que utiliza varios componentes para su obtención. La definición del mismo y el método de cálculo podéis consultarlo aquí. La evolución de dicho índice, a lo largo de los años, la podemos ver aquí.
Pero quizá el más conocido es el llamado índice de Gini (Corrado Gini) cuyos valores oscilan entre 0, igualdad perfecta, y 1, desigualdad total. Nos mide la proporción que existe entre la superficie definida por la recta de la igualdad perfecta (bisectriz del primer cuadrante) y la curva de Lorenz de la distribución acumulada de renta de una distribución acumulada de población, con relación a área total entre la bisectriz y los ejes de coordenadas. El índice de Gini no mide rentas, mide la distancia de la distribución de rentas con respecto a una distribución perfectamente equitativa. De ahí que valores más próximos a 0 reflejen una sociedad más igual, no más rica, y según se aproxima a 1 refleja una sociedad más desigual, no más pobre.
En el mapa de la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE), Eurostat, que puede verse al comienzo de este artículo se ven reflejados los países de la UE con diferencias de color según su mayor o menor desigualdad. Pueden comprobar que España se encuentra en el furgón de cola de la igualdad y estamos bastante lejos de alcanzar el promedio europeo que es inferior a 0,3, pues en 2014 el coeficiente de España era de 0,374.
Pero la desigualdad se ensaña con las clases más desfavorecidas y es en ellas donde se hace más patente en los momentos de crisis, como los que vivimos, porque no nos olvidemos que seguimos en crisis, aún nos falta mucho para salir de ella. En el cuadro que pueden ver a continuación he intentado hacer ver como la desigualdad castiga más a los castigados y es algo más benevolente con los aliviados.
Ya ven que hay poco que explicar. Bueno, sí hay alguna cosa. Para los que no sepan estadística, los deciles son unas medidas de posición que dividen a una distribución de frecuencias (grupo de variables) en 10 tramos iguales, en este caso tramos de población. Y el límite inferior del primer decil es 0, por eso no aparece. El cuadro nos dice que hay un 10% de la población que tenía un nivel de renta de menos de 5.100,0 euros anuales en 2013. Pero lo que también nos dice el cuadro es que la renta del primer 10% de la población se ha reducido más de un 22% desde el 2008, mientras que la del noveno tramo apenas se ha reducido un 6%, lo mismo que el límite inferior del último tramo de población.
Hoy, casualmente hoy, es un buen día para hablar de desigualdad, porque este país no solo tiene un grave problema de falta de empleo, que no de paro, también tiene un gravísimo problema de igualdad. Y todas las políticas que no vayan encaminadas a crear empleo, no a abaratar el coste del que ya existe, y a reducir la desigualdad, no nos ayudarán a salir de la crisis.
Hoy no hay música para terminar, aunque podría haberla. Hoy, en homenaje al Maestro Yehudi Menuhin del que en este año se conmemora el 100 aniversario de su nacimiento, y como uno de los co-creadores del Programa MUS-E®, os dejo una imagen de la web de la fundación que lleva su nombre, que es la que imparte el programa en España, y en la que también podéis encontrar música.
salud a tod@s