De surrealista tacharía yo, una más entre tantas que nos dejan estos tiempos de coronavirus, la imagen del jefe del estado paseando junto a su esposa por el paseo marítimo de Palma, sin mascarilla, mientras saluda a turistas alemanes en la playa –unos con mascarilla y otros no-, en una clara operación de marketing institucional a favor de nuestra malherida industria turística y de las hordas de veraneantes que inundan nuestras playas cada año como si les fuera la vida en ello.
Una escena más propia del mejor Berlanga, mientras el mundo se derrumba a nuestro alrededor, con millares de muertos diarios, millones de infectados más y con rebrotes que crecen como setas en toda Europa de forma incontrolable y, en el mejor de los casos, más o menos controlada.
Cuando esto acabe y tendremos que esperar que así sea hasta que dispongamos de una vacuna o un tratamiento eficaz contra el maldito bicho, podremos ver más en perspectiva los estragos causados.
Nunca sabremos a ciencia cierta la cifra de fallecidos en todo el mundo –cuando la gripe española de hace 100 años, la cifra oscila entre los 50 y 100 millones de muertos-, a buen seguro solo comparando las de los registros funerarios de un año para otro de los que habrá que descontar los diagnosticados de los que no lo fueron y los que de manera directa o indirecta encontraron precipitadamente el fin de sus días a costa del virus.
Peor aún con datos altamente cuestionables por no decir flagrantes como los de Rusia con más de 600.000 infectados y poco más de 8.000 muertos por citar el más evidente.
Decía un epidemiólogo español –de los de verdad, no de los que tanto abundan ahora por las redes sociales-, desde un importante organismo internacional, que el mundo súper desarrollado, el que nos toca de más cerca, ha pecado de prepotente. Salvo Corea del Sur que tenía la experiencia acumulada del SARS y el MERS y aun así sigue teniendo graves problemas, el resto de potencias, incluida España faltaría más, creyeron que este SARS CoV 2, no iba con ellas o que podrían controlarlo sin más en todo caso.
Que no les iba a pasar lo que año sí y otro también pasa en muchos de esos países que llamamos subdesarrollados, por mucho que los organismos sanitarios internacionales venían advirtiendo desde hace tiempo que esto podía pasar y no estábamos preparados.
Y menos aún que lo podíamos estar cuando llevamos destripando hace años la sanidad pública, desviando cada vez más la atención a la sanidad privada o lo que es lo mismo convirtiendo la sanidad en otro floreciente negocio para unos pocos donde lo único que importa es la cuenta de resultados. En su caso el capitalismo en toda regla, donde la primera máxima es la acumulación de riqueza y lo público, a lo más, cosa de la beneficencia.
Lo mismo que con las residencias de mayores, controladas tres de cada cuatro en España por fondos de inversión, por no llamarles «buitres» que suena todavía peor. A los que precisamente no les importa mucho las condiciones de las mismas, más allá de lo que puedan dar de sí su susodicha cuenta de resultados sobre todo cuando se trata de buscar réditos en cuanto menos plazo mejor.
Por último y si cabe lo peor de todo, cuanto hemos dicho no es más que la consecuencia de un modelo de sociedad como el nuestro que lleva apostando por lo individual desde hace demasiado tiempo. Tanto que hasta desde la caverna mediática se busca permanentemente la forma de defenestrar sin piedad a las ONG cada vez que toca, en realidad solo porque les molesta que ese concepto tan denostado de solidaridad permanezca aun en el diccionario.
Durante el confinamiento se nos pidió ser obedientes, pero ahora se nos exige ser responsables. Y aunque la mayoría intentemos serlo otros muchos, los mismos que no les importa que su perro haga sus necesidades en la puerta de cualquier establecimiento, tiran los papeles al suelo y se pasan el día despotricando a diestro y siniestro, van a hacer sumamente difícil que podamos salir adelante con todo esto.
Veremos.