«Sólo quería probármelos, pero los compraré en Amazón». Tal ocurrencia, con cierta dosis de ingenuidad y poco de recato, es algo que se viene dando cada vez con mayor asiduidad en los pequeños comercios españoles, a costa de un patrón de libre mercado convertido en auténtico libertinaje. Con la excusa de un nuevo concepto de competitividad impuesto por la horda liberal la ciudadanía parece aceptar sin más el absolutismo de unas empresas multinacionales, convertidas en auténticos oligopolios, que están acaparando el mercado sin aportar al conjunto de la sociedad nada más allá de la precariedad laboral y un infame proceso de manufactura a cambio de ingentes beneficios.
La precariedad laboral, sinónimo de esas grandes empresas por contra de la estabilidad en el empleo del comercio tradicional, se está convirtiendo en moneda de cambio ante la imparable caída de los márgenes comerciales en éste último lo que redunda en colosales ganancias para las primeras mientras aboca a la ruina al resto. Los potenciales consumidores, que ven como sus rentas del trabajo se devalúan de manera inexorable, se ven obligados a buscar soluciones cada vez más económicas a sus necesidades. Lo que se acaba convirtiendo en un bucle infernal –menos empleados en el pequeño comercio y peores condiciones para los que quedan a causa de la caída de los beneficios-, que empuja a las clases medias y trabajadoras cada vez con menos poder adquisitivo a recurrir a grandes compañías transnacionales que, para colmo, poco o nada aportan a la comunidad sacando tajada de un nefasto modelo fiscal.
Por otro lado nos topamos con una parte de la población que imbuida por una especie de esnobismo, ha caído presa del Fast Fashion y un consumismo desmedido con consecuencias devastadoras para el modelo social e incluso la salud del planeta. En el otro extremo millones de personas que en régimen casi de esclavitud manufacturan todo tipo de mercaderías que acabarán en los lineales de grandes cadenas internacionales de la moda o cualquier otro sector y en los almacenes de los grandes operadores del comercio online.
En los próximos meses vamos a darnos de bruces con varios procesos electorales de toda índole. Lástima de tener la sensación que éstos se vayan a llevar más por la vía de las vísceras que por las de la sensatez y el sentido común pero sería un buen momento para exigir de nuestros próceres que pongan verdadero interés en la preservación del comercio tradicional por tratarse de una parte fundamental del tejido social de nuestras ciudades y pueblos, además de contar con casi un millón de asalariados en sus filas.
En aras de ello solo a través del desarrollo y potenciación de las asociaciones de comerciantes con el decidido apoyo de la administración será posible revertir una situación cada día más insostenible para los pequeños comerciantes y sus dependientes. Algo que choca de manera frontal con la doctrina liberal basada en la primacía del individuo por encima del bien colectivo y que, en cualquier caso, vemos como está poniendo punto final a un modelo de convivencia que, además de los beneficios descritos desde el punto de vista de la economía y el empleo, fortalece la cohesión social.
Por último, es cierto que buena parte de pequeños comercios necesitan actualizarse basándose sobre todo en la especialización pero no lo es menos que de no ser consciente la ciudadanía del extraordinario daño que provoca dar la espalda de manera continua a los mismos acabará relegando nuestras avenidas, calles y plazas al olvido y con ello a perder un rasgo más de una humanidad que se desmorona.