El PSOE del «sí, pero no», que suele aseverar de manera tan certera un lector habitual de esta sección, ha marcado la dilatada historia del partido y ha vuelto a refrendarse una vez más en las últimas sesiones del Congreso dando por fallidas sendas mociones de investidura. Un candidato, Pedro Sánchez, que a estas alturas del metraje y a fuerza de ser sincero no podría asegurar si es de izquierdas, medio de derechas o de ese tan cacareado centro. En todo caso un auténtico superviviente y lo quedaremos ahí, por el momento.
De semejante encrucijada y de los vaivenes del tablero político de lo único que estoy seguro es de que quién suscribe sí que sigue siendo un socialdemócrata de esos de toda la vida por mucho que ahora se empeñen en llamarnos radicales o de extrema izquierda, sin duda una consecuencia más de haberse movido tan a la derecha el eje del mismo desde que la Tatcher hiciera suyos a los Tony Blair, Schröder, González y compañía. En lo que nos toca, poco o nada queda ya de aquel Felipe González con chaqueta de pana de ese otro personaje que se pavonea bajo la luz de los focos, preso de su propia opulencia. Y claro «de aquellos polvos vienen estos lodos» y así nos va.
Lo mismo podríamos decir de liberales, demócratas cristianos y conservadores si los comparamos con los Schuman, Monnet o el propio Adenauer que, a buen seguro, se revolverían en sus tumbas si vieran el cariz que han tomado sus antiguos partidos que abrazados a un capitalismo de lo más salvaje –neoliberalismo, en su definición más precisa-, han promovido los mayores desequilibrios de la historia reciente y han condenado al propio planeta a un futuro más que inquietante. Es el triunfo de la avaricia, la codicia, del puñetero dinero y de una sociedad cada vez más individualista en la que priman el egoísmo y el cortoplacismo por encima de todos aquellos valores que un día promovieron un Estado del bienestar para todos.
Es tal el éxito de tamaña inmundicia que ha conseguido desbaratar en buena parte las inquietudes de la ciudadanía, tanto que echarse a la calle resulta ya un quebranto para la mayoría y los que lo hacen se ven señalados por el dedo inquisidor del resto.
Entre tanta homogeneidad y escasa turbulencia si algo sigue contraponiendo a la derecha conservadora y a lo que queda de la izquierda es que mientras la primera, como su propio adjetivo indica, aúna esfuerzos con facilidad evitando mayores contratiempos, tirarse los trastos a la cabeza es sinónimo de una izquierda que peca tan en exceso de crítica como la que le falta a sus históricos oponentes.
Pero dejémonos de tantas disquisiciones y centrémonos en lo que nos ocupa: ese desastre habitual de la política española que ha vuelto a consumarse en la fallida moción de investidura de Pedro Sánchez. En primer término si alguien hay que tachar de máximo responsable del fiasco es al propio Pedro Sánchez que al fin y al cabo es el ponente y candidato y es quien ha de crear el clima necesario para llegar a la misma con garantías. Por eso nos limitaremos a examinar su errática conducta por una parte y de otra la de su principal partenaire en el asunto, Pablo Iglesias ya que los demás con sus pros y sus contras han jugado su papel de manera más o menos razonada pero al menos dentro de lo que cabría esperarse conforme a sus posiciones iniciales antes de abrirse la partida.
De Pedro Sánchez y el PSOE.
Puestos ya en materia lo que más debería preocuparnos es cómo han llevado sus propuestas para la formación de gobierno Pedro Sánchez y su partido desde que ganaran, con cierta solvencia si cabe, las elecciones generales del pasado 28 de Abril. Para cualquier observador objetivo las rotundas afirmaciones y el claro posicionamiento político del candidato en su día para recuperar la secretaría general de su partido, la moción de censura que le llevara al gobierno gracias a los apoyos externos y su correcto entendimiento durante la legislatura con el que dice ser su socio preferente, Podemos, la formación de un gobierno de coalición ente ambos hubiera sido una cuestión elemental y se podía haber subsanado en un periodo breve de tiempo.
Dicho de otro modo, en cualquier democracia avanzada, hace ya varias semanas que entre ambas formaciones habrían conformado un gobierno claramente progresista por mucho que pudiera poner en un brete –que ya sabemos que no es para tanto-, al gran capital, la cúpula empresarial y el mundo financiero. Es cierto que la suma de PSOE y Podemos no bastaba para alcanzar la mayoría absoluta pero no lo es menos que a solo poco más de una docena de escaños de la misma hubiese contado con el apoyo suficiente de otros grupos minoritarios, como así ha quedado probado, para echar a rodar sin mayores dilaciones.
En cuanto a la excusa sobre la tan manida cuestión catalana, ante las posibles discrepancias de los nuevos socios de gobierno, las evidencias de que salvo derrumbe de las posiciones independentistas –que no parece vayan a suceder en el corto o medio plazo al menos mientras la crisis económica de fondo que la alimenta permanezca y eso va para rato-, si algo ha de quedar meridianamente claro es que la resolución al problema pasa en primer lugar por una solución política lejos de algarabías altisonantes de una y otra parte, menos aún por seguir implicando a la justicia más allá de lo que le corresponde y, sin ningún género de dudas y sin necesidad alguna de rasgarse las vestiduras por ello, por alguna forma de consulta popular que tendrá que llegar tarde o temprano y ponga, al menos por el momento, a cada uno en su sitio.
Sin embargo, desde prácticamente el día siguiente a su triunfo electoral, tanto Pedro Sánchez como los principales espadas de su partido han estado lanzando guiños de todo tipo a PP y Ciudadanos en un sorprendente giro o al menos contradicción con sus propuestas iniciales. Sánchez ha casi implorado a los mismos que al menos se abstuvieran llegado el momento y que le permitieran gobernar de la misma manera que el PSOE hizo en su día con M. Rajoy a lo que, curiosamente, se negó él mismo. Pedro Sánchez, una vez más, ha vuelto a virar de rumbo y de su famoso «no es no» ha pasado al «sí es sí», a pesar del «con Rivera no» de sus ya suspicaces seguidores, de la misma manera que Aznar pactó con Pujol después de aquel celebérrimo «Pujol, enano, hablarás castellano» de sus incondicionales en la calle Génova.
La humillación y desprecio permanente a los que ha sometido a Unidas Podemos desde el primer momento y que ha culminado con la burda modificación de unos documentos por parte del PSOE y su traslado a la prensa en los que torticeramente sustituyó el término «propuesta» por el de «exigencia» para defenestrar aún más a los morados puede dar una idea de la malévola vuelta de tuerca de las aparentes posiciones del PSOE de hace solo unos meses. Hasta la prensa extranjera destacada en España se ha hecho eco del sorprendente despropósito de una investidura que, a priori, debería haber supuesto un mero trámite parlamentario tras el resultado de las elecciones y el desarrollo de la legislatura tras la moción de censura del pasado año.
Es obvio que las grandes empresas, la banca y todo su entorno prefieran un gobierno de corte liberal, ultraliberal de hecho desde hace varias décadas, que uno de carácter humanista y social y para ello ponga en marcha toda una campaña en contra de este último a través de su gigantesco entramado mediático. Desde la caída del Muro de Berlín el neoliberalismo se ha hecho amo y señor de la política y la economía propiciando que la especulación en todos los frentes y la ingeniería financiera hayan hecho de su capa un sayo sin pudor alguno y con la connivencia de las instituciones tanto españolas como internacionales. El que ello haya dado lugar a la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de los años 30, solo ha servido para una huida hacia adelante del sistema como prueba que, desde el estallido de la crisis, mientras las ganancias se han multiplicado en el gran capital y con ello el salario de sus ejecutivos –las retribuciones de un consejero delegado de cualquier empresa del Ibex 35 daría para comprar varias lunas-, mientras que en el resto de los mortales se perpetua y no hablemos ya cuando se trata de la diferencia entre los salarios percibidos entre hombres y mujeres, lo que se conoce por la brecha salarial.
A pesar de tales evidencias la capacidad de su trama mediática ha hecho que tan perverso modelo no solo cale en buena parte de los ciudadanos que asumen con resignación el mismo –hasta entenderlo y justificarlo en muchos casos-, olvidando de paso que la mayor parte de los derechos sociales adquiridos que ahora se están poniendo en el disparadero son fruto de otra manera muy distinta de entender la política y la economía que hicieron del modelo occidental europeo tras la Segunda Guerra Mundial –salvo el caso de Portugal, España y Grecia que se incorporaron mucho más tarde-, un paradigma del ahora puesto tan entredicho Estado del Bienestar. Por ello es fácilmente entendible que cualquier mero pellizco fiscal o control sobre sus actividades tan altamente lucrativas, en un modelo económico donde la avaricia y codicia han constatado no tener límites, el sistema utilice todas las artes a su alcance para perpetuar el mismo.
Una de ellas es el uso del miedo como principal arma efectiva, en este caso acusando a Podemos de representar al totalitarismo más irredento recurriendo para ello a todo tipo de mentiras y falacias, como viene haciendo desde la irrupción en la política nacional de la joven formación morada pero que han sabido calar hondo en buena parte de una sociedad mediatizada por el uso torticero de las redes sociales por mucho que hayan sido desmentidas una y otra vez por las propias autoridades. En definitiva de lo que se trata es de de poner en solfa sus aptitudes y propuestas cara su posible entrada en el gobierno de ayuntamientos, autonomías y más aún en el de la nación.
De Pablo Iglesias y Podemos
Por lo que respecta a Pablo Iglesias, al margen de su dilatada carrera de errores hasta provocar toda una catarsis en Podemos tras haber perdido ese carácter de transversalidad que tomó como premisa fundamental en sus primeros momentos, no es menos cierto que en esta ocasión no le ha faltado razón en sus pretensiones de formar un gobierno de coalición con el partido socialista, la respuesta más habitual en las democracias europeas visto el resultado electoral. Otra cosa serán las formas y maneras expresadas por el mismo pero, en cualquier caso, sentirse ninguneado y relegado a segundo plato mientras Pedro Sánchez flirteaba con la derecha, cuando había creído contar con este como su socio preferente el último año, no deja de ser un varapalo que habrá de sentarle peor que mal a cualquiera.
Es más que probable de haber tomado Pedro Sánchez el camino que cabía haberse esperado estaríamos hablando ahora de cosas por completo muy diferentes. Que el PSOE no es de fiar ha quedado plasmado no ahora, sí no como decíamos anteriormente a lo largo de todo el reciente periodo democrático ya que se ha caracterizado por pregonar una cosa mientras está en la oposición o en campaña electoral para hacer después exactamente la contraria en labores de gobierno. Acuérdense del OTAN NO que de la noche a la mañana pasó a ser OTAN SÍ, aunque al menos en aquella ocasión dispuso un referéndum al respecto. Otra de las fórmulas de participación ciudadana pendientes de nuestra democracia.
Después de 3 meses dándole la espalda a la formación morada pretender arreglar las cosas en dos o tres días y a contrarreloj se antoja casi imposible. Pero como bien haya advertido en el Congreso el ínclito Gabriel Rufián en la que probablemente haya sido su intervención más sensata en los últimos tiempos desde la tribuna de oradores, en las actuales circunstancias mejor 3 o 4 asientos en el consejo de ministros, sean cuales fuera, que nada. Una ocasión, quizá única, para una formación política con tan escasa vida parlamentaria para poder mostrar al pueblo sus posibilidades reales y ganárselo poco a poco cara a otras entregas. Además el PSOE tendría más dificultades para volver a tirar por la calle del medio como le ha sucedido siempre y en el peor de los casos también cabría la oportunidad de una dimisión debidamente justificada de las carteras cedidas a UP llegado el caso.
Pero ningún sacrificio es suficiente y tras un primer paso atrás una vez más Pablo Iglesias ha querido asaltar los cielos de un pispas y sigue sin darse cuenta que, una vez pasada la época de las revoluciones, es mucho más fácil lograrlo desde dentro que desde fuera. Que España está en manos de la CEOE los bancos y el Ibex 35 es algo que todo el mundo sabe y harán cuanto sea necesario para no dejar escapar semejante botín. Y lo único que ha conseguido, al menos por el momento y mientras siga mirándose el ombligo, es que por el momento éstos sigan ganando la batalla.
En resumidas cuentas.
Puestos a elucubrar las alternativas que quedan son las siguientes:
A) Pedro Sánchez y Pablo Iglesias llegan a un acuerdo y hay gobierno de coalición. Muy difícil pero no imposible por tratarse de la más lógica. Difícilmente creíble.
B) PSOE y UP llegan a un acuerdo programático y el PSOE gobierna en solitario «a la portuguesa». Si no hay coalición, la menos mala aun a riesgo de los tejemanejes del PSOE.
C) La CEOE, la banca y el Ibex, una vez parece descartado el Cs de Rivera toda vez se ha salido del cesto, convencen al PP para que se abstenga. Y sigue la bola, con ligeros matices, el PSOE seguiría el dictado de sus jefes. Empieza a consumarse el desastre.
D) No hay acuerdos por ningún lado y nuevas elecciones. España es una vergüenza en Europa y de una democracia adolescente volvemos a una democracia infantiloide. Podemos se va al carajo (dixit) y Cs o poco más o menos. Vuelve el bipartidismo y colorín colorado…
Lo hemos referido ya varias veces en esta tribuna. El modelo económico actual ha fracasado (cuidado: un completo éxito para unos pocos y un desastre para la mayoría, puntualicemos), y los datos son irrefutables y sin embargo existen precedentes entre las grandes democracias occidentales de no hace muchas décadas que otra manera de hacer las cosas es posible. Portugal es hoy por hoy el mejor referente actual pero insignificante en el contexto global.
España podría ser un magnífico ejemplo para el resto del continente pero mucho me temo que ni Pedro Sánchez y menos aún el PSOE sean capaces de ello, si es que tienen alguna voluntad para hacerlo. No se trata de declarar la guerra a nadie, ni siquiera a los poderes fácticos, se trata solo de poner a cada uno en su sitio que es lo que el pueblo ha manifestado en las urnas.
De Iglesias, agradecer su paso atrás pero quizá deba dar alguno más. Muchos esperábamos mucho más de Podemos pero una metedura de pata tras otra, la huida en desbandada de unos y otros por unos u otros motivos, su evidente falta de mano izquierda –nunca mejor dicho- en todos los ámbitos y el endemoniado carácter de su líder ha puesto en un brete a la formación. Tanto que si es incapaz de favorecer de una forma u otra un gobierno progresista puede enviarla al ostracismo.
Tiempo hay de sobra para solucionar las cosas y esperemos que, como decía antes, España no vuelva a ser el hazmerreir de Europa por la incapacidad de sus políticos. Bélgica se mantuvo sin gobierno durante 541 días entre 2010 y 2011, todo un record mundial, pero al final consiguió acordar uno. España puede celebrar 4 elecciones generales en 4 años pasando la pelota una vez y otra al pueblo, para acabar renegando una y otra vez de las decisiones de este.
P.D.: No se pierdan el discurso de Abascal. ¿Se acuerdan de aquel: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado? Válgame que les traerá el recuerdo. Por cierto que «manda huevos» vengan estos señores a hablarnos de libertad.