Se veía venir. No ya por esos casi 76.5 millones de personas que han apostado de nuevo por un personaje como Donald Trump sino que este, en esta ocasión, no iba a cometer el error de su primer mandato cuando se dejó copar los puestos más importantes de su administración por los habituales tecnócratas republicanos.
Trump está colocando ahora en los mismos a sus amigos. Los que sabe que no le van a abandonar como le ocurrió entonces y estarán dispuestos a llevar hasta el final sus políticas o como quiera que pueda llamarse eso que quieran hacer.
Porque lo que sí parece cada vez más evidente es que estamos ante el final de una era, el resultado final de una delirante manera de entender el capitalismo que ha dado al traste con la ideas de sus fundadores, los Adam Smith y John Locke de hace 300 años, e incluso con las más recalcitrantes de los Mises, Hayek y Friedman de nuestro tiempo.
Mucho más allá de esa guerra comercial que se avecina a decir de todos los analistas de esta obstinada realidad que nos desborda, estamos en medio de una o quizá también el final de una guerra cultural para la que Trump se está rodeando de sus primeros espadas.
Gente tan irreverente como el propio Elon Musk, el hombre más rico del mundo, al que ha puesto al frente de una nueva institución por nombre Departamento de Eficiencia Gubernamental, DOGE, por sus siglas en inglés, «casualmente» el nombre de la criptomoneda favorita de Musk.
Desde el mismo Musk y Trump han dicho que en un año y medio reducirán el gasto público en más de 2 billones de dólares y despedirán a decenas de miles de empleados.
Como Secretario de Energía, Trump ha elegido a Chris Wright, Consejero Delegado de Liberty Energy una empresa proveedora de servicios para la industria energética y especializada en el fracking. Wright es un consumado negacionista climático que desprecia las energías renovables y apuesta decididamente por los combustibles fósiles.
Pete Hegseth, nominado para Secretario de Defensa, es un ex oficial de la Guardia Nacional que estuvo en Iraq y Afganistán y presentador de la cadena conservadora Fox News. Además de sus continuos ataques a las mujeres que forman parte del ejército y alusiones a una nueva cruzada contra el Islam, entre otras lindezas el tipo se jacta de repetir que no se lava las manos porque no cree en los gérmenes que no ve.
Tulsi Gabbard, ex teniente coronel de la Guardia Nacional –no será muy del gusto del anterior-, procedente del Partido Demócrata se pasó este mismo año a los republicanos y ahora se ha convertido en nominada para dirigir la seguridad nacional de los EE.UU. Según se dice en los mentideros muestra admiración por tipos como Bashar al-Ásad, el sátrapa sirio, y el mismísimo Vladímir Putin. En la línea de su nuevo jefe.
Así podríamos seguir con el sobrino de JFK, Robert Kennedy Jr. un consumado anti vacunas al que Trump ha postulado para dirigir la sanidad pública. O el caso de Matt Gaetz para Fiscal General, acusado de delitos sexuales, conocido por su jerga arrogante y poner a caer de un burro al FBI, al que tendrá ahora bajo su mando. Toda una alhaja el tipo.
Entre otros muchos de similar cuerda.
Todos pendientes de ser ratificados por el Senado, aunque desde las propias filas republicanas se escuchan voces discordantes con ellos, lo que no es para menos. Pero, según parece, Trump puede recurrir a una argucia legal para saltarse el procedimiento y no tener que pasar a sus acólitos por el filtro del Senado.
Lo que en EE.UU. se llama «receso», es decir que el Senado se tome unas pequeñas vacaciones para en ese tiempo y en virtud a sus atribuciones el presidente nombre a quien le venga en gana en cada puesto.
¿Quién dijo miedo?