Me temo que a pesar de más de cuatro décadas en el intento, España no ha acabado de digerir del todo de qué va eso de la democracia y la responsabilidad política. Y no pretendo decir que sea mejor o peor que otros pero sí que, al menos en lo que aquí se trata, no puede decirse que nuestro país sea su mejor paradigma.
De ahí que en muchas ocasiones siga un servidor tachándolo de adolescente en tales materias máxime cuando los dos partidos que se han alternado en el gobierno de este país desde los 80, se mantienen en un proceso electoral infinito que les lleva a reafirmarse continuamente ante su electorado y lo que es peor ante sí mismos por mor de sus cuitas, más o menos disimuladas, para hacerse sitio.
Donde sea, pero para para hacerse sitio.
Así, estas últimas semanas, nos hemos topado con la convención del PP en formato road movie por un lado y por otra el congreso del PSOE con toda la parafernalia habitual de «las grandes citas».
Las cosas del PP
Por lo que respecta a la familia conservadora amén de las descalificaciones de trazo grueso habituales contra el gobierno, poco más que destacar más allá de la reafirmación de Pablo Casado como líder del partido –Díaz Ayuso dixit-, y sus habituales e inexplicables pifias impropias de un partido de gobierno.
Porque tener de protagonistas en su propia Convención a un Sarkozy doblemente condenado por la justicia, un Sebastian Kurz dimitido días después o un Vargas Llosa mandando hacer puñetas la democracia y proponerlos como modelos a seguir en palabras del propio presidente del partido, la verdad que no debería dar para mucho en cualquier parte.
Menos mal que los que auspiciaron a semejantes invitados no habrán sido los mismos que, de la noche a la mañana, han hecho volver a los populares a la senda constitucional –de la que tanto alardean siempre-, para permitir la renovación de algunas de las instituciones más importantes de este país que mantenían bloqueadas desde hace años en beneficio propio.
Por cierto que cuando parecía que la cosa se arreglaba un poco, va el propio Casado y se le ocurre calificar de órgano político el Tribunal Constitucional. Él que tanto presume de promover la separación de poderes.
Volviendo a la road movie, por lo demás las recetas habituales de la cocina popular aunque ello signifique nadar contracorriente en estos duros tiempos que corren después de las catastróficas experiencias pasadas e incluso de las propuestas de sus homólogos liberales europeos.
A saber: liberar suelo para construir a tutiplén, rebajas de impuestos –sobre todo para los de siempre, claro está-, reducción del gasto público, privatizar lo poco que quede por privatizar y poco más.
Tal como ocurrió antes y después de la crisis de 2008 con los resultados ya sobradamente conocidos y que ni siquiera después de todo lo vivido y una pandemia de las dimensiones de la actual ha servido para mover un ápice de sus ideas a la dirección popular.
Cuestión de fundamentalismo pues. Esa fe inquebrantable en el mantra neoliberal y ese «egoísmo responsable» que proclamara Adam Smith y que, al menos hasta ahora, no se ha cumplido nunca y va para más de dos siglos que planteara tan contradictoria propuesta.
Porque si algo hemos aprendido a lo largo de la historia de la humanidad es que el egoísmo nunca es responsable.
De las del PSOE
«Dijimos que subiríamos el salario mínimo y lo hicimos. Dijimos que los jubilados no perderían poder adquisitivo y lo hicimos. Dijimos que aprobaríamos un Ingreso Mínimo Vital y lo hicimos. Dijimos que protegeríamos a los trabajadores y a las empresas ante la pandemia y cumplimos con los ERTE, las ayudas a los autónomos y las ayudas directas y los avales a las empresas. Todo eso hicimos». (Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del gobierno de España)
Sí, no se sorprendan, son palabras del secretario general del PSOE en su reciente Congreso alardeando de actuaciones que no han salido de su partido, que lo han hecho de los ministerios de su socio de coalición o a propuesta del mismo.
Así como otras por o en el camino en aras de promover una bajada de los precios de la energía en la disparatada tarifa eléctrica –puesta a «morir de éxito» la tozudez capitalista-, o de los alquileres de la vivienda en las zonas híper tensionadas.
Tal como sucede en el mercado de la vivienda en muchos de los países más avanzados de la U.E. de manera amplia y desde hace décadas. Aunque con desiguales resultados los últimos años ante la borrachera liberal.
La verdad que lo de este Sánchez es de auténtico prestidigitador. Aunque, como dice un buen amigo, lo que mejor tenga sea la buena percha que les faltó a sus antecesores en la foto de recuerdo de las citas comunitarias.
Pero si eso no es ya suficiente Pedro Sánchez y su partido se han dado un baño de socialdemocracia. Quién lo diría de un partido que se autodenomina ya de por sí socialista y obrero. Como si la misma no haya sido una de las ramas más virtuosa del socialismo.
Ante tamaña afirmación es mejor no pensar lo que habrá sido de aquí para atrás el PSOE, aunque basta ver a algunos de sus nombres más ilustres para quedar claro el asunto.
Con un Felipe González de por medio entre abrazos y sonrisas a los que no hace mucho daba la espalda cuando no ponía como hoja de perejil sin el más mínimo recato.
En fin, por resumir, que estas son algunas de las cosas que pasan día sí y otro también en la escena política de este país.
Hasta la próxima.