Me pregunta un buen amigo por qué no se intervienen los precios ante la continua e injustificada subida de los mismos, especialmente en un sector tan sensible como el de la alimentación. Sobre todo ahora que llevan meses bajando la energía y los combustibles, a los productores se les sigue pagando lo mismo y para colmo tratándose de productos en buena parte perecederos.
Lo más significativo del caso es que mi amigo se identifica en lo político con el centro derecha, cuando no, con ganas de coña y bulla pero sin ánimo de ofender, dice hacerlo con la extrema derecha. Pero si ese fuera el caso, ante semejante propuesta, lo que él no sabe es que si militara en las filas de Vox sería pasado directamente por las armas -en sentido figurado, claro esta-, o en el caso de sumar la nómina del PP o Cs, sería automáticamente expulsado del partido sin mediar siquiera expediente.
Porque «intervenir» los precios es una de las mayores ofensas que pueden hacerse a la ortodoxia capitalista y si no ya vemos lo que ha pasado con el recibo de la luz y el llamado «tope del gas», que los pertinaces liberales han llamado «el timo ibérico», por mucho que ello ha significado un freno en el mismo ante la desbocada subida de los precios de la energía y haya servido incluso de modelo para su extrapolación al resto de la Unión Europea.
E incluso, en el mismísimo PSOE –a pesar de lo encomiable de sus siglas-, tendría problemas al respecto tal como ha respondido la vicepresidenta Calviño a su socia de coalición Yolanda Díaz precisamente por lo mismo: que ahora no toca y, de momento, con la rebaja del IVA veremos a ver qué pasa.
De lo que ya sabemos el resultado, que la bajada del IVA se la pasan de una y mil maneras por el forro los que interesa, que los precios siguen subiendo y que con la susodicha bajada del impuesto además de no servir para nada al final acabamos perdiendo todos por ello.
Así que a mi buen amigo, perplejo por el asunto, solo me queda repetirle que es una cuestión ideológica, que los tan manidos liberales mantienen inquebrantables su fe en el sueño de los justos o, en el peor de los casos y que son muchos, que es de justicia que sea así, por deplorable que ello parezca.
La misma fe que tienen más de 2.500 millones de personas en un tipo estupendo al que crucificaron los romanos hace más de veinte siglos en Palestina, que dicen resucitó de entre los muertos a los tres días y a los cuarenta subió a los cielos. Y por ello, a nadie, ni siquiera a los ateos como yo, se nos ocurre tacharlas de necias o majaderas por mucho que crean logar así un mundo mejor para la humanidad entera.
Pues eso, más o menos es lo que ocurre en Davos cada año. Que es de lo que vamos a hablar aquí y no precisamente por esa ciudad suiza oculta en los Alpes sino del foro que cada año reúne a los ricos más riquísimos del orbe y a los primeros ministros y jefes de estado de los países más destacados.
Al fin y al cabo la cosa va de impuestos y discúlpenme que haya usado semejante perorata como prefacio pero es que no se me ha ocurrido mejor manera de arrancar el caso.
Vamos con los impuestos
A buen seguro más de uno se llevaría las manos a la cabeza si descubriera que en los EE.UU. allá por los años 50 y 60, esos mismos ricos riquísimos, pagaban una tasa fiscal superior al 80 %. Más o menos como en Europa por aquellos entonces, a excepción claro está de los países de más allá del telón de acero y Portugal, España y Grecia por sus regímenes autoritarios profundamente conservadores.
Hoy, 60 años después de aquello y desde que el neoliberalismo se consolidara como corriente dominante tras la década de los 80 del siglo pasado, los más pudientes del lugar, no solo han visto reducida dicha tasa a la mitad sino que las exenciones y la llamada ingeniería fiscal les permite pagar mucho menos impuestos que la gente de a pie.
No digamos ya si hablamos de las grandes corporaciones transnacionales, multinacionales, entidades financieras, etcétera, etcétera que gracias también a la permisividad de las leyes pueden llegar al caso de que un gigante como Amazon no haya pagado un solo euro en impuestos durante el ejercicio 2021, para escarnio de la propia Unión Europea.
Tanto es así que ya, en tiempos de Obama, Warren Buffett, uno de los habituales que encabezan la lista Forbes, pidió al flamante presidente que aumentara los impuestos a la gente como él porque pagaba menos que su secretaria.
Por el contrario y a pesar de lo que piensa esa parte del electorado ensimismado con las habilidades de empresas y empresarios de tan alto rango, la historia demuestra que, precisamente, no son los países donde menos impuestos se pagan los más desarrollados y con mejores niveles de vida para el conjunto de los ciudadanos.
Sino precisamente es todo lo contrario y en esos mismos países también cohabitan con el resto del vecindario muchos de esos afortunados y grandes empresas de la esfera internacional, sin que por ello se rasguen las vestiduras más allá de lo estrictamente protocolario.
Al final del presente artículo dejaremos varias gráficas que, de manera bastante ilustrativa, dan buena prueba de ello y en las que puede comprobarse con facilidad que a mayores tasas impositivas mayor nivel de desarrollo, mejores retribuciones y, obviamente, menor esfuerzo fiscal.
El Foro
Desde 1971 se reúnen en Davos los principales líderes empresariales y políticos del mundo en la asamblea anual del Foro Económico Mundial, donde se analizan los resultados económicos mundiales del ejercicio anterior, la situación actual –no solo desde el punto de vista de la economía-, y se realizan pronósticos de futuro.
Pero la realidad es que el popularmente llamado Foro de Davos siempre o casi siempre ha fallado en sus predicciones.
No vio venir la Gran Recesión de 2008, ni la crisis generada a partir de la pandemia, ni la crisis energética, ni la inflacionaria actual y menos aún ha contribuido de manera seria a hacer frente al mayor problema de nuestro tiempo como son las consecuencias derivadas del cambio climático y la crisis medioambiental.
Entre otras cosas porque los allí presentes son los auténticos responsables de todo ello.
Jill Abramson, exdirectora de The New York Times, ya calificó en su día al foro de «círculo idiota y corrupto», entre otros motivos porque por mucho que los allí congregados hablen de mejorar el mundo, lo que realmente hacen es asegurarse que nada cambie y todo siga igual para seguir aumentando su cuenta de beneficios.
Y es precisamente en el modelo fiscal donde más se aprecia ello porque, salvo muy contadas excepciones, es de lo que menos se habla en Davos. Ya lo dice el director de la revista Fortune, Peter Vanham:
«Un dólar pagado al Gobierno en impuestos es un dólar menos en beneficios para la empresa y sus accionistas».
Hace unos años, con motivo de la irrupción de la Inteligencia Artificial, máquinas capaces de crear y arreglar otras máquinas, los integrantes del foro creyeron necesario que, con el tiempo, se fuera instaurando una especie de renta vital en todos los países ante la previsión de que no hubiera puestos de trabajo suficientes para cubrir la demanda de mano de obra.
No porque ello resultara un acto de magnanimidad por su parte sino porque eran conscientes que si la gente no goza de un mínimo de calidad de vida ello dará lugar a continuas revueltas.
Pero lo que siguen sin enterarse –lo más probable es que no quieran hacerlo-, es que si los desequilibrios siguen aumentando de la forma que lo están haciendo, la riqueza generada entre todos cada vez se concentra en menos manos –Desde 2015, el 1% de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante–, y no se revisa el modelo fiscal para dotarle de una progresividad real, ello acabará siendo también motivo de agitación e inestabilidad entre los pueblos.
Se puede decir más alto pero no más claro de lo que lo dice en el video el historiador holandés Rutger Bregman en una de las últimas ediciones del foro.
Estamos en un momento de transformación, justo como el que se diera a la inversa en la década de los 80 del siglo pasado. Aquel resulto un éxito para la horda neoliberal del que venimos pagando las consecuencias, prácticamente desde la llegada del milenio.
En este aún queda por ver cuáles serán los resultados. Si, entre todos, seremos capaces de dotar de un rasgo de humanidad a la misma que, al fin y al cabo, es de lo que debería tratarse.
Notas sobre los gráficos: Los datos de Irlanda y Luxemburgo quedan desvirtuados en todos los casos por cuanto no reflejan la actividad económica real de ambos países, como reconoce el propio banco central irlandés, desde que los activos de las multinacionales, atraídas por la baja fiscalidad para las mismas, empezaran a contabilizarse en el PIB.
Los gráficos han sido elaborados por el autor a partir de los datos de las fuentes indicadas.