La vida en la ciudad no es igual para todas las personas. ¿A quién beneficia la estructura y el diseño urbano de nuestras urbes? ¿Son justos para todo el mundo? ¿El diseño tiene en cuenta todas las maneras de vivir la ciudad?
Urbanismo feminista-Por una transformación radical de los espacios de vida (2019) Col·lectiu Punt 6.
Para cuando leo en la prensa que se ha activado la alarma de alerta atmosférica por contaminación, mi asma me lo lleva anunciando varios días. Su precisión es infalible, empiezo a sentir una presión en el pecho, respiro con dificultad y ¡bang!, unos días después: aviso de contaminación. Esto quiere decir que ya no me basta con mi amigo íntimo ventolín, esta vez, tengo que pasar al tratamiento más fuerte de 30 días. La contaminación, sumada a las quemas, la sequedad del aire y el tiempo anticiclónico activan mis problemas respiratorios.
Llevo unos días respirando como Darth Vader en un barrio en disputa ante el nuevo modelo de movilidad mal anunciado por el Ayuntamiento. Como no soy carmelitana de pura cepa, me siento un poco extranjera en el asunto que ha ido adquiriendo ciertos tintes de patrimonialidad de barrio.
Un grupo de vecinos comerciantes han interpretado los cambios que vendrán, como si les fuesen a encerrar en el barrio, temen perder aparcamientos o que no se compre en sus comercios. Miro perpleja cómo se desgarran las vestiduras aludiendo a quiénes, dicen, vienen en coche a nuestro barrio a comprar. Poco parece preocuparles que nuestro barrio sea uno de los que más tráfico recibe, la calidad del aire del mismo o que el espacio para peatones sea muy reducido. Nuestra salud y calidad de vida no son (todavía) el centro del debate.
Entre pitidos y malos humos, si paseas por el Carmen pronto observarás a los grandes protagonistas silenciosos: los carros de la compra. Son una de las estampas que me enamoran del barrio. Bien temprano toman las calles, alargando su presencia a lo largo del día, ya que muchas de nuestras aceras son demasiado estrechas para el doble sentido de carros. Igual los llevan la gente más mayor que los más jóvenes. Se dirigen a supermercados, pequeños comercios o al mercado. Un barrio con carros de la compra es un barrio vivo, cercano, funcional. Nunca he visto a nadie meter un carrito en el coche así que deduzco que quienes compramos en los comercios del barrio somos vecinas y vecinos. La otra tarde un grupo de señoras canosas repartían panfletos cochistas, nos cierran el barrio, afirmaban agitadas. Cómo de mal está la cosa cuando incluso quienes más agradecerían un barrio más accesible no dudan en defender el modelo cochista.
Hace unos días uno mis vecinos, estaba recogiendo firmas contra lo que él llama el cierre del barrio. Me pidió que firmara, le dije que no porque no compartía su postura. Ante mi negativa me puso cara rara, así que no le dije que, en fondo, lo que me parece realmente es poca cosa. Aproveché, eso sí, para aclararle que no hay una peatonalización estricta y le animé a que revisara la información. Le pregunté si había leído algo al respecto, me dijo que no, que le habían informado unos conocidos del barrio y que le habían alertado de que iban a talar el jardín de Floridablanca. Este es el nivel de desinformación, manipulación y distorsión en el ambiente, que evidentemente se traduce en que no haya un debate real sobre lo que finalmente ocurrirá en nuestro barrio.
Me vuelvo a casa y vuelvo a necesitar el inhalador, recupero el aliento, cierro las ventanas con la inútil esperanza de que el aire no esté tan contaminado, también, en casa. Miro a mis gatas tomando el sol y pienso en lo afortunadas que son, este es un mal barrio para ser gato con tanto coche por aquí y por allá, creo que mi gata Alaska me mira diciendo: pringada, no es mucho mejor para una humana asmática.
Lo cierto es que, mientras el cambio climático sigue su curso sin que hagamos mucho por remediarlo, el imperio del dios coche continúa intacto. Se ha convertido en un ejemplo de eso que algunos llaman “libertad” y “autonomía”. Así de poderosa es la industria del automóvil, la cultura del consumo como realización, hemos convertido su uso en una cuestión identitaria.
Jane Jacobs (1916-2006) ya alertaba de este fenómeno en su Vida y muerte de las grandes ciudades (1961) donde explicaba la incompatibilidad de la dependencia excesiva de los automóviles privados y la concentración urbana de usos, la urbanista aseguraba que uno de los dos debía de ceder, y en ese sentido alertaba «Según quien gane la mayoría de las batallas ocurrirá uno de estos dos procesos: erosión de las ciudades por los automóviles o sacrificio de los automóviles por las ciudades». Cruzo los dedos para que en nuestra ciudad ocurrirá lo segundo.
Puede que falte mucho para entender que la movilidad de nuestro barrio es una cuestión económica, social, medioambiental pero también y de forma profunda una cuestión de salud pública. Todas las medidas que van encaminadas a hacer de las ciudades espacios para las personas y no espacios de tránsito de coches son hacia donde deberíamos dirigir nuestros esfuerzos e ideas, deberían ser nuestros sueños estratégicos. Sobre todo, entendiendo que nos encontramos en un contexto de cambio climático y de crisis energética. Más coches no son nunca la solución. Sí lo son más carriles bici, más aceras para la infancia y mayores y menos contaminación.
Muchas vecinas y vecinos que no hacemos ruido, ni cortamos calles, apoyamos el comercio local que ha decidido seguir los pasos de la desinformación con clara intención partidista. No habléis en nombre del barrio quienes solo pensáis en subir vuestras persianas y no en todas las que diariamente bajamos para no escuchar ruidos. Quienes aplaudís los coches en doble fila y no pensáis en el aire que respiramos, ni en el espacio peatonal que invadís, estáis demostrando ser pésimos vecinos.
Qué pena que todo aquello que compartimos os importe tan poco y le deis tan poco valor. No se trata de cerrar el barrio, más bien se trata de abrirlo. Al paseo, a la movilidad pública, de acabar con la frontera mental que, todavía, sigue siendo cruzar el río para muchas personas, de poder circular en bici sin miedo por calles con el mismo tráfico que una autovía, de todo esto se beneficiarían vuestros negocios y nuestros pulmones.
Son muchas las personas que hacen del Carmen un espacio amable y vivible. La plaza Pintor Pedro Flores es el ejemplo de barrio vibrante que queremos. El bicibús del Carmen es de las pocas imágenes esperanzadoras entre tanto ruido y polvo. La vida y nuestra salud se entretejen en el barrio, van en bicicleta, en patinete o conducen un carro de la compra, que no se os olvide.