«Quien no ha conocido los años anteriores a la Revolución no puede entender en qué consistía la dulzura de la vida.» Con esta frase de Talleyrand comenzaba una película de Bernardo Bertolucci, Prima della Rivoluzione (1964), de la que ahora he olvidado casi todo salvo la frase misma. Tal vez la imagen de jóvenes que hablan muy cerca de muros blancos y la presencia siempre perturbadora de Adriana Asti. Apenas nada más. Todavía hoy me sigue pareciendo intrigante y magnífica esa frase, aunque no tanto como cuando la oí por primera vez, puesto que entonces yo era un joven comunista, y ahora no soy ninguna de la dos cosas que entonces era. El personaje Charles Maurice de Talleyrand-Périgord, Príncipe de Benevento y Duque de Dino, mientras tanto se ha hecho cada vez más interesante, con una biografía del todo novelesca. Pero esta frase suena como el ritornello del agua que brota de una fuente lejana. Y me sobrecoge ahora cuando leo este espléndido libro del antropólogo y filósofo mejicano Roger Bartra.
¿Por qué? Pues porque la melancolía, la atrabilis, tristitia, acidia o bilis negra (melaina kole), es subsidiaria de la presunción de que hubo paraísos, pero que se trata de paraísos siempre perdidos. Dejemos el progreso para los que son capaces de olvidar, para los que se despiertan cada mañana como si fuera la primera mañana del mundo, parece decirnos el melancólico. Todo lo bello ha pasado, es pasado. Como todo lo que hiere desde su falta y nos afrenta. No puede ser mayor el contraste de la tristeza que con una época de cambios radicales, que parece semilla de futuro, y que si tiene algún valor es, como nos dirá Kant y más tarde Lyotard, sólo indiciario. No tanto por los acontecimientos en sí mismos sino como por el sentimiento colectivo que provocan en los testigos. De tal manera que ese entusiasmo, muy cercano a las emociones encontradas que habitan en nuestra experiencia de lo sublime, tiene más un valor estético que propiamente ético. O eso sostiene Lyotard desde su perspectiva postmodernista[1]LYOTARD, Jean-François: El entusiasmo. Crítica kantiana de la historia. Gedisa, Barcelona, 1987.. Ah no, para el triste todo se hace amargo acíbar y nostalgia por una dulzura que ya no resulta posible. Que en el caso de Talleyrand, como aristócrata vendido a los nuevos tiempos, es sobre todo, una suavidad como la del ancien regime. Hoy hablaríamos de los absurdos privilegios, de la tiranía, del desdén y de la crueldad de la vieja aristocracia. Pero comprendemos mejor al clérigo y estadista francés, sus compromisos y su disgusto ante la nueva tiranía del progreso.
De hecho, la melancolía también se denominó demonio meridiano no por casualidad en la Edad Media, como que asaltaba sobre todo a los monjes al mediodía, cuando el sol estaba más alto en el cielo y más bañada la creación divina por su luz.
Entonces es cuando el loco de melancolía, a la vista de la gloria de las cosas, dice que no a todo ello, disiente y rechaza[2]AGAMBEN, Giorgio: Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Pre-Textos, Valencia, 1995.. ¿Qué mejor, qué peor momento, para la protesta melancólica que el de ese entusiasmo histórico un poco demasiado común, demasiado iluso o convulso? El libro de Bartra posee, sobre otros muchos ensayos sobre la estética de la tristeza similares, una característica singular que lo hace muy valioso, y que viene a redondear otro ensayo anterior, dedicado más bien a la tristeza alemana y romántica[3]BARTRA, Roger: El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno. Pre-Textos, Valencia, 2004.. En cualquier caso ambos muestran cómo el ennui, el tedio y el humor negro se observan mejor mediante el contraste con una luz demasiado intensa, ya sea la de la Ilustración, Aufklärung, o la de los focos de un estudio de televisión y los medios de comunicación de masas actuales, que en el fondo son hijos de la primera, aunque esa solicitación de la razón y de la pasión se haya convertido en una embrutecedora, pueril y hortera diversión generalizada. Bartra delinea con precisión los rasgos más recientes del espectro, que son los de la naturaleza fragmentaria del mundo y la imperiosa obligación de afrontar la inmanencia de lo igual[4]BARTRA, Roger: La melancolía moderna. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2017, p. 10.. Pero también nos indica hasta qué punto es necesario efectuar una genealogía de esta tristeza democrática que, por fortuna para los que nunca nos hallamos del todo cómodos en el terreno de lo político, resulta punteada por un muy sabio recorrido iconográfico. Y que aquí sólo puedo enunciar sin mayor detalle. Desde luego la Magdalena de Artemisia Gentileschi y el análisis comparativo de sus dos versiones, los Caprichos de Goya, las Cárceles de Piranesi, las plazas semivacías de Giorgio de Chirico, El elogio de la melancolía de Paul Delvaux, Munch o las soledades de Edward Hopper.
A pesar de que la estirpe de Saturno es amplia, sobre todo en una época como la nuestra, que ha convertido en su fetiche intelectual esa apoteosis de la melancolía que significa la figura de Walter Benjamin, Bartra pasa sin mención sobre ella porque son otras revoluciones y otros futuros ilusionantes los que le incumben. Probablemente es la única objeción que reservo para este ensayo modélico, pues tengo para mí que Walter Benjamin sigue aportando instrumentos más que oportunos para interpretar el presente. Desde luego la reproducción técnica, la desaparición del aura de lo bello o la sustitución de Übermensch por Mickey Mouse. En realidad la desidia del Ángel de Klee hacia el progreso, el análisis de la risa hipocrática de la calavera, así como su brillante (y académicamente fallida) tesis sobre el Trauerspiel, el juego de duelo o drama barroco, podrían depararnos aun no pocas sorpresas, bajo el hábil manejo de Roger Bartra. En su lugar nos propone una lectura en clave saturniana de Montesquieu, de Abraham Lincoln y de la filosofía pragmatista de William James, que de paso nos muestra la base profundamente pesimista de su teoría de la religión, y que consiste en vivir en un mundo inseguro pero actuar como si no lo fuese[5]BARTRA: La melancolía moderna, p. 63..Siguiendo este hilo de la madeja, es difícil exagerar el impacto que tuviera la lectura de la teoría de la religión de James sobre Ludwig Wittgenstein, sobre todo en sus cuadernos pero también en el Tractatus. La idea de que hay un mundo para los dichosos y otro para los desdichados, o el apunte de que nada en el fondo puede dañarnos, no son un corolario lógico ni siquiera una enigmática confesión, sino que nos conducen a ese tipo de seguridad efectiva y eficaz que, según James, proporcionan las creencias religiosas.
No sé si es defecto o virtud, pero Bartra ha prescindido además de conjeturas psicológicas o psicoanalíticas sobre la melancolía, de las que no tenemos pocas ni poco importantes.
¿Por qué hablo de virtud en un olvido semejante? Pues porque la tristeza ha tenido una suerte peculiar en este campo. Por un lado Freud es quien rotura con criterio moderno algunas de estas configuraciones psíquicas dolientes, y por otro es el psicoanálisis freudiano el que aparta de un manotazo en el delirio psicótico algo que es más bien un modo de ser, aunque hay notables excepciones como la de Julia Kristeva, (La dépression est le visage caché de Narcisse)[6]KRISTEVA, Julia: Soleil noir. Dépression et mélancholie. Gallimard, Paris, 1990, p. 15., probablemente debida a su orientación literaria. En efecto, para Bartra es la enfermedad del tiempo, en un doble sentido. Porque tiene en cuenta su dimensión epocal, política y culturalmente hablando, pero también porque es una enfermedad de nuestra vivencia desintegrada de lo temporal mismo. Algo así como un presente extendido, en el que el pasado está a la vez perdido sin remedio y a mano, pero en el que el porvenir también ocurre siempre hoy.
Comenzábamos con ese extraordinario reaccionario que fue Talleyrand y con el recuerdo, tal vez demasiado particular, de dos cosas que fui y que ahora no soy, como si pudiésemos dejar en verdad lejos del ser lo que alguna vez fuimos. Como si no quedase nada de esa ambición antigua, de ese imperativo o de esa estulta codicia. Así que tal vez pueda orientarnos en la conclusión con este otro aforismo suyo: «En tus retiradas no olvides dejar establecida siempre una cabeza de puente en la orilla abandonada». Como nosotros, ya retirados de tantas cosas, o por lo menos de dos, pero con una mayor astucia táctica a propósito del tiempo. [Dedico estas líneas a Juan Francisco Comendador, librero y amigo. Él sabrá por qué].
Título: La melancolía moderna |
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Referencias
↑1 | LYOTARD, Jean-François: El entusiasmo. Crítica kantiana de la historia. Gedisa, Barcelona, 1987. |
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↑2 | AGAMBEN, Giorgio: Estancias. La palabra y el fantasma en la cultura occidental. Pre-Textos, Valencia, 1995. |
↑3 | BARTRA, Roger: El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno. Pre-Textos, Valencia, 2004. |
↑4 | BARTRA, Roger: La melancolía moderna. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2017, p. 10. |
↑5 | BARTRA: La melancolía moderna, p. 63. |
↑6 | KRISTEVA, Julia: Soleil noir. Dépression et mélancholie. Gallimard, Paris, 1990, p. 15. |