España se ha perdido muchas cosas los dos últimos siglos. Tanto es así que, por poner un ejemplo, su PIB per cápita es poco más de la mitad que el de Suecia y mientras en el país escandinavo los elementos básicos –vivienda, alimentación, etcétera-, tienen un precio similar a los nuestros o la educación es gratuita en todos sus niveles, en España, lejos de eso, tenemos más kilómetros de alta velocidad ferroviaria que nadie en todo el continente mientras el resto de la red es un desastre; un aeropuerto en cada pueblo absolutamente ruinoso y un palacio de congresos en cada esquina infrautilizado por completo.
Eso, por mucho que ahora el nacionalismo patrio se empeñe en echarle la culpa a migrantes, homosexuales y feministas de ello y se afane implorando al imperio que fuera en otros tiempos.
Así que si los suecos quedan aún lejos del paraíso, el deambular de España durante todo ese tiempo ha traído como consecuencia, como hemos visto y repetido otras veces, que nuestro país no sea más que cola de león de las vetustas democracias occidentales y cabeza de león del resto de miembros de la Unión Europea.
O lo que es lo mismo lejos de los países más avanzados de la Unión por prestaciones y servicios y por encima de los que permanecieron durante muchos años bajo el yugo soviético.
Pero la fe mueve montañas y a pesar de la vorágine que la versión más ortodoxa del capitalismo despertara en todo el mundo a partir de los años 80 del siglo pasado hasta culminar con la crisis de 2008, toda la serie de fechorías que provocara tras esta y que acabaron poniendo en evidencia la pandemia y ahora para colmo la guerra de Ucrania, hace tiempo que en España muchos ansían eso que llaman «la gran coalición» entre PP y PSOE, para que nada cambie, todo siga igual y seguir siendo fieles a la misma causa.
Algo que no resulta nada descabellado en un escenario como el actual y con dos líderes de las características de Feijóo y Sánchez. Dos tipos que no les duelen prendas para llegar a acuerdos a un lado y otro del tablero. Para sus instigadores una ocasión inmejorable para ello a sólo dos años vista de abrirse un periodo electoral sumamente incierto.
El PSOE y Pedro Sánchez
Porque Pedro Sánchez, más allá de ser un auténtico prestidigitador de la política cuyo principal objetivo no parece otro que ocupar la presidencia del gobierno a cualquier precio, es ante todo un liberal en lo económico que no dudó en abrazarse en primera instancia y firmar un acuerdo de gobierno a bombo y platillo con Albert Rivera, un consumado nacionalista neoliberal, cuando estaba al frente de Ciudadanos y en el momento más álgido de este.
Como quiera que ello quedara en un fiasco y después de haber arremetido sin pudor contra la izquierda parlamentaria no se paró en mientes, acabó firmando un acuerdo con esta e incluso le dio pábulo en su gobierno para poder consolidarse en el mismo.
Lo que ha venido después ya lo sabemos. La mayor parte de acciones trascendentes del gobierno de Sánchez han venido de parte de sus socios de gobierno como lo han sido las subidas salariales y de las pensiones, el Ingreso Mínimo Vital, la normativa sobre «los riders», del cambio climático, la ley de eutanasia y su apuesta por la salud mental, los derechos de la mujer, la reforma laboral o los ERTE entre otros acuerdos con la patronal, impensables años atrás.
Todo ello con una pandemia sin precedentes nada más formar gobierno y con la parte de Sánchez con enormes reticencias a todas y cada una de dichas propuestas en la más absoluta lógica de lo que ha sido y es la historia de un PSOE del que, en la práctica, se descolgaron hace décadas las palabras socialista y obrero de sus siglas.
Tanto es así que su trayectoria de gobierno, tanto desde la Moncloa como desde los diferentes gobiernos autonómicos y locales, salvo raras y significativas excepciones de carácter social –como en su día fue la Ley de la Dependencia de Rodríguez Zapatero-, poco se ha diferenciado de la del Partido Popular.
No en vano ha mantenido sus mismas o parecidas recetas en cuestiones tan vitales para el desarrollo y mantenimiento del estado del bienestar como es la cuestión fiscal dada su falta de progresividad real muy por debajo de lo dictado en las propias leyes.
Ni siquiera en momentos tan acuciantes como el actual con los llamados «beneficios caídos del cielo» de las eléctricas, a pesar de los continuos requerimientos de sus socios.
Lo que en otros países ha acabado mandando al ostracismo a los viejos partidos socialdemócratas en España, probablemente fruto de su adolescencia democrática, ha provocado también mella en su electorado pero sin acusarlo del mismo modo lo que ha permitido al PSOE seguir manteniendo sus opciones de gobierno.
Es más que obvio que las desavenencias propias entre socios de gobierno, sobre todo en un país como España que no sabe de gobiernos de coalición aun tratándose de la fórmula más habitual en la Unión Europea, resulten tanto o más significativas especialmente en cuestión de planteamientos ideológicos. La parte que sigue apostando por fórmulas de carácter socialdemócrata, frente a la del PSOE en la que cayeron en el olvido hace mucho tiempo.
El PP de Feijóo
El caso de Núñez Feijóo no dista mucho del de Sánchez aunque, como buen gallego, lejos del ruido habitual de este.
El nuevo presidente del PP ha fraguado su éxito en el ámbito de la Galicia rural, minifundista, conservadora y con algún tinte nacionalista donde arrolla abrumadoramente, lejos del multiculturalismo de las grandes urbes donde su partido representa la oposición en la mayor parte de las grandes localidades de Galicia.
Feijóo huye tanto del tumulto que ha esperado a ser aceptado por aclamación en el PP para lograr la presidencia del mismo. Lejos también del descaro de Díaz Ayuso –que ya le ha dejado su impronta a las primeras de cambio-, y del furor patriótico de sus rivales por la derecha, también es capaz de decir una cosa y justo la contraria no ya un día después sino durante el mismo discurso con una naturalidad pasmosa.
Mirar a otro lado aceptando la inclusión de Vox en un gobierno popular en Castilla y León y proponer acto seguido «un PP para todos frente a los que piden carné de patriota».
Un discurso –que le ha permitido, precisamente, mantener a raya a Vox en Galicia-, y una manera de hacer y contradecirse tan reiterada que está por ver si pueda calar del mismo modo en el conjunto de la sociedad española con sus innumerables particularidades.
«Garantizamos nuestro apoyo para agilizar las medidas que los españoles necesitan y para cesar a los ministros que hacen oposición desde el Gobierno», es toda una declaración de intenciones en boca del nuevo líder del Partido Popular que ha proclamado sin ambages en su primer discurso como presidente de su partido.
Sin duda la fórmula que le ha abierto las puertas al éxito desde hace tiempo y con la que, a priori, podría volver a sortear más ruido del estrictamente inevitable.
Lo que quedaría por venir
Visto lo visto y según parecen indicar hoy las encuestas –aunque ya sabemos que estas las carga el diablo, máxime a dos años vista de unas elecciones generales-, no hay que descartar un acuerdo de gobierno PP/PSOE con el que los primeros evitarían a VOX y los segundos se desembarazarían de la pesada carga de su conciencia que representa Unidas Podemos.
Por último, si esa gran coalición llegara a fraguarse para satisfacción de la horda liberal son conocidas sobradamente sus recetas. Bajada de impuestos –en especial a los más privilegiados, donde es más fácil bajar-, moderación salarial –a la parte más débil-, reducción del gasto público –más recortes-, etc. Todo ello en aras de reducir el tan manido déficit público, uno de los mantras del neoliberalismo, y dejar al libre albedrío del mercado el sueño de los justos.
Vamos, lo de siempre, una cuestión de fe ciega en ese tan contradictorio «egoísmo responsable» que pronunciara Adam Smith en el SXVIII y que todavía estamos a la espera de sus frutos.
Cómo suelo referir a mis amigos, del mismo modo que casi 2.500 millones de personas en el mundo creen que Jesús de Nazaret después de muerto en la cruz resucitó y ascendió convertido en Dios a los cielos, por qué no habremos de asumir que miles de economistas de postín tengan fe ciega en el imaginario del padre del capitalismo moderno.
Pero, por el momento, la propuesta de Adam Smith solo ha dado de sí desde entonces para las clases más privilegiadas, ha hecho recaer todo el peso de las sucesivas crisis en las clases medias y trabajadoras y ha puesto todo el planeta al borde del colapso por el abuso indiscriminado de sus recursos.
En definitiva, dado el caso, solo cabe esperar que algún viento favorable, allende de los Pirineos, impulse nuevamente la economía para bien de España que, el del común los españoles, como de costumbre, seguirá siendo otra cosa.
Atentos.