WeMoveEU (Nosotros Movemos Europa) es una plataforma de acción digital, a la que estoy suscrita, dedicada a «hacer de Europa un lugar más democrático, con más justicia social y medioambiental». El 20 de junio de 2020 recibí, de esa plataforma, un correo electrónico explicando que «mientras los guardias forestales seguían el confinamiento -por la pandemia-, los taladores ilegales han continuado destruyendo bosque vírgenes. Los últimos bosques vírgenes de Europa están desapareciendo a un ritmo alarmante. La mafia de la madera en Rumania continúa con la tala mientras que el gobierno hace poco para detenerlos. Durante el confinamiento, ha habido más transporte de madera que en el mismo período del año pasado. […] Más de 120.000 personas han firmado la petición exigiendo el fin inmediato de la tala ilegal. […] Cuantas más personas estemos detrás de esto, mayor será la presión. Esta es la última oportunidad de firmar la petición».
Salvar el bosque.
Los bosques no son un puñado de árboles. Son complejos ecosistemas gracias a los cuales se regula el clima, se disminuye la contaminación y se filtra el agua. Albergan el 75% de la biodiversidad del planeta y proporcionan sustento y cobijo a millones de personas. La mala noticia es que los bosques están desapareciendo a gran velocidad.
Los bosques son un Bien Común de la Humanidad que, como tantos otros bienes de esta categoría, el vigente sistema económico, obsesionado por la obtención de beneficios –crecimiento económico-, ha convertido en mercancía, que, como tal, se puede comprar y vender en el «mercado». Ello conduce a su desaparición, como estamos viendo y pronosticó el profesor de ecología de la Universidad de California en Santa Bárbara, Garrett Hardin, en un ensayo titulado «La tragedia del procomún», y publicado en la revista Science en 1968.
Sin embargo, salvar a los bosques debe ser una prioridad para todos los países. Según la FAO (Colección de libros acerca del Estado del planeta, número 11, Los retos del futuro, páginas 36-41), «en los últimos 25 años ha desaparecido una superficie forestal equivalente al territorio de Sudáfrica, particularmente debido a la deforestación, la explotación desmesurada y los incendios. Algo que está llevando a la Humanidad al precipicio. La destrucción de los bosques provoca la extinción de interesantes especies de flora y fauna y la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático». Y, al final, según la FAO, a la desaparición de la especie humana en el planeta Tierra. A ese respecto, es importante recordar que en el marco de la UNESCO, en 1998, se proclamó la Declaración de Responsabilidades y Deberes Humanos.
Los océanos, los mares, la tierra sumergida cuando sube la marea, los lagos y los ríos, los bosques y las cañadas, los pasos de montaña, el paisaje, el agua limpia, el suelo fértil, las semillas y los peces, el aire que respiramos, el conocimiento: todos son bienes públicos. Su conversión en mercancía, ya sea de propiedad pública o de propiedad privada, lleva aparejada su desaparición.
La responsabilidad de todos.
En cuanto a la existencia y actuación de la plataforma WeMove.EU, es interesante lo que sucedió, en 1993, cuando abrió sus puertas el Museo Internacional del Holocausto en Estados Unidos. En esa ocasión, el escritor y Premio Nobel de la Paz, Eliazer Wiesel, afirmó que aquel museo era «una institución sobre la responsabilidad moral y la responsabilidad política». Según distintos observadores, Wiesel no se refería a la responsabilidad de los culpables concretos del desastre, sino a la responsabilidad de los ciudadanos. O dicho de otro modo, a las consecuencias derivadas de la ausencia de responsabilidad política en los ciudadanos, algo que, con anterioridad, había expuesto el eminente psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers en la Universidad de Heildelberg durante los meses de enero y febrero del semestre de invierno de 1945-1946 y que ha sido recogido en un texto titulado El problema de la culpa (1998).
Karl Jaspers tuvo el inmenso valor de preguntarse en voz alta lo que casi todo el mundo mascullaba para sus adentros: «¿Eran todos los alemanes culpables de las atrocidades del régimen nazi?» Es lógico pensar que el régimen de Hitler no podrá haber funcionado con la voluntad de un solo individuo: la mayoría de la población debió colaborar con él, unas veces de forma activa y otras de forma pasiva.
Para Jaspers, siempre existe la posibilidad de oposición, pero ésta apenas se dio entre los alemanes, que de una forma u otra se aprovecharon de las ventajas que les ofrecía el régimen.
En el caso de los bosques, es posible detener la tala ilegal que tiene lugar en Rumania. Salvar a los bosques debe ser una prioridad para todos los países. Según la FAO, en el libro indicado, «en los últimos 25 años ha desaparecido una superficie forestal equivalente al territorio de Sudáfrica, particularmente debido a la deforestación, la explotación desmesurada y los incendios. Algo que está llevando a la Humanidad al precipicio. La destrucción de los bosques provoca la extinción de interesantes especies de flora y fauna y la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático».
Teóricamente, todo se puede solucionar si el ser humano abandona el camino emprendido las últimas décadas y hace uso de sus características como Homo sapiens: empatía, solidaridad, sabiduría…
Lo procomún.
Considero oportuno mencionar, ahora, el libro de Jeremy Rifkin, La sociedad de coste marginal cero. El internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo. En el capítulo 10 de ese libro, Rifkin señala el trabajo realizado por Elinor Ostrom, economista y profesora de la Universidad de Indiana y de la Universidad Estatal de Arizona, Premio Nobel de Economía en 2009, primera mujer en recibir este honor. Rifkin escribe: «Ante todo, Ostrom era economista, pero no tenía ningún reparo con adoptar el papel de antropóloga. Estudió las formas de gestionar el procomún (conjunto de bienes comunes de la humanidad) desde los Alpes suizos hasta las aldeas de Japón para descubrir los principios que las convertían en modelos de una gestión eficaz».
Con este trabajo, Ostrom dejó muy claro que existía un sistema de gestión de los bienes comunes idóneo para evitar su desaparición, un sistema digno de «reconsiderar ante los retos y las oportunidades de carácter ecológico, económico y social que se plantean a la humanidad en un mundo que cada vez está más interconectado».
En sus trabajos de investigación, Elinor Ostrom encontró que al gestionar recursos comunes, «lo más frecuente era que cada persona antepusiera el interés de la comunidad a su interés personal, y que priorizara la conservación a largo plazo del recurso común frente a sus circunstancias personales, aunque fueran muy difíciles. En cada caso, el aglutinante que había viable el procomún eran unos protocolos de autogestión que se habían acordado voluntariamente mediante la participación democrática de todos los implicados».
Aunque todo procomún establece sanciones y castigos para hacer cumplir los protocolos de gestión acordados, Ostrom encontró «muy llamativo que en casi todos los casos las multas por violar las normas eran sorprendentemente leves y rara vez más que una parte mínima del valor monetario que se podría obtener infringiendo las reglas».
Rifkin indica que «más del 80% de la región alpina de Suiza está gestionada por un sistema mixto que combina la propiedad privada para la agricultura con la gestión en procomún de prados, bosques y eriales».
Christian Laval, profesor de Sociología de la Universidad de París X Nanterre, y Pierre Dardot, docente y filósofo, dedican su libro Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI, al estudio de la actual situación de los Bienes Comunes, Patrimonio de la Humanidad. Indican que «los servicios públicos deben convertirse en instituciones de los común» y señalan «la remunicipalización de la gestión del agua en Nápoles», el ejemplo reciente “más llamativo de creación de comunes locales o, más exactamente, de servicio públicos locales gobernados como comunes».