Donald Glover
“…Hacer una canción que todo el mundo pudiera escuchar el 4 de Julio…”
¿Cómo se definen las relaciones personales cuando tus recursos son limitados?
Ese es el tema principal de Atlanta; la serie de Donald Glover.
La RAE define barrio como un grupo de casas dependientes de una población, aunque estén apartadas de ella (coloquialmente, vestirse de barrio es andar de trapillo). Henry Lefebvre, en su maravilloso libro Derecho a la Ciudad (1968), nos da la clave cuando afirma que los barrios son los mantenedores de la producción de capital, donde apenas importa el ESPACIO PÚBLICO (cultural, social, convivencia …), y donde las personas son hacinadas en edificios a los que acuden a descansar después de una dura jornada laboral.
Sin tiempo para la apropiación y producción de cultura, quienes se desmarcan, han de luchar contracorriente y defender con uñas y dientes aquello que la clase política llama “igualdad de oportunidades” en un entorno suburbial donde hasta hace muy poco los presupuestos en educación y cultura pasaban de largo.
El barrio, ese ESPACIO FÍSICO, el lugar donde vives durante toda tu infancia y juventud, es el espacio natural que te forma como persona. Para la gran mayoría de quienes crecimos “al margen” lo cultural estaba mal visto, era algo de “raros”.
Nuestros padres además pertenecieron a una generación donde la división sexual del trabajo relegaba a la mujer a la invisibilización pública y donde la obligatoriedad de la educación era entendida como ausencia de responsabilidades parentales más allá del sustento y el cobijo.
Resumiendo: Nos educábamos en la calle, que era una especie de llevar a la práctica la máxima cinéfila de Rumble Fish (The motorcycle boy reigns). Vivíamos en una especie de Guetto y no lo sabíamos.
Mis recuerdos se definen en la calle: Salías de casa y te reunías con tus amigos de siempre, con los que habías crecido y te sentías bien. La separación en pandillas únicamente se justificaba por vivir en el mismo portal, ir al mismo colegio o estar en la misma clase.
Siempre me acordaré de un amigo que teníamos. Su nombre, Óscar. Tendríamos unos doce años. Un día nos dio un ultimátum; o dejábamos de relacionarnos con dos “indeseables” (como él les llamaba), o sencillamente se buscaría otros amigos más acordes con su “categoría social”. Estos dos chavales eran bastante conflictivos, siempre andaban metidos en peleas y movidas, la mayoría de las peleas eran con nosotros, pobres e inocentes chicos de las Delicias que nos curraban día sí y día también. Esta indefensión física provocaba que quisiéramos mantener cierta amistad con ellos, más que nada para mantenernos a salvo de su ira sin sentido.
Todos conocíamos la situación familiar de “los indeseables” y para nosotros resultaba ser bastante extraña: toda una familia de quince personas, incluida la cabra, vivía en un piso de unos 60 metros cuadrados y, lo más extraño de todo es que no estaban en un barrio alejado, sino que eran vecinos de nuestro portal.
A pesar de todas estas circunstancias todos convivíamos bajo unas condiciones aceptadas por todos (amor-odio), excepto este chaval. En aquel momento intuíamos que la razón que le llevó a tomar esa decisión fue lo que le dijeron sus padres (tiempo después supe que su padre era un “jefe” de F.A.S.A.) pero sobre todo el factor determinante de dicha actitud era que los dos indeseables eran “gitanos”. Con el tiempo no les volví a ver (a ninguno de los tres) y si me encontrara con ellos ahora, creo que no les reconocería, ni ellos a mí.
Ese racismo latente y evidente para todo aquel que quisiera verlo fue una parte de nuestra educación.
Donald Glover en Atlanta nos habla de lo que significa ser “negro” en los EEUU, y nos lo cuenta con la ayuda inestimable de Hiro Murai, el director (13 de los 26 episodios llevan su firma) y responsable del estilo visual de toda la serie.
En el capítulo dos de la primera temporada, dos primos esperan sentados en comisaria a ser “fichados”. Los planos (rara vez en movimiento) son siempre abiertos, con mucho “aire” por encima de los personajes. La comisaría es un personaje más en la narrativa, donde todos son negros (presos, futuros presos e incluso los policías), solo aparece un “rostro pálido” y es el “boss”.
El capítulo tiene un tono de farsa evidente, diálogos ingeniosos, situaciones esperpénticas que se ven como normales. Pero cuando aparece el único “blanco” la violencia se desata, violencia que ejerce el poderoso contra el débil (en este caso un indigente enfermo mental abandonado a su suerte por el sistema sanitario estadounidense). Es una violencia desproporcionada, desmedida. Es el sistema manteniendo “a raya” a los desviados.
Y pensamos… ¿una serie crítica y comprometida?
Pues no.
Tenemos otro capítulo en el que el gran macho-alfa, rapero peligroso, no deja que una mujer le dé lecciones de vida y capitalismo, el “hombre” quiere mantenerse “auténtico”, de barrio, no quiere “selfies” ni Instagram.
Él es capaz de volver andando a su casa atravesando media ciudad.
Evidentemente le atracan y le golpean.
Aunque esta vez no son blancos los violentos, sino un grupo de fans de su música.
Huye a través del bosque y de repente la cámara se vuelve asfixiante, primeros planos en travelling en plena huida, el bosque se vuelve animado, se encuentra a un indigente que vive en el parque, éste le sigue, salta un flashback y la sensación de orfandad por la pérdida de su madre se hace latente, perdido en el bosque intentando buscar una salida Alfred (Paper Boi) debe tomar una decisión, debe confrontar la perdida y tomar una decisión. Brian Tyree Henry, el actor que interpreta a Paper Boi acababa de perder a su madre y el capítulo se concibió como una catarsis.
Consigue salir del bosque a duras penas, magullado, y se encuentra con otro “fan” que esta vez le pide un selfie… ¡por supuesto que sí!. Ser “auténtico” es una Fucking Shit, además de peligroso.
En otro brillante episodio, Paper Boy es invitado a un programa muy específico para audiencias de personas de color. Frente a él una feminista que le ataca por sus letras machistas. En medio de la discusión surrealista el presentador emite un reportaje pretendidamente reivindicativo sobre un hombre negro que se cree “blanco” y que actúa como un blanco del medio Oeste (con todos sus clichés) quejándose amargamente de que nadie le trate como a un hombre blanco.
Se siente discriminado.
Al inquirirle el presentador sobre lo que piensa de la comunidad LGTB le responde con un furibundo mensaje homófobo y reaccionario.
Con estos guiones absolutamente geniales y tan diferentes entre sí, Donald Glover y Hiro Murai nos llevan en volandas a una Atlanta donde unos personajes que no se suelen ver en el cine o la Televisión nos cuentan cómo es sobrevivir en una gran ciudad de los EEUU, vivir o sobrevivir para ir llevando el día a día, sin pensar en el futuro.
Negros y pobres a pesar de haber estudiado, el sueño americano no funciona en los barrios. La falta de oportunidades, el tener trabajos de miseria con sueldos de miseria no permite a los personajes salir de la pobreza.
El futuro no existe.
Ficha técnica |
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