«El futuro está abierto […] todos somos responsables de lo que el futuro nos depare. Por tanto, nuestro deber no es profetizar el mal, sino más bien luchar por un mundo mejor». Karl Popper (1902-1994) Filósofo inglés.
Decía una buena amiga a raíz de mi último artículo en Amanece Metrópolis, que el mismo «rezuma pesimismo» y no le falta razón. En su inmediata relectura me percibí de ello y a fuerza de ser sincero que no fue premeditado, salió de tirón y quizá eso también traspire sinceridad aunque, si cabe, pueda resultar una cierta torpeza.
Solo por un momento intenté transmitir optimismo. En lo referente al trabajo, a los negocios y las pequeñas empresas que, puesto a ser egoísta, es lo que a uno le toca más de cerca. Que desde que la crisis de 2008 pusiera el sistema patas arriba la cosa va cada vez peor y dos años seguidos de pandemia nos tienen con el corazón en un puño.
Salvo para los que anidan entre las élites a los que eso sí que les va cada vez mejor, que más que una larga crisis ha sido su mejor y más dilatado agosto. Y si acaso, por estos lares, que se lo digan a los bancos o mejor dicho a los banqueros, que de forma indecente siguen percibiendo salarios millonarios y se reparten ingentes dividendos mientras despiden a miles de empleados y tratan a los clientes a cara de perro.
Los hechos
A lo hecho pecho así que, empezando por nuestro país, llevamos varios días viendo cómo se despedazan políticos de todo color y condición, así como sus respectivos entornos mediáticos, por un bulo que alguien ha puesto en la boca de un ministro. Del que muchos han hecho caballo de batalla hasta formar un espectáculo auténticamente surrealista, cuando no tal esperpento que hasta Valle-Inclán no daría crédito.
La verdad que ya sabíamos hace tiempo que el nivel de la clase política española es cada vez más bajo pero según van pasando los días no sabemos hasta donde será capaz de caer el asunto y… ¡con un campaña electoral de por medio!
Pero en todos sitios cuecen habas y a un servidor que no es de echar tierra encima ni a propios y extraños, que creo que los españoles se quieren muy poco y que la efigie del pasaporte no hace mejor o peor nadie –salvo para aquellos que a mayor gloria hacen gala del más rancio patriotismo-, ahí van unas muestras de dos de las más significadas potencias mundiales.
En el Reino Unido, uno de los países más emblemáticos de la historia reciente, ha salido a la luz que su primer ministro organizó una multitudinaria fiesta en modo botellón –y alguna otra, parece incluso que con el consorte de la reina de cuerpo presente-, en su residencia oficial mientras confinaba a la población en los momentos más duros de la pandemia.
Un primer ministro que, dicho sea de paso, logró que su país abandonara la Unión Europea, su mayor tragedia política desde su fundación, a base también de otros tantos bulos.
Idénticas armas a las que ahora hace un año utilizara el mismísimo presidente de los EE.UU. para provocar que un tipo bajo una cornamenta y un pellejo de bisonte encabezara una horda que acabó asaltando el Congreso del país más poderoso del mundo.
Mientras, unas redes sociales que cada vez resultan lo más parecido a un estercolero de bulos y noticias falsas que corren como la pólvora a través de los grupos de WhatsApp infectando mentes más o menos propensas en cualquier dirección que valga.
Concluyendo
En estas, se hace difícil imaginar que podamos enfrentar con éxito problemas de las proporciones del cambio climático, unos persistentes y cada vez mayores desequilibrios en toda la escena planetaria y las ineludibles avalanchas migratorias propiciadas por el hambre, la guerra y unas insoportables condiciones para la supervivencia.
El futuro nos va en ello y la manera en que se está afrontando la pandemia, despreciando la vida de miles de millones de personas a las que se les cierra de manera tan cruel e inconsciente el paso a las vacunas en el tercer mundo solo por el interés del peculio, es una nueva muestra de ceguera y desatino de esas mismas élites que presas de soberbia ni siquiera advirtieron tamaño desafío.
Ante semejante tesitura nuestro pensamiento crítico nos exige seguir advirtiendo que esa distopía que tanta literatura ha puesto en pie a raíz de los acontecimientos de las últimas décadas resulta verosímil y solo si somos capaces de recuperar conceptos como los de solidaridad y bien común nuestra civilización tendrá la oportunidad de salir adelante.
En cualquier caso no pierdo la esperanza y como decía Popper, mientras podamos, seguiremos aportando en aras de ese «mundo mejor» que cita.