Sacrificios
Desde hace unos meses nos vienen advirtiendo a los ciudadanos europeos y españoles en particular tras el fin del turismo estival, que se nos aproxima un invierno muy difícil y que, como se decía hace tiempo, va a ver que darse otra vuelta más al cinturón.
En la crisis de 2008 la gente de a pie fueron los que acabaron pagando el pato porque, según dijeron y la propaganda hizo que calara sobradamente el argumento, habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y que los bancos solo habían sido unos bienaventurados que en un acto de generosidad infinita facilitaron créditos e hipotecas a tutiplén sin el menor reparo.
Mientras, los que en verdad habían propiciado semejante desaguisado –banqueros, fondos de inversión, especuladores de todo tipo y demás especies del casino del dinero, eso que llaman los mercados financieros-, se siguieron forrando y hasta que llegó la pandemia la cosa se dio por buena porque, según nos dijeron también, era lo que tocaba y no había nada que hacer.
Pero la pandemia lo trastocó todo y, después de millones de víctimas, hasta la mismísima Ángela Merkel tuvo que rasgarse las vestiduras y asumir sus errores antes, durante y después de la crisis financiera con sus políticas neoliberales y más tarde de austeridad, recortes y hombres de negro.
Por eso, tanto ella como buena parte de responsables políticos –salvo los más ortodoxos, claro está-, decidieron dar un giro de 180º en la percepción de las cosas y darle una oportunidad a los perdedores de siempre.
Los fondos Next Generation, un BCE dispuesto a todo para sacar a los países comunitarios adelante y toda una serie de medidas de manera sensiblemente antagónica a como se había tratado la crisis anterior.
Sin embargo, henos aquí otra vez en medio de otra crisis de la que al menos nadie nos hace culpables pero igualmente se nos dice que vamos a ser otra vez los paganinis de la catástrofe.
Sino que se lo digan a la Lagarde que parece haberse liado otra vez la manta a la cabeza subiendo los tipos de interés, hasta no se sabe dónde, para frenar una demanda sobre la que esta vez no deberían recaer todas las culpas de una inflación disparada.
Por contra, sí que deberían argumentarse medidas contundentes contra los que han provocado de verdad que los precios de manera tan artificial se estén saliendo de madre; empezando por las energéticas y, otra vez, los puñeteros mercados financieros que a lo más parece que se les va a castigar con un conato de impuesto que a ver en lo que queda de cierto.
Digo yo que ya está bien de tanta impudicia. Que vale ya de machacar tanto a los de abajo y basta de teorías tan absurdas como incumplidas, gráficas y curvas incluidas, porque para los de arriba, en la mayoría de los casos, el vaso se hace cada vez más grande y no acaba de rebosar en la vida.
A vueltas con los impuestos
Cuando Barack Obama alcanzó la presidencia de los EE.UU. Warren Buffet, el famoso multimillonario, le pidió que por favor subiera los impuestos a los ricos porque era una vergüenza que él pagara menos impuestos que su secretaria.
Por desgracia, no todos los ricos piensan así porque los fundamentalistas del mercado siguen esperando no solo que el vaso rebose sino que lo haga de forma tan abundante que acabará emborrachándonos a todos.
Nunca se ha cumplido pero es tal su integrismo que por mucho que la empírica demuestre todo lo contrario, que donde los ricos pagan más impuestos el nivel de vida de sus habitantes está por encima del de aquellos en los que ocurre justamente lo contrario, se mantienen fieles al dogma.
Y mira por donde que sea como fuera, los ricos siguen siendo ricos en todos sitios.
Claro, otra cosa es lo que pueda entenderse por ricos y si según el criterio de cada cual todo el mundo debería tener los mismos derechos, por disparatado que suene ello, pero ahí entramos en terreno pantanoso y daría para correr ríos de tinta en una cuestión tanto de índole sociológico como casi filosófico.
Por ejemplo, en el caso de Madrid una persona que gana 100.000 € netos al año se asume con naturalidad que reciba una ayuda pública para que sus hijos puedan ir a la escuela privada. Mientras la misma Comunidad demanda al gobierno de la nación por haber aprobado con la mayoría de las Autonomías una bajada de tasas en las universidades públicas.
Sin ir más lejos, el otro día en Cáceres el líder conservador advertía a navegantes que Portugal está muy cerca, que allí los que más tienen pagan menos impuestos y los salarios son más bajos. Razón de más para que muchas empresas se marchen al país vecino y acaben dejando a los extremeños en la estocada.
Para ello ponía de ejemplo a Inditex que llevó a la ruina a las cooperativistas gallegas de la confección para instalar sus fábricas de la noche a la mañana en Portugal. Por eso a lo mejor será que a Inditex la odian tanto como la veneran en su Galicia natal.
Del citado fundamentalismo liberal puede entonces esperarse cualquier cosa. Porque ya hace tiempo que hizo saltar por los aires a Adam Smith cuando en su obra sobre la «riqueza de las naciones» afirmaba cosas como que la obligación de un gobierno es gobernar en beneficio de todos y sin menoscabo de nadie.
Para que luego nos digan a los de izquierdas que apostamos solo por utopías y poco más.
Así que nadie se asuste cuando el presidente andaluz pida voz en grito al gobierno central 500 o mil millones para paliar la sequía en Andalucía, mientras elimina por el mismo importe los ingresos del impuesto de patrimonio de su comunidad.
Menos mal que en medio de tanta procacidad aparece otra vez Von der Layen, otra liberal, soltando que ya es hora de intervenir los precios del gas. Lo malo que en su propia bancada, como vemos aquí en España, todavía le queda mucha leña por cortar.
La guerra
La verdad que esto de la guerra de Ucrania cada día resulta más sorprendente. Vamos que no se ve nada claro todo lo que en el campo de batalla está pasando más allá de la propaganda habitual de estos casos.
Eso más allá de dejar por sentado que Putin es un auténtico hijo de Putin por haber invadido sin más un país vecino, echando mano además de su tradicional estrategia de «tierra quemada», como venimos viendo cada día que pasa y descubrimos las atrocidades cometidas por su ejército en lo que un día se llamó «el granero de Europa».
Por cierto la misma que ha utilizado siempre mientras le hacíamos partícipe de nuestra habitual cordialidad, cuando no «la ola», y sus barrabasadas de entonces quedaban allende de las fronteras europeas y no nos salía a cuenta meternos en jarana por cualquiera.
Volviendo a lo que nos ocupa, al principio se nos dijo que el rudimentario ejército ucraniano era una perita en dulce para el poderío militar ruso y, a tenor de sesudos analistas, fue aniquilado de hecho en pocos días por la pertinaz maquinaria de su vecino.
Pero ahora, al cabo de unos meses, resulta que Rusia de superpotencia militar nada de nada y que el valiente ejército ucraniano con un buen puñado de artefactos pasados desde occidente, que apenas si han aprendido a manejar aprisa y corriendo sus soldados, están poniendo pies en polvorosa a toda la gigantesca maquinaria militar rusa.
Mire usted a ver, que los norteamericanos salieran con el rabo entre las piernas de Vietnam, en una guerra casi de guerrillas por aquellas latitudes es comprensible. Como les ocurriera más tarde a los soviéticos y después a los propios yanquis en el avispero de Afganistán. Pero que a cañonazo limpio los ucranianos estén machacando a los rusos induce, como poco, a cierta desconfianza.
Tanto como si eso resulta tan cierto qué sentido tenía por parte de la OTAN armar e integrar en su estructura militar a los países de más allá del telón de acero tras la caída del mismo.
Una de dos o la OTAN estaba tan mal informada del potencial militar ruso como estos de la respuesta de Ucrania o quizá se sobredimensionó interesadamente el asunto por todo lo que conllevaría de más.
Jugar con fuego da lugar a quemarse con demasiada frecuencia. Esperemos que con un arsenal nuclear de por medio no volvamos a quemarnos de nuevo.
Hasta la próxima.