«No se cuida lo que no se ama…». Esta frase se la he tomado prestada a un compañero, José Manuel López Grima, histórico luchador por la salud de uno de los ríos -el Segura- más degradado, sobre-explotado, y contaminado de Europa. La he adoptado en mi argumentario porque define muy bien el problema en la relación población-campo.
Hace poco, reunido con agricultoras y agricultores, ecologistas, y gente relacionada con el río de mi comarca, el Segura, con su agricultura y su entorno; hacíamos un diagnóstico de futuro nefasto. Estamos destruyendo el suelo, contaminando y esquilmando ríos y acuíferos, y transformando tierra cultivable en el objeto de especulación del momento. Se habla de que dentro de tres décadas seremos 10.000 millones de “voraces langostas”. Tenemos un serio problema también con la ganadería intensiva. Según alertaba hace muy poco Greenpeace de todos los mamíferos en la Tierra el 60% es ganado, el 36% seres humanos y solo el 4% es de animales salvajes. Esto tiene graves consecuencias, pero concretamente un impacto tremendo sobre la explotación de la tierra de cultivo, los recursos hídricos y la biodiversidad.
La agricultura intensiva, lo que los ecologistas en general llaman «agronegocio» -y yo en particular «agromafia» de los «aguatenientes»- sigue con su proceso de acaparamiento de tierra y recursos, expulsando a la pequeña y mediana agricultura, y finalmente destruyendo el entorno contaminándolo -tenemos un ejemplo muy claro en el Mar Menor-.
La puntilla a la agricultura familiar la da la cadena larga de distribución que arranca la dignidad de agricultoras y agricultores que trabajan por debajo o cubriendo costes. Mientras, se inflan los precios y se multiplican los intermediarios que cargan de avaricia y especulación el esfuerzo que las familias dedican a su alimentación.
Por otro lado nos enfrentamos a una guerra de costes y unas tácticas agrícolas (fitosanitarios y abonos), que destruyen el suelo, van en detrimento de la calidad y lo saludable que pueden llegar a ser los productos, y están poniendo en riesgo la soberanía alimentaria de los pueblos. Nada sabe a nada, y si sabe a algo no interesa (pesticidas, abonos químicos, contaminantes de agua y suelo que pasan a los frutos, etc.). Aquí la culpa no es solo de especuladores, también de consumidores que prefieren cantidad a calidad, cantidad muchas veces que lamentablemente acaba en la basura (Europa tira el 14% de los alimentos del mundo).
El abandono de la pequeña y mediana explotación, y la falta de relevo generacional está poniendo muy fácil el acaparamiento de la tierra por parte de la agroindustria.
Competir en precio o en calidad, esa fue la clave y la dicotomía estratégica. En un mundo globalizado, dominado por las grandes empresas agroquímicas y los especuladores de productos de primera necesidad, competir en precio es la muerte segura para el «pez pequeño». En contraposición a esto, nos encontramos la agroecología, valor añadido para unos productos que recuperan sus colores, sus sabores y las características que los hacen saludables. La agroecología aporta ese plus necesario al producto para alcanzar un margen decente que garantice una vida digna, y un proyecto vital atractivo.
Acortar los canales de distribución, eliminando intermediarios, consiguiendo que recaigan unos márgenes justos en los que trabajan la tierra y la respetan, es más dignidad para sus vidas, pero también ventajas para los perjudicados últimos, los consumidores. La asociación de pequeños es la clave para equilibrar el poder con los grandes, mejorar las condiciones de negociación y repartir costes. Por supuesto también intentar poner en contacto directo a productores y consumidores.
La agroecología es futuro para la tierra, para el suelo, y para la conservación de los entornos, sostenibilidad para los recursos, etc. ¿Sabéis lo que hace la agroindustria cuando acaba con los ríos, con la tierra y con el aire? Pues que recoge los bártulos y se muda a otro sitio. Así es, «¿y el trabajo que ofrece?», dice al que le ha calado la propaganda; pues en la mayor parte de los casos que es empleo precario, queda en nada en un futuro a medio plazo cuando las condiciones ya no interesan a los consejos de administración. Cuando se marchan, dejan a su paso desempleo e imposibilidad para poder volver a dedicarse a la tierra a la que se dedicaba tu abuelo, porque está destruida y porque le han hurtado los medios y los recursos.
Tenemos que ser consumidores más responsables y conscientes, y agricultores con mayor visión de futuro. Tenemos que amar la tierra para poder defenderla, y es necesario defenderla, entre otras cosas, porque nos da de comer. Recordad: no se defiende lo que no se ama, y no nos han enseñado a amar. Pues aprendamos a amar.