La primera vez que escuché este término, no entendía qué relación podía existir entre un concepto más cerca del ámbito arquitectónico (según tenía entendido) que de la museología que yo estudiaba.
Al ir familiarizándome con él (tomarle cariño y entendernos poco a poco) su aplicación se hizo más útil en cuanto al aspecto expositivo y por supuesto, en la posibilidad de otro tipo de acercamiento, más humilde y responsable del Arte.
Ese que busca estimular miradas y pensamientos, al fin y al cabo, capacidades que todos tenemos y que a veces, sólo necesitan de pequeñas guías para disfrutar de la experiencia artística.
Asociada a las exposiciones, la palabra Accesibilidad viene a definir el grado con el que algo (aquí una exhibición) puede ser usada, visitada o accedida por todas las personas, independientemente de sus capacidades físicas o técnicas.
Si además añadimos otro concepto, el de Diseño Universal, que no es más que el diseño de productos y entornos de manera que puedan ser utilizados por el mayor número de personas (sin necesidad de adaptación o diseño especializado) entonces llegamos a la ecuación perfecta:
Simplificar haciendo que exposiciones, su comunicación y disfrute (cognitivo, físico, emocional y práctico) sean posibles para todos.
Reflexioné sobre el concepto y cómo este había ido marcando mi formación, desde la Historia-Arqueología, al Arte en sus variadas expresiones (más contemporáneas) donde quizás el reto aquí era mayor. Me explicaré por medio de una anécdota que siempre contaba uno de mis profesores y que luego experimenté de forma directa.
En uno de los Museos en los que trabajé (Arqueología) las cartelas atendían a los nombres de las piezas y demás características. La que indicaba “Fíbula” añadiéndose más aspectos según la procedencia de la pieza se llevaba el premio, y es que pocos visitantes sabían de lo que se estaba hablando. Ni más ni menos que de un broche.
Soy partidaria de los tecnicismos, porque creo que nos ayudan a ampliar vocabulario y es maravilloso todo ese mundo de terminología (a veces lejana en el tiempo), pero no cuesta nada la aclaración y hay sitio en la cartela para indicarlo todo (la línea que separa hacer sentir al público ignorante o cómodo en una visita es a veces muy fina).
Por ello pienso que, con las manifestaciones artísticas contemporáneas, el reto de la Interpretación (o acercar el Arte) es mayor y más interesante. Acceder a unos códigos y enseñar nuevas lecturas es una tarea bella si se hace con rigor, sinceridad, conocimiento y sobre todo, humildad.
No existen bellezas artísticas reservadas para ciertos grupos, eso es una invención elitista y anacrónica que muestra, en muchos casos, falta de inteligencia práctica.
Admirar un proceso creativo y acercarlo a los demás es un reflejo de profesionalidad, porque la grandilocuencia del Arte no está en reservarla para unos pocos, sino en hacer que todo tipo de público desarrolle una profunda conciencia de apreciación y entendimiento de aquello que tiene ante sí. Eso resume, para mí, lo que es una experiencia enriquecedora y agradable.
A veces sólo hay que pararse y observar lo que hacemos y cómo lo hacemos, lo que decimos y cómo lo decimos y sobre todo; dejar que el público mire, observe y se deleite el tiempo que necesite ante las obras, las transite (física y mentalmente) y dejarnos impresionar por sus visiones y otras formas de ver lo que le acercamos (el aprendizaje seguro que es mutuo).
Como dijo George Brown (director del Smithsonian) hay que hacer museos y exposiciones para los mecánicos, jornaleros, obreros de fábrica, vendedores, administrativos, profesionales y gente acomodada…esto era allá por el S.XIX, a ver si dos siglos después nos ponemos las pilas.