Mandaría narices que fuera cierta esa leyenda urbana, ahora que estamos en tiempo de conspiraciones, de que esto del Black Friday tomara su nombre de ese día de la semana cuando en tiempos de la esclavitud los negros se vendieran con rebaja.
Francamente que debería llamarnos la atención en estos duros tiempos que corren para los pequeños comerciantes la facilidad con que éstos tiran por el retrete la que debiera ser su mejor época del año en cuanto a ventas y beneficios, trasladando para sí una fiesta fuera de lugar por cuanto ni nos corresponde, ni tiene nada que ver con las costumbres y necesidades de este país y para colmo solapa cada vez más las ventas navideñas.
Este año, para colmo, los estragos causados por la pandemia motiva la liquidación de los stocks existentes. O lo que es lo mismo un intento por recuperar el dinero invertido meses atrás para volver a empezar de nuevo en un escenario de lo más inestable.
Con las rebajas de Enero –de Diciembre, desde hace algún tiempo-, por delante y vuelta al principio vendiendo casi a pérdida para llegar a ninguna parte. Y así hasta las siguientes rebajas que ya nadie sabe cuándo empiezan y cuándo acaban en un círculo cada vez más viciado.
Recuerdo de aquellos tiempos cuando los comerciantes «hacían su agosto» en Navidad y Reyes y con ello cubrían los meses anteriores y posteriores tan habitualmente deficientes e incluso alguno, según el sector que tratase, hasta cubría las ganancias de buena parte del año.
Eran tiempos en los que el pequeño comercio se postulaba como el primer creador de empleo, un empleo que a pesar de sus numerosos defectos como ha sucedido siempre en España al menos permitía alguna estabilidad en las partes y sembraba cierto futuro en cada caso.
Ahora, cuando todo ello se ha derrumbado, cuando los márgenes se han desinflado hasta límites insoportables, cuando el empleo se hace cada vez más precario y cuando la inusitada y feroz competencia de conglomerados transnacionales que ponen a buen resguardo sus ingentes beneficios en algún lugar remoto se hacen cada vez con mayor parte del botín, el comercio tradicional se suma a la desesperada a la misma moda.
Un aparente festín que incrementa sus ventas durante un par de semanas a costa de destripar sus ya de por sí exiguas rentas y favoreciendo, para colmo, un inusual acopio de los consumidores echando a perder unas semanas más tarde la mejor temporada del año.
La falta de miras por parte de las administraciones públicas y la carencia de asociaciones de comerciantes fuertes, fruto de ese concepto de individualismo y carencia de solidaridad que pregona tan devastador modelo económico, está poniendo en la picota al pequeño comercio y con él a las propias relaciones humanas.
En definitiva que de no mediar remedio, entre todos, comerciantes y consumidores, en aras de unas mal entendidas necesidades, modernidad, voracidad sin límites y una endiablada forma de competitividad, acabarán poniendo aún más en la picota al pequeño comercio, favoreciendo la precariedad laboral hasta terminar, más pronto que tarde, pulsando el botón de apagado de las calles y barrios de nuestras ciudades.