Mi primer trabajo fuera de casa fue en una gestoría. El gestor, que más bien gestionaba poco o nada, era un comandante retirado que por mor de la dictadura podía disponer de un título como ese sin estudios ni conocimiento alguno sobre la materia. O bien ocupar un puesto en la administración pública directamente proporcional al grado adquirido en su etapa militar.
Cobraba 9.000 pesetas al mes por una jornada laboral completa, sin dar de alta en la Seguridad Social claro está, y me pasé allí 4 años esperando que lo hiciera y hasta tuve prórrogas en el servicio militar por ello. Al final, de tanto insistir, me acabó despidiendo pero el tipo como me hacía un recibo con su sello y firma con «los haberes» percibidos cada mes, pude sacarle un dinerito en magistratura que me ayudó a pasar la mili.
Cuando volví, al poco tiempo me coloque en una tienda de video y televisión, videoclub y esas cosas que estaban de moda por aquellos entonces. Adquirí la categoría de «encargado» pero seguía cobrando lo que llamábamos el sueldo base.
Le insistí también al dueño que me subiera el sueldo en función del trabajo y la responsabilidad que se me otorgaba pero nunca lo conseguí. Es más, en una ocasión me dijo que «su obligación como empresario era pagarle lo mínimo posible a sus empleados» y, claro, me acabé buscando otra cosa y me fui.
De eso hace 40 años.
Hace pocas semanas ha cerrado en mi ciudad una de las empresas más importantes y conocidas de su sector con una dilatada trayectoria. El medio que ha elegido la cabeza visible de la sociedad para hacerles saber a sus empleados el cese de la actividad ha sido un mensaje de WhatsApp en el que les dice llanamente que ha sido un placer haber contado con ellos y que «hasta aquí hemos llegado», sin mediar más explicación.
Lo curioso del caso es que algunos de los propietarios de la empresa –que sí que se han arrogado una jugosa indemnización-, se han sentido ofendidos cuando han descubierto que ha sido denunciada la misma en el juzgado por tales hechos, manifestando a sus empleados «que tenían que estar agradecidos por los favores prestados».
Otra: El representante de un conocido proveedor, con un bagaje de más de 100.000 km por año, ha sufrido hace unos días un accidente en carretera durante una de sus jornadas de trabajo. Afortunadamente salió ileso del trance pero la primera pregunta de su jefe fue: ¿cómo está el coche?
La última: El sobrino de un buen amigo y otra buena amiga, ambos con más de 20 años de experiencia en el sector de la hostelería, reconocen que nunca en su vida laboral han percibido un salario acorde a las condiciones laborales que tenían. Más o menos lo que veladamente confiesan algunos directivos de asociaciones hosteleras de este país ante la afirmación de otros colegas de que falta mano de obra en el sector. ¿Por qué será?
A lo nuestro
Semanas atrás, un inversor extranjero en un almuerzo con periodistas confesaba que en sus habituales reuniones con empresarios de diferentes países solo se ha topado con uno en el que los empresarios sean todavía más de derechas que los españoles. Interpelado al respecto su respuesta fue inequívoca: Chile.
Una dictadura militar ultra conservadora y donde se tomó por bandera la fórmula más fundamentalista del capitalismo. Juzguen ustedes la comparativa.
Así que, visto lo visto un año tras otro, década tras década, y dejando al margen a todos esos empresarios y empresarias que no quieren mirarse en ese espejo y pretenden dar a sus trabajadores un trato digno, es difícil que con una clase empresarial que sigue entendiendo a los trabajadores como un gasto –cual si se tratara de la luz, el teléfono o el alquiler-, y no como una inversión, además de una parte fundamental para el desarrollo de su actividad, a España le va a resultar extraordinariamente difícil avanzar.
Sobre todo cuando en España, por ese mismo carácter, se da la circunstancia que es uno de los países que más carece de pequeñas (10/50 trabajadores) y medianas empresas (50/250 trabajadores), mientras abundan en exceso autónomos (1/2 empleados) y microempresas con hasta 10 empleados que, obviamente en semejante contexto, tienen mayores dificultades para añadir valor añadido al entramado que otros países más cualificados.
Como consecuencia, en todos los órdenes establecidos, el nivel de vida de un país, tal como manifiestan los indicadores, es directamente proporcional a la capacidad de ahorro y gasto de sus trabajadores, determinando así sus recursos fiscales y con ello la calidad de los servicios públicos, lo que acaba redundando finalmente en un mejor o peor sistema de pensiones.
Y es de eso de lo que queremos hablarles hoy tras tan largo prefacio pero que, como verán, resulta altamente significativo para entender el por qué y cómo de las debilidades de nuestro tan controvertido modelo de pensiones.
Que, por cierto no es de los peores. Sobre todo sí sólo nos miramos en el espejo de los que van detrás para satisfacción de nuestro ego y no en los que nos llevan delantera.
Las pensiones
Ya hace algún tiempo, en este otro artículo, desgranábamos mediante una serie de gráficas nuestro modelo de pensiones y su comparativa con nuestro entorno europeo. En esta ocasión no vamos a atiborrarles de datos pero sí que podemos resumir de manera muy sencilla cuales son las fallas del mismo.
Aunque valga decir que cada vez la cuestión demográfica, en buena parte también consecuencia de la evolución del modelo de sociedad, es un problema común en todas las latitudes.
Ni que decir tiene que los países más avanzados a la hora de cimentar un sistema de pensiones más sólido son los de siempre. A saber el mundo escandinavo y junto a los mismos Países Bajos, Alemania, Canadá, Nueva Zelanda etc.
Mientras que en España la base de las pensiones reside exclusivamente en las cotizaciones realizadas por trabajadores y empresas a lo largo de nuestra vida laboral -salvo en el caso de las no contributivas que emanan directamente del estado-, en esos otros países ese cómputo resulta más complejo.
¿De dónde parten entonces sus recursos para sufragar las pensiones?
Por una parte de los impuestos, por otra de los planes de pensiones que tienen que costearles las empresas a los trabajadores y por último, como en España, de las citadas cotizaciones.
Además, en tales casos, la llamada «Tasa de reemplazo», es decir el porcentaje de la pensión sobre el último salario percibido, es inferior al del caso de España.
Este último detalle, que tan torticeramente utilizan los gurús liberales y conservadores hispanos para tachar de excesivamente generosas las pensiones en nuestro país, realmente lo que pone en evidencia es el infausto modelo laboral español, por cuanto la citada capacidad de ahorro y gasto de los trabajadores en España es muy inferior a la de esos otros países.
¿Qué permite ello? Que a lo largo de su vida laboral un trabajador sueco, por poner un ejemplo, genere suficientes recursos de un modo y otro para aun con una tasa de reemplazo muy inferior a la española, gozar objetivamente de una mejor renta con la que afrontar esa etapa de su vida.
Además, a mejores salarios y mayor ahorro, la capacidad recaudatoria del estado en materia fiscal es superior lo que permitirá prestar mejores servicios públicos a la ciudadanía y menos esfuerzo a la hora de abonar las prestaciones.
En resumidas cuentas
Resulta tan evidente que poco o más hay que añadir a la hora de evaluar las deficiencias de nuestro sistema de pensiones, más allá de la manera de entender la empresa y el trabajo.
Al final el problema parte, como en numerosos apartados de la sociedad española, de un deficiente modelo productivo y un todavía más pernicioso modelo laboral que, en ambos casos, hunden sus raíces en la profundidad de los tiempos.
Por eso son significativos los datos que se refieren a la productividad de los trabajadores españoles, que acaban resumiéndose siempre en que trabajan mucho pero producen poco.
Lo que, en buena lógica, es de esperar de un país que fundamenta buena parte de su tejido productivo en dos sectores de tan bajo valor añadido como son la construcción y el turismo.
Afortunadamente, aunque de manera tan lenta que apenas se pueden apreciar todavía los resultados, nuestro país se va abriendo a otras campos de la industria y la tecnología con mejores salarios y por tanto mayor renta disponible.
Sin embargo, como relatábamos al principio de este artículo, la rémora de un sector empresarial representado en una institución tan reaccionaria como la CEOE anclada en un modelo laboral propio de otro tiempo y supeditada a los intereses de grandes empresas con un inmenso poder acumulado durante décadas, hace imposible que, como en el caso de las pensiones, España pueda desarrollarse en la forma debida.
Por tanto no está demás que la propuesta de reforma de las pensiones presentada recientemente por el ministerio tenga carácter progresivo y que las empresas y trabajadores altamente remunerados aporten más al sistema. Pero ello no deja de ser un parche más que no terminará de resolver las dificultades del mismo mientras la gran patronal no deje de mirarse el ombligo.
«En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal ha sido muchas veces de pacotilla».
Pío Baroja, escritor (1872-1956)