Esta semana, hemos vuelto a descubrir un nuevo caso «mascarillas», en esta ocasión con los máximos responsables del Partido Popular en Almería, como antes lo fueron el hermano y el novio de Díaz Ayuso o los Koldo/Ábalos/Cerdán en el caso del PSOE. Y algunos más que se me queden en el tintero y otros que quedarán por salir.
Es decir, personas que en lo más cruento de la pandemia, cuando morían cientos de ellas cada día, se estaban literalmente «forrando» a su costa. Ya no les era suficiente con multiplicar hasta el infinito las ventas de ciertos artículos sino que dispararon sus precios artificialmente para desorbitar las ganancias y algunos incluso hasta han pretendido evadir impuestos por ello.
Y no podemos decir que esa es la nueva condición humana, porque la avaricia y la codicia han sido una de las señas de identidad de la misma desde la profundidad de los tiempos.
Pero, no es menos cierto, que el modelo económico neoliberal que ha asolado al planeta los últimos 40 años en el que ha hecho del individualismo el centro de todas las cosas y ha dejado a los márgenes el servicio público y, por tanto, el bien común, ha vuelto a poner en evidencia los defectos de la raza humana.
Baste echar un vistazo a la reacción de países y sus respectivos moradores con lo ocurrido y que sigue ocurriendo, día sí y otro también, en Gaza y Cisjordania con el pueblo palestino. La primera convertida prácticamente en un solar sepultando a decenas de millares de personas inocentes y la segunda donde los palestinos son expulsados de sus tierras a golpe de metralleta cuando no son vilmente asesinados.
Gobernantes y subordinados mirando a otro lado cuando hace solo 20 o 30 años, semejante desatino hubiese arrastrado a millones de personas a la calle manifestándose en contra de tales horrores.
Sudán se desangra del mismo modo, entre más de 11 millones de desplazados en condiciones absolutamente inhumanas sin que la tan manida comunidad internacional haga nada al respecto. Y así tantos otros a lo largo y ancho de todo el mundo.
Mientras, miles y miles de personas que huyen de países del tercer mundo, especialmente desde África un continente expoliado de todos sus recursos por gigantescas corporaciones del primer mundo que en aras de ello financian bajo cuerda guerras interminables y ponen y quitan gobiernos a su antojo, son vilipendiados en Europa como chivos expiatorios de sus propios males.
Como ocurre en Australia donde van a recalar las corrientes migratorias procedentes del sudeste asiático o en EE.UU. ahora también con una nueva reedición de la Doctrina Monroe, mediante su histórica extorsión e intimidación por medios cada vez más explícitos desde el arribo de Trump I a todos los pueblos que quedan al sur de Río Grande.
E incluso al norte cuando el emperador aviva las tensiones con Canadá y Groenlandia para anexionarse también ambas.
Es difícil albergar esperanza alguna en una especie que, a pesar de sus casi 5.000 años de historia no es capaz de dejar atrás sus infamias sino que, como en la inmortal obra de Oscar Wilde que da título hoy a este artículo, cada vez da más pábulo a lo peor de la misma.