Según datos oficiales de la propia institución en 2024 el Senado le costó a los españoles y residentes poco más de 67 millones de euros. Aproximadamente lo que cuestan 3 km de AVE y casi el 80 % de lo que vale 1 km de túnel.
Dicho así, no parece que la cosa sea para tanto cuando estamos hablando de los salarios de los 266 senadores, el personal y todos los gastos inherentes a la infraestructura de la institución.
Pero si de lo que se trata es de convalidar las funciones de la misma, poco más allá de servir de refugio y jubilación para estómagos agradecidos, es la propia Constitución la que le resta toda credibilidad desde el momento que otorga al Congreso de los Diputados la máxima potestad para la aprobación de leyes y decretos.
Dicho esto y tal como hemos venido viendo desde el retorno de la democracia a España el Senado no tiene ninguna función relevante -o casi porque resultó sorprendente que la aplicación del famoso artículo 155 de la Constitución sobre Cataluña recayera en el mismo-, y aunque la mayoría de los gobiernos se han planteado la cuestión para intentar dar solución a semejante anomalía, hasta la fecha se mantiene del mismo modo como si nada.
Así, el Senado ha quedado reducido a un mero escaparate institucional para colegios e institutos que lo visitan periódicamente y donde no se hace prácticamente nada -palabra de senador-, lo que ha ido derivando a un espectáculo mediático, una especie de reality show, a mayor gloria de sus protagonistas.
Y no hay mejor oportunidad para ello que las famosas “Comisiones de investigación”, que si ya de por sí no tienen ningún valor legal peor todavía cuando estás proceden de una institución sin utilidad alguna.
Y en esa estamos. Pero claro si para colmo de males el principal partido de la oposición “goza”, valga el entrecomillado, de mayoría absoluta en el Senado la frustración resulta aún más desoladora y si se trata, como es el caso, de un Partido Popular echado al monte después del fiasco de las últimas elecciones y su manido concepto patrimonial de la nación española el instrumento chirría aún peor.
De este modo y con semejantes mimbres no cabía esperar otra cosa que la comparecencia del presidente del gobierno en la presunta Comisión de investigación sobre los casos de corrupción que envuelven a los dos últimos secretarios de organización del PSOE se convirtiera en un espectáculo deplorable, un auténtico circo como manifestara el propio compareciente, para mayor descrédito de la política y sus instituciones.
O lo que lo mismo, a beneficio de Vox como de todos los movimientos de extrema derecha que utilizan este deterioro de las instituciones para, valiéndose de la misma, dinamitar la democracia. Algo de lo que la historia guarda infaustos recuerdos en numerosos rincones del mundo.
Por no extendernos más sobre lo ya repetido estos días baste con recordar preguntas tan surrealistas de sus señorías como ¿cuántas personas viajaban en el Peugeot? del hoy presidente cuando recorría España en su aspiraciones de lograr la secretaria general de su partido hace 8 años. O ¿Considera usted que Venezuela es una dictadura? Y para mayor escarnio si el presidente se había pagado la campaña a dichas primarias con dinero procedente de la prostitución.
Todo ello en medio de las desafortunadas carcajadas del presidente del gobierno y la probada incapacidad del presidente de la Comisión. Aunque mejor evitemos las mayúsculas y quedémoslo en “comisión”, porque no lo merece y se ajusta mejor a tan degradante espectáculo.
Por último, los que resbalan una y otra vez con la estrategia desde la capital del reino dijeron horas después de acabar la función que las gafas de Sánchez eran de la marca Dior y cuestan 300 €. La verdad que sí esta es la munición con la que se pretende atacar al primer ministro de la cuarta economía de la Unión Europea la cosa, todavía, se adivina peor.