«Israel ha sobrepasado todos los límites y está protagonizando la mayor operación de limpieza étnica desde la Segunda Guerra Mundial».
Josep Borrell (Puebla de Segur, Lérida, 1947), Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión en el periodo 2019-2024.
Ya en el primer minuto de su discurso, Borrell, en Yuste, tras recibir el Premio Carlos V por su compromiso a favor del proceso de la Unión Europea el pasado 9 de mayo, advertía en relación a la guerra de Gaza que «ya no podemos llamarla simplemente guerra, sino masacre indiscriminada de civiles con la explícita intención de liquidar a un grupo humano».
No cabe otro modo de definir lo que está ocurriendo en Gaza y concluye el propio Borrell afirmando que «los horrores de Hamás no justifican los horrores de Israel en Palestina».
Hace también solo unos días, en los lamentables cruces dialécticos que se producen día sí y otro también en el Parlamento de España, Alberto Núñez Feijóo acerca de la cancelación de los contratos para la adquisición de armamento a Israel, decía que algunos socios del gobierno preferirían celebrar acuerdos con otros regímenes por contra al de un país amigo y demócrata como Israel.
No sabemos si se refería a China o a Arabia Saudí, dos de los regímenes más crueles y sanguinarios del planeta con los que España mantiene «excelentes» relaciones o si el líder de la oposición en su propio contexto estaría dispuesto a romper con los mismos, pero lo que es meridianamente cierto es que lo que está cometiendo Israel en Palestina es un genocidio en toda regla y no es de recibo que se siga alimentando de uno u otro modo a Netanyahu y sus secuaces.
Bombardear una y otra vez de manera insistente, a diario, durante semanas y meses a la población civil, con decenas de millares de muertos –entre ellos miles de niñas y niños-, atacando hospitales, sometiendo a la misma a la hambruna y al expolio de su territorio no puede entenderse de otra manera, tal como ya han hecho los tribunales internacionales, como un auténtico ejercicio de limpieza étnica.
Y lo peor de todo con toda la comunidad internacional, de manera absolutamente vergonzosa, sin saber dónde mirar, más preocupada de sus intereses con el estado israelí y su principal apoderado los EE.UU.; con Trump I a la cabeza promoviendo convertir la franja de Gaza en un resort de lujo sobre sus restos a lo que se ha sumado con entusiasmo el propio Netanyahu.
Demoledor el último informe del Comité Especial de la ONU sobre las actuaciones de las autoridades y las fuerzas israelíes en los territorios ocupados, donde se describen todo tipo de vejaciones contra la población Palestina en un claro proceso de apartheid.
En definitiva, el regreso a la Nakba, la causa iniciada antes incluso de la primera guerra árabe-israelí en 1948, cuando todavía Palestina estaba bajo control británico, y por la que fueron desalojados a la fuerza de sus hogares en pueblos y aldeas más de 700.000 palestinos autóctonos por los hebreos reubicados en la zona por el mando aliado tras la II Guerra Mundial.
Una mujer palestina pedía morir «de una vez», antes que seguir vagando sin rumbo bajo el fuego israelí ante la cámara de una televisión. El pasado fin de semana una doctora palestina ha recibido en el hospital que estaba trabajando los cadáveres de 9 de sus 10 hijos. Todo ello mientras la Unión Europea sigue evaluando que hacer sin ofender en exceso al «amigo» israelí.
El mundo ha cambiado sí. Hace solo unas décadas las manifestaciones ciudadanas estarían barriendo las calles de toda Europa y buena parte del mundo en aras de parar semejante masacre. Hoy, apenas unos pocos osan hacerlo a la vez que son denigrados por el resto, los que no quieren saber y, peor aún, por los que les importa un bledo.
«Bajo las ruinas de Gaza no hay solo cadáveres de la gente que está muriendo cada día, sino que está también el fracaso de nuestra sociedad y de la civilización occidental».
Fernando León de Aranoa, director de cine y guionista (Madrid, 1968).