«Estoy a favor de reducir impuestos bajo cualquier circunstancia y por cualquier excusa, por cualquier razón, en cualquier momento en que sea posible».
«La responsabilidad social de los negocios consiste en incrementar sus beneficios».
Milton Friedman (1912-2006; Premio Nobel de Economía; Fundador de la Escuela de Chicago)
Digo yo que el que los países que ocupan los primeros puestos en el Índice de desarrollo humano de Naciones Unidas sean aquellos donde por lo general se pagan más impuestos no debe ser por casualidad. Probablemente Friedman, el economista más idolatrado del neoliberalismo, me echaría a los perros por decir algo así pero los datos son irrefutables en todas aquellas estadísticas que conducen a evaluar la calidad de vida de los seres humanos.
Vamos que es de Perogrullo que si la recaudación fiscal es baja, más bajas serán todavía las prestaciones y más deficientes los servicios públicos. Sin más, por mucho que se pretenda ello enmascarar de cualquier manera.
Se trata, ni más ni menos, del fruto de cada modelo ideológico. Es el caso del neoliberalismo que ha dominado la escena política, social y económica las últimas cuatro décadas, que presupone como único responsable de sus circunstancias al propio individuo y por ello no viene al caso un concepto tan denostado por su propuesta como es la solidaridad fiscal.
Quizá no haya mayor ejemplo que el de Donald Trump que convenció a buena parte de norteamericanos en la campaña que le aupó a la presidencia para que renunciaran al Obama Care, porque a su modo de ver no era justo que con el dinero de otros contribuyentes tuvieran acceso a la asistencia sanitaria aquellos que no pudieran pagársela.
En España, al contrario de las recientes propuestas de la OCDE y la propia Unión Europea, la borrachera neoliberal sigue erre que erre ensimismada en sus mismas cábalas de siempre y así el flamante presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno Bonilla, ha puesto miel sobre hojuelas a las élites andaluzas eximiéndoles del pago de un impuesto como el de patrimonio que afecta solo a las mismas.
Lo que les suponía no más que un pequeño rasguño en sus holgados bolsillos pero todo un roto para el resto de mortales por cuanto ven mermados los ingresos fiscales de su comunidad que acabará traduciéndose, tarde o temprano, en una reducción de los servicios públicos.
Aquellos que dicen no aportarles nada a los que pueden pagarse la escuela y la medicina privada pero que tanto aprecia el resto. Aunque circulen por nuestras mismas carreteras y utilicen nuestros mismos aeropuertos.
Que se lo digan a Díaz Ayuso, que nada más hacer el anuncio su colega andaluz, apareció rauda en las redes sociales dándole la bienvenida «al paraíso». Curiosa contradicción en la presidenta madrileña que mientras por una parte se vanagloria de sus rebajas fiscales arremete contra el gobierno central demandando mayores ayudas en sanidad y educación para su Comunidad.
A vueltas con la historia
Pero España no es diferente a pesar de que el modelo neoliberal al que se aferran los conservadores patrios contra viento y marea parezca irse de varilla después de tantos estropicios para el resto de sus homólogos europeos. Sin embargo sí que es cierto que por voluntad de los mismos España vuelve a quedarse rezagada también en esto.
No parece de recibo que un país que ya de por sí siempre ha manifestado una especial aversión a la cuestión fiscal –lo que a efectos tributarios supone un 4 % menos con respecto a la media de la zona euro-, donde la riqueza generada entre todos cada vez se concentra en menos manos, de un nuevo paso atrás en dicho sentido.
Para colmo España que ya de por sí es uno de los países europeos donde la desigualdad es una de sus señas de identidad, muy lejos de su nivel de desarrollo lo que le sitúa de manera permanente en el tren de cola de la Unión Europea, la pandemia ha venido a forzar aún más dicha situación.
Justificar la supresión de impuestos como el de patrimonio –que en realidad solo afecta a los más ricos de la parroquia-, aduciendo que dicha figura no existe en el resto de Europa se trata solo de una verdad o una mentira a medias ya que de uno u otro modo en todos los países de nuestro entorno, desde Francia a Noruega pasando por Italia, Países Bajos y tantos otros, existen otros tipos de impuestos que gravan la riqueza de los que más tienen.
No solo es entonces que España llegue otra vez tarde, sino que víctima de su historia, vuelven algunos a dar un paso atrás cuando el pueblo más lo necesita. Con la decisiva colaboración de los aduladores y corifeos de tan injusto modelo a través de sus grandes recursos mediáticos.
Del mismo modo que ocurriera en este país con las revoluciones liberales –y eso que la difamada “Pepa” fue pionera-, la revolución industrial e incluso la agraria. Sacudido por el absolutismo y dictaduras varias cada vez que la democracia intentaba asomar la cabeza, cuando no por desoladoras guerras intestinas de por medio.
Una Transición incompleta que, para colmo, vino a coincidir con la irrupción del neoliberalismo en occidente en provecho de una aristocracia empresarial que se había beneficiado de las dadivas del régimen anterior y le ha permitido mantenerse desde entonces en la cresta de la ola.
En el corto plazo
Mucho va a tener que esforzarse el gobierno de la nación, en un contexto internacional de lo más desfavorable, para que las medidas puesta en marcha por el mismo acaben dando sus frutos antes de las próximas elecciones generales.
Difícil tarea cuando tanto cuesta asumir decisiones con la valentía necesaria para paliar una situación tan extremadamente difícil resultado una vez más de la avaricia de unos despiadados mercados financieros y en esta ocasión la vorágine de las grandes compañías energéticas.
Toda una apoteosis de esa versión más radical del capitalismo que tan bien definiera el ínclito Rodrigo Rato con aquel «es el mercado, amigo» y en la que siguen ensimismados tantos.
Para colmo con una guerra de Ucrania, también de por medio, con todas las implicaciones que ello conlleva tanto en lo material como en lo humano.
España en medio de semejante contexto no puede permitirse otro paso atrás en la historia, máxime ante un futuro que se presume cada vez más difícil con las amenazas de un cambio climático que puede acabar siendo desolador para todos.
Incluso para los que lo niegan y se creen que sus inmersos recursos les mantendrán a salvo del mismo.