Nuestra forma exterior parece indicar que pertenecemos a la especie humana, pero ¿somos realmente humanos? Si nos fijamos en cómo se está llevando a cabo la gestión de la pandemia tenemos que aceptar que una gran parte de los que tienen forma humana no son seres humanos, principalmente los que viven en los países ricos. «Cuando se escriba la historia de esta pandemia, será difícil decidir si pesó más más la inmoralidad de los países ricos o su estupidez», escribe Gonzalo Fanjul, director de Análisis del Instituto de Salud Global de Barcelona, en un artículo de opinión del diario El País del 28 de noviembre de 2021.
«Como niños opulentos y caprichosos, el mundo rico acapara diagnósticos, tratamientos y vacunas mientras sus ciudadanos bailan en las discotecas y se manifiestan en las calles reclamando la libertad de vivir contagiados».
La vacunación en el mundo
En el momento de escribir estas líneas, la tasa de población que ha recibido al menos una dosis de alguna vacuna contra la covid-19 es en Estados Unidos del 69%, en la UE del 70% y en África del 11%.
El mecanismo Covax para la inmunización de los países de renta baja solo ha logrado financiar hasta ahora 433 de los 2.000 millones de dosis que debía cubrir la vacunación completa del 20% de la población mundial. Únicamente el 4% de los más de 7.000 millones de dosis producidas hasta este momento ha llegado a los brazos de la población más pobre», escribe Fanjul.
La salud es un derecho humano y el conocimiento un bien común de la humanidad. La Organización Mundial de Comercio (OMC), pensando solo en las grandes empresas, ha convertido todo en una mercancía de la que únicamente pueden disfrutar quien tengas dinero suficiente. Con patentes, solo las grandes empresas farmacéuticas pueden fabricar y vender medicamentos en este caso vacunas. Sin embargo, la ausencia de patentes habría permitido tener vacunas a los paises de renta media que solicitaron ei cese temporal del sistema de patentes.
«Nuestro fracaso para poner vacunas en los brazos de la gente del mundo en desarrollo se esta volviendo ahora contra nosotros», afirmaba este viernes (25 de noviembre de 2021) Gordon Brown en un amargo comentario para The Guardian.
«La variante òmicrom, parece ser más contagiosa que las anteriores, y todavía ignoramos si nuesta caja de herramientas farmacéutica es efectiva contra ella. Las certezas cientificas tardarán algun tiempo, pero eso no ha impedido a Europa apretar el acelerador en medio de la curva. Se vuelve a cortar la relación con el sur de África (no se acepta la entrada a los paises ricos de personas que vengan del sur de África), que ha informado de manera rapida e impecable sobre la nueva variante, y a culpabilizar a la victima por su situacion», comenta Fanjul.
El titulo del texto escrito por Gonzalo Fanjul es «Entre la inmoralidad y la estupidez». Desde mi punto de vista, no es correcto hablar de «inmoralidad»: se trata de falta de «ética», puesto que es la «ética» la que mide el grado alcanzado por ser humano en el proceso de humanización.
De todas formas, he elegido el texto de Fanjul porque reflexiona sobre lo que comenta la prensa acerca de la aparicion de una nueva variante de la covid-19.
En el mismo periódico y el mismo día, en El País. se publicaron las siguientes noticias sobre la crisis del coronavirus: «La inmunización solo ha llegado al 7% de los africanos», «Los primeros casos agitan Europa», «La baja vacunación de los países pobres alienta las nuevas variantes», «Vacunas reformuladas y eficacia probada». Unos días más tarde, el mismo periódico publicó las siguientes noticias: «Aumentan los contagios entre los menores en Sudáfrica», «Cómo las variantes se impusieron o fracasaron», y el artículo de opinión «La exención de patentes».
La empatía
En ningún caso, se ha indicado que el ser humano es empático y social, no como indican las elites, de momento, del sistema económico-social. Y como ha dicho José María Arguedas, «El individuo agresivo no es el que va a impulsar bien a la humanidad sino el que la va a destruir. Es fraternidad la que hará la grandeza».
Una de esas grandezas, ya comentada en esta sección, reside en la inteligencia colectiva. Entonces recogí la afirmación de Mark Klein, investigador del Centro para la Inteligencia Colectiva del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts): «En general, la inteligencia colectiva es ideal para problemas complejos en los que tienes muchos expertos, muchos actores implicados y muchas posibles soluciones» y expresé mi extrañeza de que, hasta ese momento, solo las empresas han hecho uso de ese tipo de inteligencia -por otra parte citada por otros autores, entre ellos Jeremy Rifkin, uno de los pensadores sociales más celebres de nuestra época, en su libro La civilización empática. La carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis (2010, Paidós)-, que prefiere hablar de sabiduría colectiva o sabiduría de las multitudes.
En ese libro, Jeremy Rifkin expresa multitud de acontecimientos que han tenido lugar gracias a esa inteligencia. Si la vacuna contra la covid-19 hubiera sido fabricada después de un intercambio de punto de vista de muchos expertos y aplicada por igual a toda lo población humana no estaríamos en la situación en que ahora estamos.
En la introducción al libro dice Rifkin: «Quizá la cuestión más importante a la que se enfrenta la humanidad es si podemos lograr la empatía global a tiempo para salvar la Tierra y evitar el derrumbe de la civilización»
En la Agenda 2030 de Naciones Unidas, el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3 es «garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades». Este objetivo está relacionado con el hecho de que la salud es un derecho humano y el conocimiento un bien común de la humanidad. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene para la humanidad, en su conjunto, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible hay que reconocer que la gestión de la pandemia se está llevando a cabo de forma no sostenible.
Lo ha dicho, multitud de veces, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesusel director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).