La libertad de expresión como válvula de escape
A todos los delincuentes que han convertido España en patria de ladrones, dictadores y fanáticos.
Defiendo la no-violencia y, lógicamente, no lo haría, pero es un sentimiento muy natural: los niños se entusiasman cuando en los dibujos de Robin Hood se canta ¡Muerte al tirano! Verbalizarlo también es natural, como válvula de escape frente a la impotencia que causan los actos violentos de los criminales de trajes y corbatas robadas.
Las fuerzas igualitarias y transformadoras han apostado por la no-violencia frente a la violencia estructural («violencia es cobrar 600 Euros», decía el 15-M), la violencia directa (de las guerras, de la policía, de la extrema derecha) y la violencia cultural (las mentiras y legitimaciones de las violencias estructurales y directas). Nos lo enseñan los estudios para la paz: la paz es el camino; hay que responder a la violencia del poder con no-violencia. Pero es difícil no sentir rabia hacia los que fastidian la vida de nuestra gente. Y existe el derecho a verbalizarlo.
¿Quién no ha sentido algún impulso violento hablando con tele-operadores? Lo más normal del mundo. Pasan unos días y uno se relaja. Como argumentaba Aristóteles, el arte y la expresión sirven para la catarsis, sustituyendo impulsos violentos y negativos para que las personas puedan redimirse, liberarse de esos impulsos y evitar su práctica. Si uno se reprime y no habla, estalla. El impulso sale por otro lado.
Es necesario desahogarse en este mundo criminal para poder sentir algún tipo de alivio. Nos lo recordó un alma cándida como Leonard Cohen, cuando escribió Manhattan desde la violencia psicológica. Claro que sentía ganas de poner una bomba a los terroristas del poder, pero se oponía a la violencia física; nunca lo hubiese hecho. Solo los fundamentalistas son incapaces de entender el concepto de metáfora. No entienden que el arte es provocación y libertad de expresión, porque la provocación es necesaria para promover la libertad de expresión. Ésta no llega sola, sino con la provocación de tratar temas controvertidos para que los límites del discurso permitido se expandan. Por eso, hay que seguir cantando junt@s que los borbones son unos ladrones. #nocallarem
¿Qué quieren? ¿Fastidiarnos de todas las maneras posibles y que no sintamos rabia? Somos humanos, no máquinas sin sentimientos. Tal vez, en el futuro, logren inventar un chip que funcione como el soma de Huxley y dejemos de sentir. Algo se ha conseguido ya con la superficialidad, trivialidad y redundancia de las redes sociales. También con la idea de que no hay alternativa. Pero no se ha podido eliminar ese impulso natural de indignarse ante las injusticias, la barbarie y el fanatismo. El impulso de promover la justicia sigue en pie. Seguimos siendo humanos, a pesar de todo. Por eso, a falta de un mundo feliz, al poder le queda la opción orwelliana de la policía del pensamiento y la palabra.
La libertad de expresión y la democracia
Como escribe Samir Gandesha, hay que tener en cuenta el daño que las palabras pueden causar a los sentimientos de las otras personas, pero aún más importante es considerar los efectos negativos de la censura para la democracia. Creo que la mejor manera de ejercer la libertad de expresión es con respeto y responsabilidad –los insultos no aportan nada. Pero lo fundamental es que, incluso cuando se utiliza un lenguaje ofensivo, la libertad de expresión debe prevalecer. El principio de libertad de expresión siempre es el primero, la madre de los derechos (junto a la libertad de pensamiento). Una vez se coarta, se transita hacia el autoritarismo.
En estas estamos. La violencia que se ejerce mediante la censura, la represión y el encarcelamiento es muy superior a la violencia verbal de un rapero o twittero. ¿En qué tipo de régimen no se puede insultar a un personaje público? Si se aplica la lógica represiva que predomina recientemente en España, la mitad de las personas que se reúnen en los bares estarían presas. Y hay que tener en cuenta que, en la era de internet, las redes sociales son los bares.
El argumento de sentirse ofendido se utiliza torticeramente como excusa para censurar a aquellos con los que no se está de acuerdo. Pero la libertad de expresión se logró ejerciéndola, es decir compartiendo ideas que los poderes establecidos consideraban ofensivas y blasfemas. En democracia están criminalizados los actos violentos, pero no debería encerrarse a personas que expresan pensamientos violentos que, a todas luces, no se dirigen a organizar actos violentos. Hay que diferenciar entre la palabra y el acto.
Si el Reino de España fuese una democracia medianamente funcional estaríamos discutiendo en profundidad sobre un tema complejo como es la libertad de expresión. ¿Conviene establecer algún límite? ¿Qué diferencias hay entre el discurso privado y el discurso público? ¿Qué hacer con la difamación, la calumnia o el bullying? ¿Qué hacer con el discurso de odio racial, la violencia verbal contra las mujeres o la homofobia? Como señala Chomsky, hay que oponerse a estos discursos –son intolerables–, pero lo que no debe hacerse es dejar en manos del Estado la capacidad de determinar lo que es y no es censurable y de castigar a los disidentes. Esta diferencia es fundamental.
EEUU es un Estado Fallido, pero tiene las mayores protecciones legales de la libertad de expresión. Desde 1969, la Corte Suprema ha sostenido que el discurso incendiario –incluso el discurso del Ku Klux Klan que aboga por la violencia– está protegido por la Primera Enmienda. El único límite es que el discurso «esté dirigido a incitar o producir acciones ilegales inminentes y sea probable que incite o provoque tal acción». Este es el punto clave. Las palabras solo pueden perseguirse cuando participan directamente en actos criminales. Por ejemplo, si en un robo a una tienda alguien incita a una persona armada a que dispare a otra persona.
No es el caso de las palabras perseguidas recientemente en el Reino de España. Obvio que lo que está pasando es una caza de brujas. Una campaña para perseguir y amedrentar al adversario ideológico, mientras los discursos de extrema derecha tienen impunidad. No sorprende esta doble vara de medir de los que mandan. Tienen la misma concepción hipócrita de la libertad de expresión que Hitler y Stalin. La libertad de expresión es solo para ellos, para mentir y agredir verbalmente mientras oprimen económica, política y judicialmente a la sociedad. Los que sufrimos las consecuencias, a callar. Somos no-personas.
Como explicaba Rosa Luxemburgo, la libertad de expresión «es siempre y exclusivamente la libertad del que piensa diferente». Todo el mundo va a defender su propio derecho a opinar. De lo que se trata es de defender el derecho a opinar de las personas con las que estamos en desacuerdo. Si la libertad no se refiere al otro, ésta deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio. Pero el fanático no reconoce la existencia del otro: «¡A por ellos!». No atiende a razones. Defiende su posición ciegamente y con brutalidad.
La censura de la libertad de expresión
El castigo a los que piensan diferente cumple una función ritualista de mostrar a los fanáticos y acobardados que, a pesar de todos los cambios caóticos, sigue imponiéndose el orden. Que, a pesar de todo, las cosas siguen como deben. Se preserva, supuestamente, la sociedad y sus valores frente a la amenaza imaginada del desorden que traerían fuerzas transformadoras. Se refuerzan los lazos del endogrupo. Los mismos que han roto la paz social proporcionan un falso sentimiento de orden y seguridad a los más desconcertados.
Todo vale frente a la amenaza del castro-chavismo-catalanista-feminista-homosexual, aliado con musulmanes violadores. ¡Quieren destruir nuestras tradiciones y cultura (sic)!. El chivo expiatorio siempre funciona. Como dice Galeano, «¡peligro, peligro!, grita el peligroso». Frente al enemigo externo, unidad interna. Se satisface el hambre de los perros sarnosos de la derecha. Se disciplina y amedrenta a los demócratas. Nos acostumbran a un nuevo autoritarismo. Se normaliza la barbarie.
Para que nos hagamos una idea del proceso de expansión del autoritarismo y de derechización de nuestras sociedades, tomemos en cuenta los ideales de Voltaire, una figura de la derecha de la Ilustración. Lo tenía claro: «Me desagrada profundamente lo que dices, pero defiendo hasta la muerte tu derecho a expresarlo».
Aunque es esperable que la derecha actual reprima las libertades, hay que seguir luchando por la libertad de expresión. Lo preocupante es que muchos en la izquierda estén abandonado la defensa histórica de la libertad de expresión y adoptando los principios de la derecha. Olvidan que las malas ideas se combaten con buenas ideas, no con su censura. Si se sigue en esta línea, la batalla por la libertad de expresión está perdida.
Bienvenidos a la era del fanatismo autoritario.