El mes pasado hemos asistido a un episodio más de violencia extrema de los que vienen recorriendo el suelo europeo en los últimos tiempos. Una auténtica tragedia, fruto de la vehemencia religiosa que hace del caos y del drama humano su sino, volvió a fraguarse está vez en Barcelona y en la pequeña localidad tarraconense de Cambrils. Del mismo modo y de forma general cada vez que se produce un atentado de características similares en cualquier país europeo no faltan instigadores que incriminan, de una manera u otra, a las autoridades civiles y policiales por no haber puesto las medidas suficientes para evitarlo.
De esta manera los intereses políticos y partidistas de un mundo tan deshumanizado como éste no se paran en mientes para intentar sacar tajada, aun de la forma más ruin, de tan brutal circunstancia. Acusaciones de parte, por no decir ya de las habituales barrabasadas en las redes sociales, que vienen a regurgitar un drama una y otra vez que para nada alivia a las víctimas. Es posible que en toda esta larga sucesión de atentados podría haberse hecho mejor por parte de las fuerzas de seguridad de cada uno de los países afectados, pero no es menos cierto que estamos ante un fenómeno que tiene tanto de aterrador como de imprevisible, aunque ello no pueda servir de suficiente consuelo a los afectados.
En España, como probablemente en otros lares, buena parte de la opinión pública tiene la fea costumbre de dejarse intimidar con facilidad hasta «perderse entre la maleza y no ver el bosque». Y ese es, ni más ni menos, el error común a la hora de entender este tipo de terrorismo, el mismo que a su vez facilita una perversa interpretación de los hechos y la desviación del fondo del asunto.
No es sólo cuestión de colocar unos bolardos aquí o allá –que sin duda podrán tener efectos disuasorios en algún caso-, pero resulta más que evidente que con las nuevas y sencillas tácticas de matar utilizadas por los terroristas no se le pueden poner puertas al mar. La realidad es que estamos ante un problema extraordinariamente complejo, con numerosas ramificaciones, intereses políticos y comerciales de por medio y todo ello edulcorado por una terrible disposición para interpretar de la peor manera posible la fe.
Como quiera de esto mismo una serie de intereses mediáticos intenta seducir a los ciudadanos en una suerte de soluciones en apariencia sencillas -cierre de fronteras, estigmatización de la cultura musulmana, etc.-, pero del todo inútiles cara a la resolución del problema. Decir que los atentados yihadistas tienen la intención de aniquilar el cristianismo resulta un argumento de lo más simplista por cuanto más del 95 % de sus víctimas son musulmanes a lo largo y ancho de todo el mundo. Tanto como insistir en que la actual oleada de refugiados e inmigrantes es el principal medio de entrada de los citados yihadistas, cuando un buen número de ellos son nacidos en suelo europeo. Silogismos que solo tienen la intención de alimentar el odio entre distintas culturas, cruel expresión de la ignorancia y el miedo y todo un éxito para los intereses de los que quieren insuflar el terror.
Por lo general las fuerzas de seguridad se esfuerzan ante las autoridades en que se ponga el foco en la prevención como principal medida para evitar atentados, luego la pregunta es sencilla entonces: ¿Por qué no se persiguen las diferentes fórmulas de adoctrinamiento de los futuros terroristas? Es aquí donde vuelve a sucederse el fenómeno de la doble moral de los responsables políticos.
Todos los especialistas en terrorismo internacional y más especialmente en la yihad, concuerdan que las principales fuentes de adoctrinamiento de terroristas se concentran en Internet -Facebook, Youtube, etc-, y en las mezquitas esparcidas por todo el continente europeo. ¿Cómo se financia todo esto?
Desde hace años es sobradamente conocido que países del Golfo Pérsico, especialmente Arabia Saudí, vienen aportando millones de dólares para la propagación del wahabismo, también conocido como salafismo, la rama más radical de la corriente suní, la más mayoritaria del islam. A través de las citadas mezquitas y escuelas coránicas, el salafismo promueve la visión más fundamentalista del islam y, aunque las autoridades saudíes miren de reojo el asunto, la realidad es que dichos centros de educación y oración se han acabado convirtiendo en uno de los principales caladeros de terroristas.
La revolución iraní de 1979, terminó con el régimen autoritario del Sha Pahleví e instauró otro régimen de carácter totalitario basado en el chiismo, una rama minoritaria del Islam. En contraposición a la mayoría sunita, los chiitas fueron ganando adeptos en los países vecinos y tras la caída de Saddam Hussein y la desastrosa gestión de la posguerra iraquí, su posición pasó a ser determinante en la zona. La monarquía Saudí y otros Emiratos del Golfo que practican la versión salafista/wahabita, aplicándola con un rigor extremo y unas prácticas que se considerarían del todo aberrantes en la cultura occidental, mantienen un decidido programa expansionista que no se queda ya en la zona -de hecho existe la generalizada sospecha de que el Estado Islámico es fruto de ello-, sí no como decíamos antes financia está abrupta versión del Islam por todo el mundo.
El que Arabia Saudí y sus satélites juegan un papel determinante, además de en el plano religioso, en la escena económica mundial tanto por su negocio del petróleo, como por sus masivas compras de armas en occidente, más aún en los últimos tiempos por la decidida intervención militar de los saudíes en Yemen -con prácticas denunciadas masivamente en los organismos internacionales-, pone aún más en entredicho la resolución de un problema como el del terrorismo yihadista con tantas ramificaciones e intereses de por medio.
Por tanto nos encontramos ante un fenómeno que va infinitamente más allá de la colocación o no de barreras físicas e incluso de la colaboración policial internacional, lo que en ambos casos tampoco resulta nada desdeñable, pero que poco o nada pueden aportar a la resolución del conflicto en sus orígenes, verdadera raíz de la cuestión.
En definitiva queda sólo hacerse dos preguntas: ¿Existe una verdadera voluntad política internacional para resolver el problema? O ¿Tendremos que asumir el yihadismo como un daño colateral del devastador modelo económico actual?
Entiendo que tenemos que asumir el terrorismo como un daño colateral . Si los focos del adoctrinamiento los tenemos claros y definidos creo que lo ideal sería desenvainar a «Tizona» y con el grito de Santiago y cierra España expulsar de toda Europa a esta gente como hicimos en su día.
Amigo pepe, el problema es saber ¿quién es esa gente? Lo que si se sabe o al menos se presupone es quién está detrás de esa gente, quienes los financian y quienes ponen las condiciones necesarias para que un joven normal se convierta en un terrorista. ¿Interesa eso? Eso es lo que deberíamos preguntarnos pero si estamos dispuestos a asumir, como dices en tu comentario, el terrorismo como un daño colateral de este modelo de sociedad, la respuesta ya está dada.
Por lo demás, europeos y musulmanes llevamos conviviendo desde hace décadas en Europa sin mayor problema -el mismísimo alcalde de Londres es musulmán-, y nunca ha habido problema alguno con los occidentales para viajar a otros países que practican mayoritariamente el islam , como todos los del norte de África, Líbano, Siria, etc. Fue precisamente, en Arabia Saudí y los Emiratos del Golfo Pérsico, además de los chiitas, los que empezaron a exigir ciertos condicionantes a los visitantes, especialmente a las mujeres.
Un saludo.
Felipe, un artículo excelente como nos tienes acostumbrados, bien escrito y con las ideas claras. Concuerdo completamente con lo expuesto y solo quería aportar mi humilde opinión sobre el asunto. Pienso que, en resumidas cuentas, los gobiernos occidentales «en realidad» no quieren arreglar el problema. Existe un acuerdo tácito entre los pro-salafistas y esta anquilosada Europa, hecho que por muy calamitoso que sea no niega los importantes beneficios ideológicos en ambas partes. Europa, como toda nación o sistema, necesita un lobo, un enemigo al que echar las culpas; han elegido el islamismo. Con esto están consiguiendo que la opinión pública no quiera saber nada de inmigrantes, porque son «terroristas». En consecuencia, estos inmigrantes se ven obligados a regresar a sus tierras o a adentrarse en grupos más radicales, por lo tanto los salafistas también ganan. Polarización de la sociedad, el primer paso de cualquier manipulación mediática.
Por ello, como en muchos otros asuntos de importancia, vemos cómo los gobiernos hacen más bien poco. Bolardos, campañas de vigilancia, etc., no pueden impedir ataques relámpago de guerrilleros de segunda o tercera generación. Son personas que llevan una vida prácticamente normal hasta que un día salen a la calle a matar y a morir. Esto no es predecible, ni evitable… Salvo, claro, que empecemos a poner sobre la mesa medidas cada vez más restrictivas y próximas a un modelo orwelliano. Para mí, ahí está la clave, el verdadero plan a largo plazo. Alimentar el miedo, difundirlo, aterrorizar a la gente con la muerte de inocentes; cuando el hartazgo sea insoportable, propondrán alguna idea, ley o sistema disparatado y la masa se arrojará en tromba para aplaudir.
Un saludo.
Hola Óscar. ¿Dónde queda el futuro? Desde luego la historia de la especie humana no deja de depararnos sorpresas y parece que todo lo aprendido a lo largo de la historia de la humanidad no nos ha servido de nada. En numerosas ocasiones la literatura y el cine nos han venido advirtiendo de ese futuro aterrador. Precisamente, a principios de Octubre, tendremos la 2ª. entrega de la legendaria Blade Runner que nos avisaba en un extraordinario ejercicio cinematográfico de ello. No lo se, pero como en otras tantas cosas -el problema catalán, por ejemplo-, y como tú también adviertes, cada vez me preocupa más la inusitada reacción de la gente. La facilidad con que se puede manipular al pueblo y mediante un sencillo jardín impedirle ver el bosque. Atentos.
Un saludo.