El ojo de pez nos abre y nos cierra el plano, antiquísimo recurso de los precursores del cine. Colocado a propósito por la directora para sorprender, para crear una extrañeza artística en el espectador a fuerza de mezclar estilos e imágenes anacrónicas, trasladando la ucronía de la literatura al cine, en un camino ya visto para una historia que, realmente, deambula entre el ridículo y la vergüenza ajena pero que sabe salir del embrollo sin caer en el arquetipo, pero rozándolo, sin que ello venga a suponer una grandeza de resultado, sino más bien superar una apuesta sin quemar las naves de regreso definitivamente, un quiero pero no puedo por falta de definición.
Donzelli, que ya tenía alguna película precedente no estrenada en España, llegó a nuestras carteleras con fuerza y con furia, Declaración de guerra, La guerre est declarée construía un sólido relato acerca de una pareja que se destruye cuando la enfermedad del hijo parece irreversible. Testimonio personal de la propia directora, y del actor principal, su expareja Jérémie Elkaïm, con quien, como buena pareja francesa civilizada, sigue colaborando y trabajando, el genio de la película redonda parece agotarse en sí misma, como si exorcizados los demonios familiares y personales, todo lo demás oscilara entre lo banal y lo innecesario, consiguiendo que sus películas siguientes, Main dans la main, Qué d,amour! y la que ahora nos trata, Marguerite et Julien hayan pasado desapercibidas, sumidas en un tono de mediocridad que invita a pensar que La guerre est declarée fue una casualidad a la que todo artista tiene derecho, en este caso a hacer una película sólida y perdurable, una sola.
Y Marguerite et Julien no es una película abominable, no es ni tan siquiera mala, pero ni mucho menos es buena. En la estela de anunciar lo que vamos a ver hacia el final de la película, Donzelli abre la historia con imágenes de lo que no corresponde en un relato lineal de la historia, argucia formal perfecta si tuviera sentido y lógica, porque si sólo es así al principio y el resto del metraje es cronológicamente exacto en la sucesión del tiempo, se transforma en un artificio formal innecesario, como el de ese ojo de pez ya comentado. Que veamos un helicóptero como primera imagen de un relato situado a caballo entre finales del s. XVI y XVII puede significar que la historia de los dos hermanos amantes se ha actualizado, cuando les vemos correr por el bosque para, en una transición inmediata ver a un niño y una niña haciendo lo mismo jugando, el sentido de las imágenes iniciales desaparece, o así me lo parece, la angustia del rostro y la imagen del helicóptero pasan a la risa y la excitación del juego.
Donzelli opta por transformar la historia real de los dos hermanos enamorados y ajusticiados en el año 1603 por adulterio e incesto en una especie de cuento que se va narrando durante una noche en el dormitorio de un internado de niñas con las diferentes versiones que han circulado a lo largo del tiempo en su consecuencia. Lo que parece que quiere ser una reivindicación del amor libre, de la fortaleza inquebrantable del amor por encima de todas las dificultades, de la influencia de la figura de Julien y Marguerite de Ravalet en las generaciones futuras enseñando un camino de libertad, rápidamente desaparece, no sea que epatemos demasiado al burgués que llevamos dentro.
Frente al tabú del incesto, del amor carnal entre hermanos, Donzelli no quiere ser reivindicativa ni proselitista, no busquemos a Bertolucci y su estilo verdadero. No tendría por qué, pero en el inicio del relato se apuntaba una dirección que luego no hay valor de seguir, como si la directora se hubiera dado cuenta de que transita terreno resbaladizo y es mejor no tomar partido, cayendo en la atonía de la historia de amor imposible, persecución, crimen y castigo. Así, una de las expectativas de la película, rápidamente ha de desecharse. No hay militancia, ni a favor ni en contra. Salvo en la representación de los personajes que rodean esa isla de libertad que son los hermanos y los padres de la pareja, que sin aceptar lo que sucede, sí llegan a comprenderlo. Esos secundarios se presentan intransigentes, intrínsecamente malvados y moralmente reprobables para que la contraposición con los espíritus puros, pero socialmente inadaptados de los hermanos, nos provoque solidaridad con el sufrimiento de los jóvenes amantes.
Donzelli debe ser consciente de que la historia es poco atractiva, muy vista y muy convencional, frente a un Romeo y Julieta sólo la relación fraterna de la pareja añade ese componente de morbo que no se quiere remarcar, no es una historia de pasión sino de amor que desemboca en pasión, luego el sexo es importante pero no es el centro de la atracción. Para hacer atractiva la historia opta por lo anacrónico, coches de caballos del siglo XIX, ropas alejadas en forma y estilo del s.XVII, automóviles de principios del s.XX, furgones policiales, tribunales prerrevolucionarios con micrófonos… una amalgama de tiempos y situaciones desparejadas con las que se querrá, puede ser, dar una imagen de eternidad al relato, pero sabemos que no, que hoy en día ni las consecuencias de los actos serían los mismos ni la reacción social sería parecida.
En las huídas y reencuentros Donzelli pretende crear el clima de desasosiego, buscar el clímax que se encuentra muy lejos de llegar a emocionar. Como eso no funciona hay que añadir elementos formales para enfatizar los sentimientos, la cámara lenta, para mi gusto sin sentido, la foto fija alrededor de la cuál la cámara se mueve como si los personajes fueran muñecos de cera o el tiempo hubiera quedado detenido hasta que se recobra el movimiento, recurso formal con el que algún director compone películas enteras con mucho sentido pero que aquí parece querer deslumbrar al espectador con formalidades técnicas que no aportan nada a la historia y lo único que consiguen es desviar la atención del fondo a la forma de manera tan ruidosa como ineficaz, haciendo tan visible la imagen que parece decir «oui, c’est moi la directrice», o el uso de temas musicales incompatibles con la acción, desde el barroco hasta el ritmo más pop o de chill-out de ascensor, música pop para imágenes pop, el cine de la Coppola matizado por la genética francesa para conseguir un resultado igualmente indiferente.
Como remate, ese final trascendente a lo Malick remedando el origen del universo vuelve a revelar el pastiche formal en el que se ha embarcado la directora, con un proyecto que en su momento abandonó el propio Truffaut quien llegó a decir que no le interesaba lo que ocurrió en el s. XVII y prefería centrarse en el XIX. La película se vende como una adaptación del guión que desechó Truffaut, me da lo mismo, si Truffaut alejó el texto de su obra hizo bien, quizás intuyó la irrelevancia de lo que se le proponía contar, o que de ese material no podía salir una historia inmortal sino una anécdota histórica. Al menos Truffaut demostró tener las ideas claras, para Donzelli el reto se pierde, precisamente, en la falta de claridad en la búsqueda de lo que se pretende, salvo si lo que se pretendía es, simplemente, mostrar la historia de los hermanos Ravalet. Poco bagaje, porque como reza el epitafio de su tumba, «aquí yacen hermano y hermana. Si usted pasa por aquí no pregunte porqué murieron, pase de largo y rece por sus almas». Quizás la directora debería haber hecho caso del epitafio antes de rodar la historia.
Ficha técnica