En las últimas semanas la expectación ante Bernie Sanders, el senador por Vermont y candidato en las primarias del Partido Demócrata, no ha dejado de aumentar. Hay cada vez más interés, particularmente entre la izquierda, que parece depositar las esperanzas en que un candidato que rompa con el continuismo del Partido Demócrata suponga un cambio en los Estados Unidos, siguiendo la estela de Jeremy Corbyn entre los Laboristas británicos.
La emoción viene, entre otras cosas, de que Sanders, que se describe como un socialista democrático, haya defendido a capa y espada varias propuestas inauditas en EEUU como el establecimiento de un sistema sanitario de cobertura universal (más allá del sistema de seguro obligatorio que ha implantado Obama) o el aumento del salario mínimo federal a 15 dólares la hora. Ideológicamente representa una corriente, lo que en Europa llamaríamos socialdemocracia, que en la política estadounidense no ha tenido un calado demasiado profundo por distintos motivos (a pesar de la presencia de partidos minoritarios como el Green Party o el Working Families Party, o fugaces como el Labor Party). Y sin embargo se trata de una socialdemocracia con cierta garra y sin reparos en agitar un lenguaje casi con conciencia de clase, señalando la tenaza de Wall Street sobre el mundo político estadounidense y como ésta redunda en la decadencia de la calidad de vida del trabajador medio americano. Un discurso más combativo que el de la versión aguada que hoy en día se intenta hacer pasar por socialdemocracia por el Sur de Europa, todo sea dicho, donde parece más preocupada de pactos y mimetismos con el social liberalismo hasta no quedar muy claro dónde empieza una y dónde acaba la otra.
En las primarias del Partido Demócrata, Sanders se enfrenta a Hillary Clinton, Primera Dama de la época de Bill Clinton, oponente de Barack Obama en las primarias demócratas de 2008 y Secretaria de Estado bajo su presidencia. Ni que decir que Hillary está firmemente atrincherada en el aparato del partido, con numerosas conexiones, donantes y apoyos. Sanders es por tanto lo que llaman en EEUU un insurgente: alguien que plantea un desafío al aparato del partido. Pero ¿están justificadas las esperanzas de muchos estadounidenses y no estadounidenses que observan el proceso de primarias desde fuera?
¿Qué son las primarias?
Lo primero que hay que hacer para dar respuesta a esto es entender en qué consiste el proceso de primarias del Partido Demócrata. Estados Unidos tiene un sistema político presidencialista, donde presentan los candidatos a presidentes del Gobierno de cada partido. Aunque en España, como en otros países con sistemas parlamentarios, los candidatos también se presentan como cabezas de lista de distintas circunscripciones, en las elecciones generales técnicamente no se decide sobre el presidente del Gobierno, como está quedando patente con todo el proceso de negociación que llevamos desde el 20D. Pues bien, antes de poder presentarse esos candidatos, cada partido debe designar al candidato en cuestión que le representará en esas elecciones. Para esto es para lo que sirven los procesos de primarias.
Estos procesos tienen distintos calendarios y normas según el partido que se trate y el estado donde se celebre, pero suelen durar meses. El Partido Demócrata celebra dos tipos de primarias según cada estado: los caucus y las primarias propiamente dichas. Las segundas son parecidas en procedimiento a unas elecciones: llegas a un colegio electoral y votas en secreto a uno de los candidatos que quieren presentarse a Presidente de los Estados Unidos por el Partido Demócrata. Cada estado decide qué residentes del estado pueden votar en las primarias: militantes del partido, militantes del partido o independientes (esto eso, no militantes de ningún otro partido) o cualquiera.
Los caucus demócratas, por el contrario, son un poco más parecidos a asambleas donde los asistentes (normalmente militantes del partido) se reúnen en habitaciones y se identifican como simpatizantes de un candidato u otro. Debaten entre ellos, se intentan convencer y en caso de cambiar de opinión, cruzan la habitación para situarse, físicamente, junto a los simpatizantes de otro candidato. Después de varias horas, cualquier grupo con menos de 15% de apoyo se elimina y sus simpatizantes pueden redistribuirse entre otros candidatos. El grupo con más apoyo al final del proceso gana los caucus. Teóricamente, los caucus suelen favorecer a los candidatos con simpatizantes más dedicados, al desarrollarse mediante debates “cara a cara” y que necesitan de mayor inversión de tiempo, a diferencia de unas primarias donde vas cuando puedes, votas y te vas.
Cada estado decide si celebra caucus o primarias, pero en cualquier caso, el resultado del proceso es elegir a un número de delegados. Estos vienen a ser los representantes del estado que transmiten la voluntad de los electores de quién debería ser el candidato del partido a la presidencia. Es decir, aunque en los caucus o primarias estés votando por tu candidato favorito, a quien eliges realmente es a los delegados que, cuando se celebre la Convención Nacional Demócrata, votarán al candidato en cuestión. De esta convención saldrá nominado de manera oficial el candidato a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Y digo de manera oficial porque el resultado puede conocerse con antelación: si antes de que acabe el proceso de primarias varios de los candidatos ven que no tienen muchas posibilidades y se van retirando, es posible que el ganador de todo el proceso se conozca con bastante anterioridad a la Convención Nacional Demócrata. El objetivo es, por tanto, obtener el mayor número de delegados en cada estado para alcanzar la mayoría establecida en 2.383. ¿Y cómo le está yendo a Sanders por ahora?
Sanders contra Goliat
Por ahora se han celebrado los caucus de Iowa y Nevada, donde ganó Clinton, y las primarias de New Hampshire, donde se impuso Sander. No todos otorgan los mismos delegados y además el reparto de los mismos es proporcional, así que por ahora ambos candidatos están empatados: tienen 51 cada uno. Se puede decir que a Sanders le está yendo bien, muy bien, sobre todo si se tiene en cuenta que es un candidato insurgente que se está enfrentando a Clinton, la candidata del aparato del partido. Además hay que tener en cuenta que en una carrera que se prolonga durante meses como es el proceso de primarias, los recursos económicos son vitales, y a Sanders le están lloviendo millones de dólares en donaciones de simpatizantes y particulares que se creen lo que defiende. Esto es en parte gracias a la habilidad con la que sus fieles, altamente motivados y dedicados a su mensaje, han manejado las redes sociales, haciendo proselitismo y extendiendo su mensaje.
Sanders puede haber roto también, si nos creemos las siempre peliagudas encuestas a pie de urna, varios de los augurios nefastos que se lanzaban contra su campaña, como que esta estaba apoyada únicamente por estudiantes de clase alta que hablaban de socialismo en un Starbucks, o que no resonaba entre votantes que no fueran blancos.
Es cierto que Sanders se llevó el voto joven tanto en New Hampshire como en Nevada. Pero si uno se fija en la encuesta que se hacía a los votantes de las primarias de New Hampshire, puede ver que Sanders ganó entre los votantes tanto con estudios universitarios como sin ellos, aunque más entre los segundos (67%). De hecho, en Nevada Sanders se imponía precisamente sólo entre aquellos sin estudios universitarios.
En New Hampshire Sanders captó el apoyo entre los votantes de todos los grupos de ingresos, mientras que en Nevada ocurrió a la inversa. Pero es interesante observar la gradiente que hay en el apoyo a Sanders según nivel de ingresos en New Hampshire: va reduciéndose a medida que aumenta. Para Clinton, el grupo con mayor nivel de ingresos incrementa su apoyo en 4 puntos respecto a los otros dos.
Si en New Hampshire no quedaba claro cómo se desenvolvería cada uno de los candidatos entre los votantes no blancos (es un estado con una población mayoritariamente blanca), en Nevada, un estado con una población hispana importante y un cierto porcentaje de afroamericanos (26% y 8% respectivamente) sí que se vieron algunos datos. Y éstos ponían en tela de juicio la idea de que Clinton tenía entre los hispanos un baluarte con el que detener al senador de Vermont, ya que allí, Sanders se llevó además el voto hispano, con un 54%. Entre los afroamericanos fue Clinton la que arrasó, con un 76% del voto.
Es además muy llamativo cómo Sanders se impuso aplastantemente ante Clinton en ambos estados respecto al voto de los que se identifican como independientes, es decir, aquellos que no se declaran votantes de un partido en concreto. Técnicamente en los caucus de Nevada sólo podían votar votantes registrados en el Partido Demócrata, pero podían registrarse ese mismo día y declarar que no se consideraban votantes de ninguno de los dos partidos.
Respecto a ideología, en New Hampshire resultó sorprendente que Sanders se llevara a los votantes que se consideraban moderados (con un 59%), pero en Nevada la encuesta mostró un resultado más acorde con las expectativas y Clinton se llevó a este grupo de calle (también con un 59%).
Por último, llama la atención que la inmensa mayoría de los votantes que consideran que la principal cualidad de un candidato debe ser el ser honesto y preocuparse por la gente votaran a Sanders, tanto en New Hampshire como en Nevada. A Clinton le apoyaron más los que se consideran la cualidad más importante poder ganar las elecciones presidenciales y el tener experiencia. Esto encajaría con la sensación de que la campaña de Sanders está impulsada por simpatizantes muy motivados y dedicados a la misma, que se creen de verdad lo que encarna el senador de Vermont.
Estos datos hay que tomarlos con cierto escepticismo ya que las encuestas a pie de urna no son perfectas y pueden tener problemas de muestreo. Por ejemplo, en 2004 se desató una controversia alrededor de una encuesta a pie de urna que le había dado a George Bush el 44% del voto hispano. En realidad la cosa se debía más a una cuestión de que la encuesta se había llevado a cabo en condados donde la población que se identificaba como hispana era también muy conservadora y había votado a Bush, pero los resultados se extrapolaron a nivel nacional y los asesores del entonces presidente estuvieron encantados de publicitar el dato («¡Bush consigue el voto hispano!» era el «Jeb tiene una mujer mexicana» de entonces).
Nadie dijo que fuera fácil
Pero aún sabiendo que tras New Hampshire y Nevada la cosa está reñida ¿tiene Sanders opciones de convertirse en el candidato del Partido Demócrata a la Casa Blanca? La cosa está difícil. No se trata únicamente del tema de si Clinton se hará mayoritariamente con el voto afroamericano: es cierto que Hillary parece explotar sus influencia y su experiencia política, metiéndose en el bolsillo el apoyo de la organización de los congresistas negros o asistiendo a eventos donde se presenta como cercana a la vida de estos votantes. Aún así Sanders ha puesto sobre la la mesa temas de justicia de clase que afectan directamente a la inmensa mayoría de afroamericanos, y no se ha mordido la lengua a la hora de hablar de brutalidad policial o la connivencia entre empresas y el sistema penitenciario. Esto le ha ganado el apoyo de figuras negras de entre la izquierda, como Cornel West o Adolph Reed Jr. o del mundo del espectáculo como Spike Lee, Killer Mike, Harry Bellafonte o Danny Glover. No está claro cómo se desarrollará esto, y además hay que tener en cuenta que, a pesar de la especial importancia que dan los estadounidenses a la raza como elemento identificador, no deja de ser una simplificación hablar del voto negro: como cualquier otro grupo, los afroamericanos se ven cruzados por diferencias entre grupos de edad, de valores, territoriales, etc.
El problema podría tener que ver más con el cortafuegos erigido por el propio aparato del partido: los superdelegados. ¿Recordáis el tema de que cada estado mandaba delegados a la Convención Nacional Demócrata, dependiendo del resultado de sus elecciones primarias o de sus caucus? Pues esos delegados no son los únicos que votan en la convención. Allí estarán presentes también estos superdelegados, cargos electos y otras figuras del aparato del Partido Demócrata que también tienen voto en la convención y pueden inclinar el resultado de la misma en una dirección u otra. Hay alrededor de 700 de estos superdelegados, incluyendo por ejemplo al propio Barack Obama. Y obviamente, al representar mayoritariamente a la élite del partido, tenderán a desconfiar de alguien que pretenda dar un golpe de timón al mismo, como parece que intenta Sanders. Es por eso que un recuento oficial sitúa el apoyo de los superdelegados que se han pronunciado por ahora en 439 a favor de Clinton, y sólo 16 a favor de Sanders.
Como todo cambio, Sanders y sus simpatizantes se van a encontrar con una batalla difícil. Injusta, de hecho. Aunque no se trata de un desafío imposible, sí que se trata de algo muy difícil: no sería jugar contra alguien con las cartas marcadas, pero sí parecido a un combate de boxeo en el que te han atado una mano a la espalda y además no sabes dar muy buenos ganchos. A Sanders y quienes le apoyan no les queda otra que luchar contracorriente, y encarar por lo pronto tanto las primarias de Carolina del Sur este sábado, donde Clinton espera obtener una victoria fácil, como el Supermartes el 1 de marzo, en el que votan varios estados y que puede ser decisivo. A nivel de apoyo, lo que han conseguido hasta ahora es impresionante, pasar de estar a una distancia de Clinton de más de 50 puntos en las encuestas de febrero del año pasado, a estar pisándole los talones a menos de 7 puntos. Veremos cómo empieza marzo Sanders y si aún hay posibilidades de que millones de trabajadores estadounidenses puedan ver algunos de sus derechos básicos garantizados.
Difícil que en un país como EE.UU. un exponente de la socialdemocracia clásica «a la europea» y ahora que está tan denostada en el viejo continente, llegara a la Casa Blanca. Tan difícil como que un afroamericano lo consiguiera y ahi tenemos a Obama o que una mujer pueda hacerlo y ahí tenemos a la Sra. Clinton.
Pero sí que significaría un golpe de timón de proporciones extraordinarias en un mundo desnortado por el ímpetu del neoliberalismo.
[…] el otro día comentaba la difícil carrera de fondo que se le presentaba por delante a Sanders en las primarias […]