«Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo»
George Santayana (1863-1952) Filósofo, poeta y novelista español.
A la nación española las propuestas conservadoras le han marcado con sensible insistencia su devenir a lo largo de los dos últimos siglos.
Desde que fuera erradicada la constitución liberal de 1812 por el implacable absolutismo de Fernando VII, aupado por una multitud en Madrid en un episodio tan surrealista como el de «Vivan las cadenas», todo intento por alumbrar la democracia en España ha sido liquidado de forma violenta por la fuerza de las armas y en parte con el beneplácito del pueblo.
El 20 de noviembre de este recién estrenado 2025 se cumplirán 50 años de la muerte del general Franco, tras casi cuatro décadas de una dictadura que se estudia en todo nuestro entorno como la más cruel y sanguinaria del occidente europeo desde la II Guerra Mundial, mientras en España es un episodio por el que se pasa de puntillas en todo el medio educativo y si es que se hace.
Encontrar explicación a este blanqueamiento continuo de uno de los momentos más tenebrosos de nuestra historia resulta difícil ante las desapariciones forzosas de decenas de miles de personas, asesinadas con absoluta impunidad y en el mejor de los casos condenadas mediante juicios sumarísimos desde la finalización de la Guerra Civil y que no cesaron hasta algunos años más tarde de la muerte del general tras la aprobación de la actual Constitución. Buena parte de ellas por defender derechos tan legítimos como la libertad y la democracia.
Tras la muerte de Francisco Franco y su enardecido homenaje popular, un nuevo partido político formado por ex ministros de la dictadura acabaría fraguándose como una de las fuerzas políticas más destacadas de nuestro tiempo. Mientras, el rumbo de la economía lo siguieron marcando los aristócratas y en general todos aquellos que gozaron del beneplácito del régimen; el ejército siguió manteniendo durante muchos años después sus enormes privilegios tanto como su particular visión de salvaguarda del «espíritu nacional», a la vez que las principales instituciones de la iglesia católica han seguido ejerciendo su influencia reaccionaria a través de sus poderosos medios.
Todo ese conjunto de fuerzas en extremo conservadoras ha hecho posible que todavía 50 años después de la muerte del general, España no haya sido capaz de enfrentar el tiempo libre de sus ataduras del pasado. Siempre con la amenaza de reabrir presuntas heridas que sólo caben en la mente de aquellas personas que siguen siendo incapaces de asumir en toda su plenitud la democracia.
A pesar de todo la democracia se acabaría abriendo paso en nuestro país avanzados ya los años 80 pero, para colmo de sus desdichas, a la vez que la versión más fundamentalista del capitalismo lo hacía del mismo modo en todo su entorno.
Cuatro décadas más tarde y a base de ahondar cada vez más en la ortodoxia capitalista la mayor parte del hemisferio occidental se mantiene en vilo ante una nueva involución democrática que está a punto de poner fin a lo que queda de ese estado del bienestar que se prodigara tras la IIGM hasta las últimas décadas del siglo pasado.
Encabezábamos un apartado de nuestro anterior artículo, en relación a la gravísima problemática de la vivienda que está sacudiendo a toda Europa, con una frase que está causando furor en todo lo que hasta ahora se conocía por mundo desarrollado y con la que el ínclito Javier Milei levanta pasiones: «La justicia social es una aberración y los impuestos son un robo».
Una manifestación muy propia de un régimen como el franquista donde el caciquismo representaba la punta de la pirámide social, haciéndose valer mediante un modelo laboral intensivo de salarios bajos –que al día de hoy se mantiene impertérrito-, y la sensible carencia de unos apropiados servicios públicos al albor de un modelo fiscal altamente regresivo.
Una manera de entender la sociedad que como vemos nos devuelve a épocas pasadas pero que en España no quedan tan lejos. Que nunca ha dejado de acechar todos los estratos sociales y que ha supuesto un freno permanente para la democracia en este país colando una y otra vez palos en las ruedas a cualquier atisbo de progresismo político, económico y social.
La sombra del franquismo se ha hecho siempre alargada en exceso pero jamás hubiéramos imaginado que 50 años después de la muerte del dictador su presencia pudiera sentirse de nuevo tan cerca a costa de una marea negacionista que incluso pone en valor sus modos y maneras.
Lo peor, que es algo que no está ocurriendo solo en España sino que en buena parte del mundo la rueda del tiempo parece haber dado marcha atrás hasta los momentos más dramáticos y oscuros de nuestro pasado reciente.
Resulta indudable que conocer los acontecimientos pasados nos ayuda a entender el presente e incluso escudriñar el futuro. Por eso no es menos cierto que deberíamos preocuparnos no solo por el ascenso de formaciones políticas que ponen en riesgo la democracia sino el motivo de ello.
O lo que es lo mismo, la realidad es que las democracias liberales llevan mucho tiempo fallando, especialmente tras las crisis económicas de 2008, fomentando la desigualdad, la inseguridad económica, los privilegios de las élites y haciendo planear un futuro cada vez más sombrío para nuestros descendientes y de ahí, a tenor de numerosas encuestas, que sean estos últimos los que empiecen a abrazar cada vez más posturas autoritarias ante el fracaso del modelo actual.
Por último, el escritor italiano Siegmund Ginzberg, autor de Síndrome 1933 (Ed. Gatopardo, 2024), sobre las presuntas analogías del tiempo actual con lo acaecido hace 100 años, lamenta en una entrevista en eldiario.es el pasado domingo, la normalización de este fenómeno en la que parecen haber caído los medios recordando que en 1938 la revista TIME otorgó a Adolfo Hitler el título de personalidad del año del mismo modo que lo ha hecho ahora en 2024 con Donald Trump: «Aquello les pareció normal, pero entonces Hitler ya estaba planeando lo peor y su antisemitismo era bastante terrible». Cambien ustedes judíos por migrantes y tendrán lo mismo.
Y lo que vino después es de sobra conocido.