Lo primero que cabría preguntarse tras la pírrica victoria del PP el pasado domingo que, a priori, no le permite gobernar frente al bloque progresista para los próximos 4 años de legislatura, es la fiabilidad de las empresas demoscópicas.
En especial la de los medios conservadores que daban por segura una victoria del bloque de la derecha, el descalabro del partido socialista y con ello el fin de la era Sánchez.
Al final ha sido el CIS con un tipo tan desacreditado como Tezanos a la cabeza que en esta ocasión podría decirse que ha clavado el resultado.
Quizá sea el momento, ante semejante vilipendio -de cómo utilizar las encuestas con la intención de manipular al electorado-, para redactar una legislación que exija la debida transparencia y rigurosidad a las mismas.
Dicho esto, el problema del PP no ha sido sólo no lograr el objetivo deseado sino que la diferencia de votos con su rival ha sido tan estrecha que de no ser por los efectos del modelo electoral español el resultado en escaños aún hubiera sido peor para el mismo.
Sin duda y aunque nuestros próceres sigan sin considerarnos adultos la semana previa a los procesos electorales, a falta de las susodichas encuestas y una absurda víspera de reflexión, parece más que evidente que la constatación de la multitud de falacias y mentiras vertidas por el candidato popular durante la campaña, su ausencia en el debate de RTVE donde se le proponía confrontar propuestas con Pedro Sánchez, Santiago Abascal y Yolanda Díaz, además de las derivadas de sus numerosos pactos con Vox en Ayuntamientos y CC.AA. en forma de censura y alardes negacionistas entre otras controvertidas actitudes, han provocado la movilización de esa parte del electorado progresista que, unos por exquisitos y otros por desilusión o simplemente desidia, no se habían planteado acudir a los colegios electorales.
En este primer análisis a bote pronto de lo sucedido el 23J podemos sacar estas otras conclusiones:
Primero: Pedro Sánchez y su gobierno han resistido los embates de una oposición altamente reaccionaria desde el momento mismo que se constituyera en 2019. Ni siquiera la mayor crisis sanitaria de nuestro tiempo, la posterior vorágine especulativa desatada tras la misma y una guerra cuyas consecuencias está padeciendo todo el continente han sido motivo suficiente para que la oposición conservadora no solo no haya dejado de ponerle palos a las ruedas durante toda la legislatura sino que ha mantenido un ataque furibundo contra todas y cada una de las medidas adoptadas por el mismo. Y en este proceso electoral Sánchez lo ha vuelto a conseguir otra vez ante la sorpresa de propios y extraños.
Segundo: Núñez Feijóo, a la vista de los números, no ha conseguido pescar más allá de los despojos de Ciudadanos –su ala más nacionalista- y de lo que haya podido recuperar de Vox, lo que sumado a su manera de entender la campaña embarrando a cada momento la misma y con tan pretendido aire de superioridad, ha venido a desmontar esa imagen de moderación que aparentemente le precedía alejando a la parte más indecisa del electorado centrista del tablero político español.
Tercero: Probablemente mucho de los que votaron a Vox no se dieron cuenta de lo que estaban haciendo hasta que ha alcanzado una buena cuota de poder en Ayuntamientos y CC.AA. y se ha visto de lo que son capaces de hacer. En realidad no han engañado a nadie y así lo ha manifestado claramente Abascal en su comparecencia tras su fracaso del domingo pero que, conviene recordar, a pesar de todo ha tenido más de 3 millones de votos, el 12.4 % del electorado.
Cuarto: Convenir una coalición de 15 partidos en apenas una semana, alguno de ellos a regañadientes, conformar listas electorales –con todo lo que ello conlleva-, a la carrera y en una parcela del tablero político donde la exquisitez y los egos han representado siempre un hándicap, nos lleva a afirmar que el resultado de Sumar ha sido más que aceptable aunque se haya dejado escaños por el camino lo que, a buen seguro, no le va a impedir entrar en el gobierno, si es que este logra constituirse.
Para colmo la llamada al «voto útil» del PSOE para pescar en ese caladero y en virtud del modelo electoral español también ha restado sin duda mayor protagonismo a la formación que lidera Yolanda Díaz.
Quinto: Los partidos independentistas tienen una vez más la llave de la gobernabilidad del país. Esquerra ha perdido la mitad de su electorado y Junts 137 mil votos, aunque solo ha perdido un escaño. Habrá que ver hasta dónde están dispuestos a estirar la manta pero deberán ser conscientes que asumir el riesgo de una nueva repetición electoral puede salir bien o puede salir mal. Y aunque, en el caso de Junts, pueda parecer que alimentando el conflicto en caso de un gobierno conservador en Madrid les haga ir mejor electoralmente tendrá que ser consciente que ello perjudica mucho más al conjunto del pueblo catalán.
No en vano y sobre todo ahora que tanto Esquerra como Junts se han visto ampliamente superados en su conjunto por el PSC y Sumar. O lo que es lo mismo, la opción independentista ha resultado sensiblemente damnificada en este proceso electoral.
En cuanto a EH Bildu, ya quedó claro Oskar Matute en el debate a tres que se encuentra en las antípodas de los posicionamientos al respecto de Junts en cuanto acuerdos electorales se trata, pero nada en política sale gratis como no lo ha salido nunca y habrá que seguir negociando caso a caso.
Sexto: Que el bloque progresista no lo es tanto como en la legislatura anterior y eso exigirá del gobierno una amplia tarea de negociación con PNV y Junts –más allá de la cuestión independentista-, para seguir avanzando en cuestiones laborales, sociales y una fiscalidad realmente progresiva en beneficio del conjunto de la ciudadanía.
El PNV, el único partido demócrata cristiano del ámbito electoral español siempre ha resultado más condescendiente a la hora de negociar con Madrid, se tratara de un gobierno de derechas o de izquierdas. Pero Junts es un partido de corte liberal que no le pondrá las cosas nada fáciles a un gobierno de corte progresista.
Séptimo: Que las más altas instancias de la Unión Europea estaban pendientes de un hilo –todavía lo siguen estando pero algo menos-, por el resultado de las elecciones en España, ante lo que se creía iba a ser un nuevo éxito para esa ola reaccionaria que está asolando Europa, alcanzando cada vez mayores cuotas de poder y poniendo en peligro un proyecto europeo basado en la concordia entre los pueblos frente al carácter ultra nacionalista que proyecta la misma.
Además cuestiona las virtudes de un ya de por sí debilitado modelo del estado del bienestar dejando de lado la voracidad de cuatro décadas de neoliberalismo y pone en riesgo la misma supervivencia de la civilización negando un cambio climático y una crisis medioambiental cada vez más evidentes.
Tanto es así que la prensa extranjera a través de diarios tan influyentes como The Guardian, Financial Times, Político, Liberation, La Repubblica e incluso The New York Times, que por primera vez ha hecho un seguimiento exhaustivo de la convocatoria, destacan que aún con un gobierno sin concretar el pueblo español ha conseguido alejar, al menos por el momento, a la extrema derecha de formar parte del mismo.
Por último, decir que quien ha ganado este 23J ha sido realmente la democracia. Que España no es un feudo de ese bipartidismo que agitan unos y otros en aras de que nada cambie y todo siga igual. Que España no es un país en blanco y negro, que es mucho más que eso fruto de la pluralidad de las gentes que conviven en la misma.
Que, casi siempre, la falacia y las mentiras tienen las patas muy cortas. Que a ver si algunos políticos y tertulianos se enteran de una vez que España es una democracia parlamentaria, donde los ciudadanos y ciudadanas eligen a unos congresistas que decidirán quién será la persona que forme el gobierno de la nación. Y que no están las cosas para andar jugando a elecciones otro día.
Suerte.