«Tras un presunto atentado yihadista contra su presidente, queda instaurada en Estados Unidos una dictadura de carácter teocrático basada en los más estrictos valores puritanos. Desde ese momento, el país pasa a llamarse República de Gilead y la mayor parte de los valores modernos occidentales quedan desterrados».
Esta, ni más ni menos, es la sinopsis de «El cuento de la criada», la célebre novela de la canadiense Margaret Atwood que ha sido adaptada en numerosas ocasiones para el teatro y llevada a la televisión con una serie largamente galardonada.
Sin embargo El cuento de la criada junto a otras obras tan conocidas como Matar a un ruiseñor, Las aventuras de Huckleberry Finn, Un mundo feliz, El guardián entre el centeno o El color púrpura entre varios millares más han sido prohibidas en algunos estados gobernados por los conservadores norteamericanos en estos últimos años.
En España, sin ir más lejos, desde que Vox ha entrado en gobiernos municipales y autonómicos se han prohibido numerosas representaciones culturales en diferentes localidades. Incluso todo un clásico como el Romeo y Julieta de Shakespeare ha sido vetado.
Una derivada más de un modelo neoliberal que ha traspasado sus pretensiones mucho más más allá del ámbito de la economía, desde que es referencia de la misma en todo el mundo desarrollado hace más de 40 años y después de que el anterior modelo capitalista se tambaleara a costa de las crisis petroleras de los años 70 del siglo pasado.
«De aquellos polvos estos lodos»; tan despiadado y depravado modelo económico es el origen de todas las crisis económicas, financieras, inmobiliarias, inflacionarias, energéticas, migratorias y un sinfín de etcéteras que llevan sacudiendo a toda la humanidad desde que arrancara el presente siglo.
El haber priorizado desde entonces y por encima de todo el individualismo ha creado una visión cortoplacista del arquetipo social tras quedar este sometido al libre albedrio del mercado. Lo que, sin un control efectivo de las administraciones públicas teóricas salvaguardas del bien común, ha acabado poniendo en un atolladero todas las estructuras del estado benefactor tal como se concibió tras la debacle de la II Guerra Mundial.
Un erróneo concepto de globalización planteado en pos del intrínseco favor de unas élites extractivitas ni ha producido el beneficio previsto en los países de origen, ni el desarrollo conjunto de la sociedad de naciones, ni el de los diferentes estratos sociales en los países destinatarios.
Por el contrario, en estos últimos, la tendencia desde las crisis económicas que arrancaron en 2007 es un aumento de los desequilibrios y una pronunciada decadencia de las clases medias que fueron el paradigma del progreso occidental durante la segunda mitad del siglo pasado.
David Harvey, catedrático de antropología de la Universidad de Nueva York y uno de los veinte académicos más citados en humanidades, señaló en su día al neoliberalismo como «un proyecto de clase diseñado para imponer un determinado sistema de clases en la sociedad a través del liberalismo».
Por su parte el profesor y economista norteamericano Joseph Stiglitz, profusamente laureado por su trayectoria laboral y doctoral, el economista más nombrado durante la crisis de 2008, crítico con instituciones como el FMI y el propio Banco Mundial donde ejerció como economista jefe entre 1997 y 2000, ha acuñado la expresión «Fundamentalistas del libre mercado» para aquellos otros economistas ensimismados con un modelo neoliberal del que ha dicho:
«Las teorías que desarrollamos explican por qué los mercados sin trabas, a menudo, no sólo no alcanzan la justicia social, sino que ni siquiera producen resultados eficientes. Por determinados intereses aún no ha habido un desafío intelectual a la refutación de la mano invisible de Adam Smith: la mano invisible no guía ni a los individuos ni a las empresas -que buscan su propio interés- hacia la eficiencia económica».
El escenario internacional
En Argentina, Javier Milei empuñando voz en grito una motosierra en sus mítines y tras prometer la desaparición de servicios públicos tan básicos como la sanidad y la educación ha logrado la presidencia de ese inmenso país con el refrendo popular.
Hace sólo unas semanas en Roma una multitud brazo en alto haciendo el saludo fascista se ha concentrado frente a la sede del antiguo MSI, heredero del Partido Fascista de Mussolini que refundara la actual primera ministra Giorgia Meloni junto a otros copartícipes en los actuales Hermanos de Italia.
En Alemania, la AfD (Alternativa por Alemania), el partido de extrema derecha alemán, a decir de las encuestas puede pasar del 10 % de votos en las últimas elecciones federales al 25 % e incluso al 30 % en algunos landers, lo que podría convertirle en el primer partido del país más poderoso de Europa con la renovación del Bundestag en 2025.
Ni siquiera parece haber causado mella entre sus presuntos electores la reunión mantenida hace unos meses entre representantes de la AfD, empresarios y dirigentes neonazis donde adquirieron el compromiso, en el caso de lograr el gobierno federal, además de la prometida deportación masiva de inmigrantes ilegales, incluir entre los mismos a todas aquellas personas alemanas, en origen de familias migrantes, que no se consideren «asimilables» por la sociedad germana. ¿Les suena a algo?
A la vista del gráfico son muy pocos los países europeos donde no se han hecho notar con fuerza estos nuevos grupos reaccionarios y menos aún aquellos donde los tradicionales partidos liberales y conservadores siguen oponiéndose a cualquier acuerdo con dichas formaciones por su carácter ultra nacionalista y anti europeísta entre otras debilidades. Irlanda, Alemania, Polonia -ahora tras la victoria de Donald Tusk en las últimas elecciones-, y poco más.
Así que este 2024 con elecciones para casi la mitad de la población mundial, donde se prevé un nuevo ascenso de la extrema derecha y, muy especialmente, con unas elecciones europeas de por medio y las presidenciales de noviembre en EE.UU. con un Trump desatado, vertiendo amenazas contra todo aquel que se le oponga si logra llegar de nuevo a la Casa Blanca, se augura un futuro harto pesimista y con la amenaza de una involución democrática en todo occidente cuyas repercusiones es difícil adivinar hacia dónde puede llevar nuestro actual modelo de sociedad.
Como quiera de su enorme potencial, sus altavoces mediáticos justifican dichos movimientos a través de las redes sociales en respuesta a una supuesta conspiración internacional que instigada por el Partido Demócrata estadounidense, el Papa Francisco y varios multimillonarios, horda de origen musulmán mediante, pretenden la destrucción de la civilización occidental.
Lo cierto que aunque puedan sonar disparatados argumentos como este, a base de otras medias mentiras y medias verdades en grandes medios de comunicación bajo su control y las desastrosas secuelas de las sucesivas crisis de los últimos años, la ortodoxia más conservadora está un paso de convertirse en la fuerza dominadora de la escena internacional.
La primera prueba de fuego de envergadura con la que nos toparemos este año son las elecciones europeas que se celebrarán a primeros de junio y donde todo apunta que los grupos ultra conservadores van a tener un sensible aumento en cuanto a número de europarlamentarios.
Que, incluso, podrían formar mayoría en la Eurocámara junto al Partido Popular Europeo (PPE), donde por contra a como ocurría con Ursula von der Leyen, el actual presidente del grupo parlamentario Manfred Weber simpatiza abiertamente con estos.
Tampoco parece que haya surtido mucho efecto ese «cinturón sanitario» al que, como decíamos antes, mantienen sometidos en algunos países a estos grupos la derecha tradicional. El caso más flagrante, además del de Von der Leyen es el de su partido, la CDU alemana, en el que fue la mismísima Ángela Merkel la que entregó un lander a sus rivales socialdemócratas para impedir un pacto de gobierno del responsable de su partido con la AfD.
Pero eso no ha impedido el ascenso de la AfD en Alemania, cosechando sucesivos éxitos electorales y, de hecho, se espera que mantenga la misma línea en próximos comicios.
Desde el punto de vista de numerosos politólogos, incluso desde tribunas abiertamente liberales como The Economist o Financial Times, se considera un grave error por parte de los tradicionales partidos liberales haber hecho suyo el discurso nacional populista, anti inmigratorio y ultra liberal de estos otros partidos en aras de recuperar electorado, por cuanto ello conduce al alza tales doctrinas y acaba yendo en detrimento de un buen número de los avances sociales logrados a lo largo de muchas décadas.
PP vs Vox
En el caso de España, el propio portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, afirmaba hace unas semanas en una entrevista que el principal objetivo de su partido la presente legislatura era «absorber el espacio político de Vox».
Es cierto que desde el retorno de la democracia al país los populares han jugado esa doble carta, de manera excepcional en Europa, ocupando en solitario todo el espacio de la derecha política en un intento de avanzar hacia el centro pero haciendo concesiones de cuando en cuando a la parte más reaccionaria del electorado.
Sin embargo ese camino se le ha ido haciendo cada vez más empinado conforme los modos neoliberales iban calando profundamente en todos los aspectos económicos y sociales y peor aun cuando el discurso nacional populista comenzaba a marcar el paso en Europa.
Con la llegada y consolidación de Vox, sus numerosos pactos y acuerdos de gobierno con el mismo en CC.AA. y Ayuntamientos en una arriesgada estrategia, va a resultar todavía más difícil que pueda retomar, al menos en el corto plazo y en aras a esa competencia por el espacio político, otro camino diferente.
Y si es que realmente quiere hacerlo a tenor del protagonismo que han adquirido en el partido personajes como Díaz Ayuso, el propio Tellado o Cayetana Álvarez de Toledo además de un Núñez Feijóo desconocido tras haber abandonado el carácter presuntamente moderado que le caracterizaba.
El problema de copiar el discurso de Vox, como ocurre en la mayor parte de Europa con partidos de ese mismo entorno, implica que estos todavía se escoren más hacia los límites de la democracia con formas y maneras cada vez más abruptas y la derecha en su conjunto acabe adentrándose en una espiral que se sabe cómo empieza pero nunca cómo termina.
Sobre todo cuando su electorado tradicional quede igualmente absorto por la estrategia y el nuevo discurso de sus partidos de siempre.
Incluso, llegando hacerlo difícil de controlar como hemos visto en las inusitadas manifestaciones hace unos meses a las puertas de algunas sedes del PSOE, especialmente en Madrid, espoleadas por una temeraria oratoria y con el resultado de decenas de policías y manifestantes heridos en los enfrentamientos tras la participación, de paso, de los habituales grupos de mamporreros ligados en buena parte a los clubes de fútbol de la capital.
Pero, en cualquier caso, ello plantea un final incierto en el caso de adelantarse las elecciones generales o una vez agotada la legislatura.
Por el momento, el PP, en su deriva a la búsqueda del votante de Vox, sigue empeñado en seguir su estela y si este ya hace tiempo que viene pidiendo la ilegalización de todos los partidos nacionalistas -excepto el suyo, claro está-, con el voto hasta ahora en contra de los populares, estos aprovechando su recurso a la polémica ley de amnistía han venido a pedir de manera más o menos velada lo mismo incluyendo, además, una nueva figura delictiva que bajo el título de «Deslealtad Constitucional», puede servir de cajón de sastre para cualquier cosa que a un juez se le ocurra.
Por fortuna nada de ello ha prosperado en el Congreso, pero de llevarse en algún momento adelante, representa toda una Caja de Pandora que sumar a otras tantas que se están poniendo en marcha en buena parte de países de nuestro entorno donde la extrema derecha ha tocado poder o se siente imprescindible para el gobierno que se trate.
Incluso, lo que hubiera parecido inimaginable en otro tiempo, el PP, tras unos primeros titubeos y las efusivas declaraciones de Vox al respecto, ha decidido también posicionarse favorablemente en la estela de un tipo como el argentino Milei casi al grito de ¡Viva la libertad, carajo!
Del mismo modo que las contradicciones del PSOE en la cuestión de la amnistía negando tal posibilidad de manera rotunda antes de las elecciones generales, para asumir tal necesidad tras el resultado electoral, los devaneos del PP en la misma línea aun con diferentes aforismos como ha hecho en muchas ocasiones cuando ha pasado de la oposición al gobierno, lanzando ahora un claro órdago a PNV y Junts a futuro, acaban provocando mayor desafección a la política y a los políticos que son aprovechadas por partidos como Vox desde la periferia de la democracia.
-Continuará-