«Hace 85 años mataron a García Lorca al grito de maricón. Hoy, 85 años más tarde se sigue asesinando con el mismo grito».
Blanca Portillo, actriz, directora y productora de teatro española (1963- )
Con estos mimbres resulta tarea difícil ser optimista cara al año que va a empezar. Por cierto que este año 2022 es en el que se desarrolla la acción de la legendaria película de Richard Fleischer «Cuando el destino nos alcance» ¿se acuerdan? Aquel aterrador y superpoblado Nueva York donde la mayoría de sus moradores viven en condiciones miserables y en el que las élites desarrollan un alimento sintético, el soylent green, del que un Charlton Heston metido a policía acabará descubriendo su terrorífica procedencia.
Por mucho que negacionistas, anti vacunas y aduladores de demenciales teorías conspiradoras hagan su agosto en las redes sociales, la cosa todavía no ha llegado tan lejos. Pero no es menos cierto que, de no mediar remedio, las evidencias del cambio climático son tales que solo en unas décadas las condiciones de vida para miles de millones de personas en el planeta serán insoportables y su enorme cantidad de derivadas acabará poniendo en riesgo la supervivencia de toda la raza humana.
A renglón de esto y de las palabras de Blanca Portillo, la irrupción y consolidación de numerosas formaciones populistas de extrema derecha en todo eso que llamamos mundo desarrollado y que lejos de ponerle coto algunos de los tradicionales partidos conservadores justifican frente a una extrema izquierda prácticamente extinta en las instituciones desde hace décadas en occidente, están poniendo aún más en trance el futuro inmediato al situarse en los mismísimos límites de los derechos humanos, la libertad y la democracia.
Valga decir como estos grupos manosean de forma indecente el concepto de libertad mientras hostigan sin miramiento a migrantes, homosexuales, periodistas, detractores y un sinfín de etcéteras vulnerando los principios más básicos de la democracia y recordando en algún caso las formas y maneras que dieron lugar a los trágicos sucesos acaecidos en la primera mitad del pasado SXX.
Incluso, después de negarlo repetidamente, modelan su discurso sin el menor recato y ante las certezas del cambio climático promueven ahora lo que denominan «ecologismo nacional o patriótico», haciendo culpables a los inmigrantes de la crisis medioambiental en el colmo del dislate y en una auténtica apología de la xenofobia.
En lo que se refiere al resto de figurantes en la escena política ni siquiera la actual pandemia, a pesar de sus gigantescas y trágicas dimensiones asolando todo el planeta, parece servir de escarmiento suficiente y salvo escuetos gestos como los fondos para la recuperación económica y social de la UE, vendidos a bombo y platillos después de un escenario anterior tan marcado por la nefasta gestión de la crisis económica de 2008 y algunos rasgos de la administración Biden, parecen poner mesura en un marco internacional donde la soberbia, la avaricia y la codicia vienen marcando el devenir de la civilización actual.
El escenario
En un mundo tan interactivo como el que ha traído consigo la globalización, aunque no haya servido para reducir los desequilibrios, es imposible abstraerse de la escena internacional para poder interpretar el presente y el futuro más inmediato.
En el aspecto material quizá debamos asumir ciertas dosis de optimismo porque resultaría insoportable, especialmente para la economía a pie de calle después de una larga crisis inacabada y dos años de pandemia, otro año más a la baja. Aunque no es menos cierto que las cosas no van a resultar nada fáciles.
La desatada guerra comercial entre China y los EE.UU., con la UE como mera espectadora de por medio por su lentitud y desavenencias habituales entre socios, va a seguir pasando factura tanto por el aumento de los precios consecuencia del natural proceso de oferta y demanda, la focalización de la mayor parte de los medios de producción en el extremo oriente y los cuellos de botella propios tras una reciente y prolongada inactividad.
La crisis energética en Europa, fruto de los desplantes del Kremlin y unas indecentes normativas europeas amparadas en un modelo neoliberal que permite a las grandes compañías eléctricas el uso y abuso de las tarifas, más especialmente en países como España acostumbradas estas a hacer de su capa un sayo, va a seguir dificultando el desarrollo económico.
Una inflación acelerada tanto en Europa como EE.UU. consecuencia de estos mismos procesos que afortunadamente y al menos por el momento no deviene en un aumento del desempleo lo que daría lugar a la tan temida estanflación, aun advirtiendo que no se prodigará en exceso en el tiempo, qué duda cabe que lastrará en parte la tan ansiada recuperación.
El devenir de la pandemia sigue en manos de las farmacéuticas y las autoridades, presas de su ortodoxia, incapaces de asumir que mientras la vacunación no alcance todos los rincones del mundo la humanidad estará expuesta a la proliferación de nuevas cepas que, como advierten todas las instituciones científicas, podrían dar lugar a variantes a las que ni siquiera las actuales vacunas podrían poner freno.
En definitiva cuestiones inequívocas que harán que tengamos que mantenernos en alerta mientras no se manejen las respuestas adecuadas. Eso, sin olvidar los sucesos climatológicos que, resultado de las consabidas alteraciones en el clima, puedan traer consecuencias catastróficas allá donde tengan lugar.
El gobierno y el patio nacional
España permanecerá del mismo modo que todo su entorno a expensas del devenir de ese mismo escenario internacional del que forma parte de manera ineludible y por tanto se verá afectada en menor o mayor parte.
Más aun cuando la riqueza de nuestro país se basa fundamentalmente en el turismo foráneo que estará sujeto a los vaivenes del mismo.
Razón de más para que el gobierno y sus aliados, vista la imposibilidad de contar con una oposición enredada en otras cosas, promuevan nuevas alternativas de desarrollo y, sin desmerecer los rendimientos del turismo, en lo que le toca, encontrar las fórmulas necesarias para atraer a un turista de calidad más allá del habitual de sol, playa y borrachera que parece ser soberano en nuestro país.
Entre otros muchos y como hemos reiterado en numerosas ocasiones España tiene un problema básico de productividad fruto de un modelo laboral de salarios bajos, precariedad y temporalidad que tanto le caracteriza. Los responsables públicos deben seguir profundizando en solventar una cuestión que lastra la economía y el desarrollo de este país desde la profundidad de los tiempos.
El reciente acuerdo entre los agentes sociales y el gobierno para reformar parte de los contenidos de las normas laborales va en ese sentido, pero en cuanto los indicadores así lo permitan deberá seguir avanzándose haciendo especial hincapié en la estabilidad laboral y la mejora de los salarios.
La pandemia ha evidenciado y lo sigue haciendo día tras día de manera reincidente las enormes deficiencias en los servicios públicos. No solo en el ámbito sanitario sino en infinidad de servicios maltratados por un modelo neoliberal que a juicio de algunos puede que esté dando sus últimos coletazos pero en países como España que quedaron rezagados del desarrollo social tras la II Guerra Mundial ha adquirido mayor arraigo.
En general todos los aspectos de nuestra sociedad –servicios, pensiones, recaudación, etc.-, permanecen sujetos a una disposición del mercado laboral, sobre todo en materia de salarios, de la que ha carecido históricamente España.
Además de una sensible mejora de los servicios públicos en general tan damnificados siempre y una consolidación fiscal que ajuste de una vez por todas los enormes desequilibrios en la materia existentes en España. Un país donde se favorece de manera explícita a las rentas altas para acabar recayendo todo el esfuerzo fiscal en el resto.
Es obvio que «Roma no se hizo en un día» pero aunque el gobierno ha ido enfilando el rumbo en la forma debida a pesar de las enormes dificultades que se ha ido encontrando por el camino no puede ni debe bajar la guardia este año que, si las cosas van a mejor, puede servir de impulso para seguir acometiendo un buen número de reformas estructurales tan necesarias en este país.
Lo que le serviría para consolidarse cara a la ciudadanía tras haberse dado de bruces de forma tan inesperada con una pandemia de tal envergadura a las pocas semanas de su llegada y haber pecado de la misma soberbia que el resto de gobiernos de su entorno.
En lo estrictamente político las fricciones ente los dos socios de gobierno serán ineludible, máxime con procesos electorales de por medio y con un sistema de partidos en permanente campaña desde hace años.
Por un lado el PSOE, con un prestidigitador como Pedro Sánchez a la cabeza que con su «geometría variable», no tiene el menor escrúpulo en pactar una reforma con Esquerra y mañana justo la contraria con Cs. Es el sino del PSOE desde hace más de cien años y no hay evidencia más concluyente que tratándose de un partido con supuesta alma republicana es la principal muleta y ejerce como sostén fundamental de la monarquía.
Por el otro Unidas Podemos que si bien pueda parecer beneficiarse últimamente en las encuestas de la errática habitual de su socio y que los logros obtenidos en materia de salarios, pensiones, el desarrollo de los ERTE durante la pandemia, el IMV, el acuerdo por la reforma laboral o leyes como la de salud mental o la eutanasia han corrido mayoritariamente de su cuenta, se diría sin un equipo lo suficientemente reconocible y con seria dificultades para comunicarse en la forma debida, con soltura y complicidad, cara a la ciudadanía más allá de sus propias redes afines.
Cuando no desatinadas declaraciones por parte de sus responsables.
Aunque no es menos cierto que claramente despreciado desde el principio por la mayor parte de medios vista la falta de independencia de estos y sus propios intereses en materia política, económica y, sobre todo, financiera en unos tiempos cada vez más difíciles para los mismos.
En medio de tanto alboroto la vicepresidenta Yolanda Díaz se ha convertido en el fenómeno del momento y es ya el referente político mejor valorado de este país, aunque todavía sin llegar al aprobado. A buen seguro esto último víctima de la pérdida de confianza en los políticos por parte de los ciudadanos y que tan bien tienen ganada a pulso los mismos.
Yolanda Díaz, además de sus logros desde su posición como como ministra de trabajo y su capacidad de negociación hasta llegar a acuerdos con la patronal y los sindicatos en numerosas ocasiones, sus apariciones en la escena pública se caracterizan por mantener un porte sosegado y amparada en la misma frialdad de los datos objetivos neutralizando así los virulentos ataques a los que se ve sometida día sí y otro también en el Congreso.
Sin duda se ha convertido en el blanco preferido de la oposición y todo su aparato mediático y es de prever que dicho encono seguirá al alza conforme se vayan materializando los logros de la ministra. Pero no podemos adivinar hasta cuándo será capaz de soportar la presión o lograrán sus adversarios que tire la toalla antes de tiempo.
Aunque más que hablar de presión, habría que decir presiones, por cuanto no solo está la de la oposición con sus continuas salidas de tono sino la del propio Sánchez y el PSOE en aras de restarle protagonismo y la de Podemos –es militante del PCE aunque no de IU-, por no pertenecer a la formación mayoritaria dentro de su propia coalición.
El tiempo nos irá diciendo pero aunque se ha convertido en la gran esperanza de la izquierda de este país parece casi imposible que pueda llegar mucho más lejos de su posición actual. Pensar que pueda alcanzar la condición de primera ministra parece hoy por hoy una entelequia por tres motivos principales. Primero, aunque nos pese, por ser mujer, en segundo lugar por la tradicional división de la izquierda y por último por el propio PSOE.
Y, salvo cataclismo, para gobernar desde la izquierda en España contar con el PSOE se hace imprescindible.
Por lo que respecta a los presuntos aliados del gobierno tendremos que ver si son capaces de anteponer los intereses del país a los suyos propios. Ello no significa que renuncien a sus principios y no puedan obtener también algún rédito de su apuesta por el actual gobierno pero si quieren avanzar en cualquier dirección deberían ser conscientes que si este gobierno cae estarán dando un paso atrás en sus opciones.
La oposición
Como ocurriera durante el crack de 2008 al Partido Popular le ha tocado mirar los toros desde la barrera en medio de la pandemia y en eso, sin duda, se ha visto altamente beneficiado al no tener que acusar el desgaste propio del caso.
Para muchos resultará reprochable ante una tragedia con decenas de millares de muertos en España y millones en todo el mundo, que la oposición se haya servido de la misma en forma de ariete para derribar al gobierno pero, tal como ocurriera entonces, electoralmente le trae buenos resultados.
No solo eso, los conservadores españoles saben utilizar como pocos la causa nacionalista en su favor así como el terrorismo de una desaparecida ETA al que regresa una y otra vez cada vez que está en la oposición y se les acaban los argumentos al considerarlo una estrategia exitosa. Aunque, en tareas de gobierno, justifique con la mayor naturalidad el diálogo con cualquier formación política aunque esta provenga del, en su día, entorno de la banda.
Incluso con el tan cacareado acercamiento de los presos al País Vasco que según la doctrina popular resulta moneda de cambio para el gobierno de coalición mientras deja de lado como el gobierno de José Mª Aznar fue uno de los que se mostró más más diligente al efecto.
El hundimiento de Ciudadanos ha fortalecido también las expectativas populares de tal modo que, con cualquier banal excusa, está adelantando las citas electorales allá donde comparte gobierno con la formación naranja con la intención de borrarla definitivamente del mapa político y verse así beneficiado del reparto electoral consciente que la mayoría de los votantes de Cs recaerán nuevamente en su firma.
Y los que no a la abstención, los menos, y otros a Vox, la gran piedra en el zapato del PP que no solo no acaba de mermar en la intención de voto sino que esta se diría sigue in crescendo.
Hasta la irrupción de Vox en la escena política, un movimiento ultranacionalista y ultraconservador como han surgido en el resto de países occidentales, el PP se había visto favorecido al concentrar para si todo el voto de la derecha española. Desde el más centrado hasta el más extremista.
Lo que, por otra parte, resultó también en beneficio de la democracia al funcionar como muro de contención de un buen número de nostálgicos del régimen anterior que siempre pusieron en duda los valores democráticos y del que, los más beligerantes, se vieron beneficiados por una ley de amnistía de punto final que hizo la vista gorda con todas las atrocidades cometidas durante casi 40 años por el mismo hasta sus últimos días.
Del mismo modo que la Transición permitió que el más exquisito tejido empresarial español siguiera en manos de los mismos que se habían favorecido con la dictadura para proseguir con sus mismas o similares formas. Pero esta vez con el sello de «demócratas de toda la vida» y el respaldo de un modelo laboral y productivo sin apenas alteraciones.
Sin embargo el PP parece empeñado en retomar el camino de vuelta de ese viaje al centro que empezó entonces y que no ha llegado a alcanzar nunca.
Los populares siguen apelando a ese electorado que creen que les corresponde por derecho y de ahí que compita continuamente con Vox en un discurso cada vez más encrespado, lo que le propicia mayor incapacidad para llegar a acuerdos con el resto del tablero político.
Ni siquiera como hemos vuelto a ver recientemente con su tradicional aliada, la CEOE, como le ocurriera con los ERTE, las pensiones o los indultos del procés donde la patronal resultó mucho más pragmática.
Ahora ha sido el acuerdo firmado por la misma con gobierno y sindicatos para avanzar en un marco laboral con enormes deficiencias y al que la UE le exige que se ponga de una vez al día el que ha vuelto a desquiciar a los líderes populares.
Por el momento, su pretendido apocalipsis pronosticado tras la llegada del gobierno de coalición, se va dando una y otra vez de bruces con la realidad y ni la subida del salario mínimo ha propiciado millones de despidos, ni sus peores presagios para el proceso de vacunación se han cumplido, ni ha podido evitar que los Fondos Nex Generation de la UE llegaran a España, ni sus presiones a la CEOE han hecho fracasar la reforma laboral y, para colmo, las cifras del desempleo siguen reduciéndose cada mes y con la principal industria nacional, el turismo, bajo mínimos.
Vox, la citada escisión del Partido Popular, sigue afianzándose amparado en el mismo discurso que le vio nacer. El del nacionalismo más radicalmente católico y más excluyente que cuenta en el haber con todas esas promesas incumplidas de los populares en cuestiones sociales de las que alardea tan ruidosamente cuando está en la oposición y olvida con facilidad cuando está en el gobierno. Desde el divorcio en su día hasta las leyes LGTBI pasando incluso por las del aborto y tantas otras.
Vox, como ocurre con sus homólogos europeos, constituye un problema para los valores democráticos que dieron luz a la Unión Europea, tal y como se está viendo ya en algunos países gobernados por partidos de su misma órbita. Pero qué duda cabe que es una cuestión difícil de contrarrestar por cuanto a estas alturas del metraje parece responder también a un fenómeno cultural más allá de la derivada de una crisis económica inconclusa y pesimamente gestionada.
De hecho, la actual pandemia y sus hordas de negacionistas y conspiranoicos han servido para alimentar aún más al mismo. Máxime su habilidad para inundar de noticias falsas y bulos unas cada vez más controvertidas redes sociales. Más aun contando con el altavoz de los principales medios de comunicación que dan cancha a sus representantes de manera escabrosa en pos de sus índices de audiencia, sobre todo cuando se tratan sus temas estrella como son la migración, el feminismo, la violencia de género o el nacionalismo más intransigente.
Lo que nos queda
En resumidas cuentas, empezamos año electoral con las elecciones de Castilla León y las de Andalucía en ciernes. Con el previsible éxito de los populares, la consolidación de Vox tras reunificarse el voto en su lado del tablero y el más que presumible descalabro de Cs, las habituales discrepancias en la izquierda y la singularidad del modelo electoral hispano.
Mientras tanto el gobierno deberá seguir arriesgando, marcando el rumbo debido, para que España y por encima de todo sus pobladores puedan estar a la altura que se merecen tras décadas, siglos si cabe, de haber perdido el tren con respecto a sus vecinos allende de los Pirineos. Una hercúlea tarea que no solo deberá afrontar sino también hacer entender a la ciudadanía que el camino es largo y estará repleto de perjuicios.
Un gobierno en el que seguirán saltando chispas fruto de los vicios adquiridos por el PSOE desde tiempo inmemorial, el partido del «sí pero no» tal como nos recuerda uno de nuestros habituales comentaristas, y su socio de coalición que deberá aprender a pisar el freno y morderse la lengua cuando corresponda, sobre todo en cuestiones que ahora resulten de poca o ninguna trascendencia.
Unos aliados que deberán asumir la realidad, dejar de lado sus emociones y comprender la necesidad del bien común y no solo del de unos pocos. Que toda propuesta puede tener su momento pero que habrá que lograr primero que ese momento pueda propiciarse.
Y una oposición que seguirá en estado de crispación permanente. Por una parte entre el PP y su díscolo hermano menor, «a ver quién es el que la tiene más grande», y de otra ambos contra cualquier iniciativa de un gobierno que, desde el minuto uno, no dudaron en calificar de ilegítimo.
Ruido y más ruido pues en la escena política aunque no mucho más del que ya habitualmente nos tiene tan cariacontecidos en un país donde las campañas electorales se diría que no terminan nunca y sus comensales intentan afianzar su electorado a base de gritar cada vez más alto.
Quizá por eso, en medio de tanta escandalera, sea la figura de la vicepresidenta Yolanda Díaz quien huyendo de tanto aspaviento haya conseguido los mejores logros y por eso pueda acabar arrojando algo de luz entre tanta oscuridad.
Veremos.
[…] una buena amiga a raíz de mi último artículo en Amanece Metrópolis, que el mismo «rezuma pesimismo» y no le falta razón. En su inmediata […]