Leía en alguna parte que de este recién finalizado 2018 poco o nada hay que celebrar. Tanto es así que probablemente los dos sucesos más significativos acaecidos en España el pasado año hayan sido, por una parte, la primera moción de censura de la democracia española que ha hecho caer un gobierno a causa de la corrupción y de otra la irrupción en la escena política de un partido de extrema derecha al unísono de lo que viene ocurriendo en los últimos tiempos en casi toda Europa. Entre ambos casos y por encima de todo una crisis finiquitada con éxito para las élites que han visto como se multiplicaba su riqueza, mientras la misma se ha hecho crónica para la mayoría de los mortales. Y para poner la guinda un conflicto catalán que no cesa y en el que las partes se dijera perdieron el sentido común hace tiempo ante una espiral de nacionalismos enfrentados que a falta de rigor terrenal como la fe son capaces de mover montañas.
Probablemente de lo poco positivo del ejercicio lo más importante se haya producido casi a la vez que daba éste su último suspiro quedando aprobada una sensible subida del Salario Mínimo Interprofesional que aún lejos todavía de lo que le correspondiera por naturaleza va a abochornar algo menos a este país frente a sus vecinos allende de los Pirineos.
¿Qué podemos esperar de este 2019 que comienza? Francamente vista la altura de nuestros próceres no puede decirse que el futuro inmediato se presente muy halagüeño y de hecho la citada aparición de un partido como Vox es la mayor evidencia de ello. Si la crisis económica no fuera suficiente acicate la vorágine nacionalista es una de sus principales señas de identidad así como el manifiesto carácter xenófobo de este tipo de formaciones en toda Europa.
Buena parte de analistas prevén otra grave crisis económica a escala planetaria en los próximos meses, a lo más en 2020, fruto en lo primordial de que el mundo financiero sigue haciendo de su capa un sayo, la tan manida deuda, el incontestable aumento de los desequilibrios y en el caso de la Unión Europea además de una especulación galopante la renuncia del BCE a seguir comprando deuda a partir de este mismo inicio de año.
En el caso de España la inestabilidad del gobierno y la inexperiencia propia de nuestra adolescente democracia a la hora de gobernar por bloques hace todavía más cuestionable el futuro inmediato. También está todavía por ver hasta donde podrá interferir la aparición de la ultra derecha en ese mismo escenario. Por el momento y tras el análisis de lo ocurrido en las elecciones andaluzas el votante de Vox procede de forma muy mayoritaria del ala más conservadora del PP, de los que se sintieron decepcionados por este y se marcharon a Cs y del electorado más reaccionario que hasta ahora o bien no acudía a votar o votaba a otras formaciones en ese extremo del tablero. Que en las elecciones autonómicas, municipales y europeas de la próxima primavera se va a hacer notar parece evidente pero habrá que ver hasta donde su discurso nacionalista y anti-inmigratorio puede calar entre las clases populares. Si bien es cierto que alguna encuesta indica ya que más de una cuarta parte de la población española achaca la crisis económica a la inmigración no es menos cierto que el elemento más diferenciador de Vox con respecto a la mayor parte de sus correligionarios europeos, es su profundo arraigo religioso que afronta sin tapujos en cuestiones como el aborto o la familia tradicional con su apología de la Iglesia católica, fenómenos que en el SXXI tienen poca cabida entre la mayor parte de la población. Además de su marcado discurso homófobo y antifeminista que también difícilmente debería resultar asumible por una mayoría suficiente.
En cuanto a la cuestión catalana, parece que el gobierno empieza a dar algunos pasos en una dirección más lógica y que incluso el propio Felipe VI rectificó en su discurso navideño del anterior a por ellos , al que pareció sumarse en su alocución de Octubre de 2017. Por mucho que sea obvio que el estallido nacionalista fuera en su momento el resultado de sendas maniobras de distracción del gobierno de Artur Mas en Cataluña y del de M. Rajoy en España, lo cierto es que en ambos casos se hayan hoy por hoy fuera de control. Por eso mismo la solución al conflicto ha de pasar de forma inexorable por el diálogo, lejos por completo de la confrontación permanente y el lenguaje incendiario que le viene caracterizando. Pero para ello hay que ser valiente y parece difícil que el gobierno de Sánchez y el de la Generalitat lo sean suficiente, temerosos de las críticas de terceros, y lo que es peor víctimas de su propia incapacidad y negligencia. Sin duda la celebración de un referéndum o alguna consulta a la que hubiera que buscar encaje en la legislación actual y el más que previsible resultado favorable a la permanencia de Cataluña en España pondría fin al problema. La cuestión a dilucidar es si realmente esa convivencia pacífica por la que abogaba el rey en su mensaje es lo que quieren las principales fuerzas políticas tanto españolas como catalanas o prefieren mantener el estado de crispación actual en pos de obtener rédito electoral aún a expensas de los riesgos que ha deparado la ceguera de los nacionalismos en la historia de la humanidad.
El problema del nacionalismo sea este centrípeto o periférico es que se fundamenta en una fuerte carga de emotividad repleta de simbolismos. Es como la fe y si esta es capaz de mover montañas como decíamos al principio la vorágine nacionalista puede poner de manifiesto del mismo modo lo peor de la naturaleza humana. Todo lo contrario que la racionalidad del mundo real y que no es otra, hoy por hoy, que la imperiosa necesidad de equilibrar la renta disponible de los ciudadanos, el principal problema de la sociedad actual. España es un país que ha carecido de una revolución liberal y una revolución industrial a la par de otras naciones europeas además de haber sufrido de claras deficiencias democráticas con respecto a las mismas los dos últimos siglos, lo que ha dado lugar a que los desequilibrios entre las diferentes clases sociales se hayan visto tradicionalmente más acentuados. No en vano el SMI y los salarios en general del grueso de la población –casi el 50 % de los trabajadores no alcanza los 1.000 € mensuales-, sitúa a España a la cola en el índice de calidad de vida entre los países más desarrollados de la UE a pesar de ser una de las principales potencias económicas de la misma.
Por eso el que gobierno de Pedro Sánchez haya decido aumentar de manera sensible el SMI y a pesar del inconveniente que ello pueda representar en el corto plazo para algunas pequeñas empresas que se encuentran al límite de sus posibilidades, en el medio y largo plazo es una buena noticia en cuanto a la renta disponible de las familias. Y es una máxima en la doctrina económica que a mayor renta disponible más capacidad de gasto y eso, sin el menor género de dudas, es una excelente noticia para el conjunto de todo el país. Lejos de ese otro modelo que hasta ahora de forma tan evidente beneficia sólo a las élites en un continuo desplazamiento de las rentas del trabajo.
Nada que ver con esa descabellada teoría del crecimiento perpetuo que ha impulsado el modelo económico capitalista y que parece mantenerse vigente aún las evidencias de su incompatibilidad con los recursos del planeta. Pero eso es otra historia. De momento centrémonos en este 2019 que empieza hoy y que a buen seguro, a todos los que nos gusta la cosa esta de escribir nos va a propiciar muchos motivos para ello.