En el prólogo de La Princesa Durmiente va a la escuela, Gonzalo Torrente Ballester asegura que, «a las novelas grandes les acontece lo que a las catedrales grandes: que siempre falta algo y siempre sobra algo, pero lo mejor es dejarlas como están». A pesar de que no se lo aplica a su propia obra, es menester que seamos nosotros quienes lo hagamos. Lo cierto es que La Princesa Durmiente carece de un final sosegado y le sobra algunos personajes, pero lo mejor es dejarla tal cual y dejarse llevar por la prosa de uno de los grandes novelistas españoles del siglo XX.
Dividida en tres partes, La Princesa Durmiente va a la escuela narra la historia de un país inventado donde un rey que reina sin gobernar, descubre que en los límites de su reino hay una princesa que lleva durmiendo cinco siglos por un encantamiento. Como en un cuento de hadas, el hechizo se romperá cuando el rey la bese, y como recompensa ella se casará con él. Sin embargo, esto no será del agrado del entorno del monarca.
Así pues, en la segunda parte se desarrolla la principal trama de esta sátira fantástica. Cada uno de los poderes fácticos presenta un proyecto para traer a la princesa del siglo XV al XX de forma gradual. Desde la Universidad, un centro de reformadores intelectuales, los republicanos, la Iglesia protestante, los sindicatos, hasta la industria cinematográfica. Todos tienen la solución y todos quieren una compensación a cambio. Los más allegados al gobierno ven en estas propuestas una forma de intromisión en el poder. El embrollo no ha hecho más que empezar.
Finalmente -en la tercera parte del relato- deciden llevar a cabo el guion de cine sin el rey como protagonista masculino, pero a mitad de la historia el personaje principal se suicida. A partir de este momento, la conducción de la princesa al tiempo actual empieza a flaquear ya por fallos históricos, ya por las inesperadas respuestas de la princesa. El caso es que lo que parecía ser una simple transición, se convierte en un camino de transformación espiritual de la protagonista.
En esta tercera parte, algo atropellada, se produce una sublevación de una parte del gobierno, a expensas del propio rey. Ya incluso antes del despertar de la princesa, el jefe de gobierno manifiesta su temor a la divinización de la monarquía.
Pero si Canuto es Rey por derecho divino, lo serán también los demás reyes, los destronados y los reinantes. Y si nuestro pueblo cree en las virtudes mágicas de Canuto, todos los pueblos de la tierra creerán en sus reyes, presentes o pasados, y entonces, señores, ¿qué sería de nosotros y de cuantos se esforzaron por alejar a los pueblos de los reyes?
Una vez el guion previsto falla, y viendo que todo parece indicar que el rey se casará con la princesa y será amado y venerado como rey por su propio pueblo, el jefe de gobierno decide corromper el alma de la prometida. Pero el plan no sale bien, la princesa se fuga y, entonces se recurre a la destrucción de la monarquía como último recurso.
La princesa durmiente: lo imposible en un mundo posible
En palabras de Torrente Ballester, el punto de partida de la novela es una situación imposible en un mundo de posibilidades, ya que de otra manera estaríamos ante un cuento hadas. A pesar de la existencia de un bosque encantado donde hay una princesa durmiendo más de 500 años por un hechizo, lo cierto es que la historia transcurre en la contemporaneidad y los sucesos históricos que se nombran son, sino del todo ciertos, si verosímiles. Esta verosimilitud mezclada con algunos toques fantásticos es lo que hace que La Princesa Durmiente va a la escuela sea una sátira atemporal.
Se entiende por sátira un género literario que pone en ridículo y/o censura alguien o algo, y que lo hace con una finalidad moralizante. En nuestra tradición literaria la sátira ocupa un lugar destacado: La Celestina, El Lazarillo de Tormes, El coloquio de los perros, El sí de las niñas, Doña Perfecta, etc. La sátira literaria viene siempre acompañada de ironía, de exageración y de comparaciones. En La Princesa Durmiente va a la escuela la ironía está tanto en el narrador como en sus personajes.
Como en buena medida es Canuto el protagonista de esta historia, será oportuno hacer de él más amplia referencia, si bien elaborada sobre algunos informes diplomáticos, siempre parciales y subjetivos, y a veces satíricos; pero, en el caso de Canuto, cualquiera que sea el grado de parcialidad o de ironía, siempre le serán más favorables que la Prensa nacional, que parece haberse aprovechado de la libertad sólo para mofarse francamente del Monarca.
A diferencia de las obras mencionadas, salvo El coloquio de los perros, La Princesa Durmiente tiene también un fuerte componente fantástico, que no se pone en duda en ningún momento, sino que simplemente y a pesar del razocinio de los personajes, se acepta sin más. Este rasgo fantástico, o en palabras de Torrente Ballester, este aspecto de irrealidad, dota a la sátira de una mayor crítica social. Al alejarla de la sátira realista, la crítica se convierte en atemporal. En todos los tiempos ha habido y habrán gobernantes que no gobiernan, pueblos seducidos por promesas vagas, personas atraidas por el poder, políticos corruptos, etc.
– Pero las leyes, las costumbres y los protocolos continúan vigentes. Salvo si su Majestad está dispuesto a la abdicación.
– Siempre lo estoy: eso lo sabes hace mucho tiempo. Os he ofrecido veinte veces renunciar a la Corona y marcharme a vivir con cualquiera. Si todavía no está hecho, es porque vosotros no lo habéis permitido.
– Ni creo que se os permita. Una abdicación, Majestad, es asunto de largo trámite, si ha de verificarse correctamente. Vuestra Majestad carece de herederos. ¿En quién piensa abdicar?
– En la nación, en el Parlamento, en los sindicatos. Me da igual.
– ¿Debo entender que Vuestra Majestad propone una solución republicana?
– Si es indispensable, ¿por qué no?
Torrente Ballester no deja títere con cabeza: la monarquía, los validos, la Universidad, el protestantismo, los reformistas, los psicoanalistas, el pueblo. También por eso, y no sólo por el acercamiento a lo fantástico, se convierte en una sátira atemporal, porque no parece defender ninguno de los poderes fácticos, ni ninguna ideología.
Decíamos al principio que toda gran obra carece y le sobra algo. Es cierto que existen personajes superfluos como Simone o François Dupont y que el final es precipitado y confuso. Pero también es verdad que Simone y Dupont cumplen la función de representar -aunque sólo sea de forma fugaz- el amor y la libertad. Y en cuanto al final, atropellado, inesperado y violento, supone el colofón de una de las obras más transgresoras escritas -que no editada- durante la dictadura franquista.
Título: La Princesa Durmiente va a la escuela |
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La acabo de leer. Magnífica novela. No sé como no se conoce más . Debería ser obligada en los institutos como muestra de la grandeza y brillantez narrativa y compromiso con la realidad y la sociedad a través de la sátira del autor.